11 de febrero de 2008

Tres contra tres

Armando Añel

Circula un vídeo en Internet, reproducido por algunas televisoras miamenses, en el que dos universitarios cubanos reprochan a Ricardo Alarcón, presidente de la llamada “Asamblea Nacional del Poder Popular”, las tradicionales políticas de restricción del castrismo. El primero de los estudiantes cuestiona la viabilidad del “voto unido” (poniendo en entredicho una recomendación de Fidel Castro). El segundo, el sistema de apartheid a partir del cual la ciudadanía no puede acceder a las instalaciones recreativas nacionales o viajar al extranjero sin autorización gubernamental. Alarcón se enreda en una suerte de cantinflesca, a ratos irrespirable, disquisición. La andanada de sus interlocutores roza lo desafiante.

Habría que preguntarse si el ejemplo del estudiantado venezolano ha calado en la Isla. A pesar de las restricciones en el acceso a Internet y por supuesto, de la incesante manipulación de los medios oficiales, hay grietas en la cortina de hierro castrista, algunas de ellas considerables.

Muchas cosas parecen moverse en Cuba, aunque no se mueva ninguna. La esperanza flota en el ambiente pero, contradiciendo el ansia reformista de muchos expertos, y aun las insinuaciones revisionistas de la esfera gobernante, las políticas de restricción no sólo continúan vigentes, sino que el régimen emprende otras nuevas. A finales del pasado año, un decreto firmado por Raúl Castro en la Gaceta Oficial de Cuba reforzaba el control del gobierno sobre sus bienes y activos, castigando a los trabajadores con descuentos salariales. Recientemente, la dirigencia estableció impuestos para las gratificaciones en moneda fuerte percibidas por los empleados cubanos de empresas extranjeras y oficinas consulares. Estas y otras medidas contradicen abiertamente el supuesto espíritu aperturista del raulismo.

Tampoco la represión pura y dura ha menguado, como demuestra el último informe de Human Rights Watch. En enero, más de sesenta familias holguineras fueron desalojadas de sus precarias viviendas por la policía, que hizo uso de la fuerza (como telón de fondo, la clamorosa incapacidad del régimen para resolver, o al menos atenuar, la crisis habitacional en Cuba). Se suceden los allanamientos y batidas policiales destinados a impedir la circulación de material fílmico “subversivo” (sobre todo, se persiguen los “bancos de películas” clandestinos que distribuyen programas filmados en Miami). La vieja táctica fascista de los mítines de repudio ha vuelto por sus fueros, mayormente enfilada contra la disidencia pública, mientras el chantaje institucional y los maltratos a los presos políticos siguen a la orden del día.

Tres son los factores que conspiran contra una verdadera transición en Cuba:

-Como hace pocos días respondió a un corresponsal extranjero un actor residente en la Isla, el problema cubano es sistémico. “La dirigencia quiere permanecer donde está, porque de eso vive”. Indudablemente, la clase gobernante defenderá con uñas y dientes sus prerrogativas y privilegios, poniendo cuantos obstáculos estén a su alcance –sin descartar la violencia a gran escala- para impedir la apertura.

-Relacionado con lo anterior: el aparato de control social continúa haciendo su trabajo con efectividad. De él no sólo forman parte los soplones, la policía política o las brigadas paramilitares, sino las “jabitas”, las “misiones” al exterior y, en general, el tenebroso sistema de coerción gracias al que, por ejemplo, los trabajadores del sector turístico acuden en masa a las movilizaciones gubernamentales y/o acatan las reglas de juego oficialistas: de ello depende la conservación de su empleo, codiciadísimo en la Cuba de la doble moneda.

-Relacionado con esto último. Medio siglo de control social, desinformación y sobrepolitización han dado a luz una sociedad descreída, irresponsable, que no cree en la política y que por tanto no aspira a transformarla. Una sociedad que vegeta, huye o se burla –una sociedad hastiada-, pero frecuentemente incapaz de hacerse cargo de su destino.
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Asimismo, son tres los factores a favor de un cambio significativo, o por lo menos sustancial:

-La certeza social de que Fidel Castro ha quedado definitivamente incapacitado para ejercer el poder y que, consecuentemente, se abre un período esperanzador para el país. El hermano menor debe ofrecer soluciones concretas y llevarlas a la práctica con celeridad. Cualquier episodio imprevisto, aun el más trivial, podría resultar el detonante de la expectativa frustrada.

-El llamado de Raúl Castro a realizar asambleas sectoriales de debate, de las que supuestamente emergerán los cambios necesarios para relanzar el proyecto, habría metido el diablo de las reformas en el cuerpo de la sociedad cubana. Sobre todo en el de los más jóvenes e inquietos, quienes habrán tomado nota del poder de choque exhibido por el movimiento estudiantil venezolano.

-El proceso de descomposición mediática que desde hace años padece el castrismo, se ha acelerado con la agonía de Fidel Castro y la omnipresencia de Hugo Chávez, hazmerreír extranjero que buena parte de la población cubana desprecia. El constante éxodo de personalidades de la cultura y la farándula, que alcanzó su clímax en las últimas semanas, echa más leña al fuego de la debacle simbólica.

La pregunta es: ¿El pueblo cubano está perdiendo el miedo? Muerto, o moribundo, el máximo responsable, ¿se alista la sociedad interior para emprender una verdadera transición? Son tres contra tres los factores a considerar en un año crucial –año-puente- para Cuba. Cabe apostar por los positivos.

 

palabradehombre@yahoo.com

 
 
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