Crónica           IMPRIMIR
7 de febrero de 2008

Discrecionalidad  a  prueba

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba,  febrero (www.cubanet.org) -  En la prisión de Canaleta la esperanza cabecea en medio del azar. En esta factoría de la maldad  resaltan, con mejor nitidez, otras conmociones que reducen a cero la lógica existencial.
     
Las expectativas allí son modestas, tenues, disolubles en el abuso, los bodrios de cada día, el entusiasmo de muchos de los expertos en palizas y torceduras, y la indiferencia de sus administradores.
     
Solamente me atrevo a rozar las fronteras de esa parcela del infierno. Introducirse a profundidad puede causar vértigo, náuseas y una mueca especial de asombro.
     
Me basta empinarme en la imaginación para ver ahora mismo a Adolfo Fernández Saínz, a Pedro Argüelles Morán, a Antonio Díaz Sánchez  y  a  Leonel Grave de Peralta en Canaleta.
      
Ellos permanecen sembrados en esas franjas que el totalitarismo concibió como la forma más económica para establecer una república libre de pluralismo y sentido común
       
Entre los centenares de huéspedes encarcelados por los más impensables motivos sobresale este pequeño grupo que se atrevió a poner en el éter y en las cuartillas unos pensamientos prohibidos.
       
Profanaron el altar de un socialismo que con el tiempo devino culto obligatorio.
     
Hace casi 5 años que pagan la herejía.
       
Cumplen largas condenas junto a los ladrones de gallinas, asesinos confesos, degolladores de vacas, violadores empedernidos, lunáticos, vendedores de plátanos sin licencia, estafadores profesionales y narcotraficantes por sospecha o sorprendidos in fraganti.
       
Comparten en igualdad de condiciones las humedades de los cubículos o la estrechez de una celda, el desayuno que sirve para azuzar el hambre y el engrudo fétido servido como plato fuerte, el estacazo de la ansiedad y los insomnios alimentados por los recurrentes intentos de suicidios y las broncas por la supervivencia.
        
Un quinquenio tras las rejas por manifestar pacíficamente sus inconformidades es inmoral.  ¿Dónde está la civilidad de un gobierno que castiga a quienes ejercitan la libertad de expresión como si fueran culpables de un crimen de la peor naturaleza?
        
Junto a la cercanía de otro aniversario bajo el rigor del encierro llega con retraso  la segunda reunión del mecanismo de diálogo sobre Derechos Humanos entre España y Cuba. Estaba, en un inicio, programado para el pasado noviembre. El primer encuentro se efectuó en el mes de mayo de 2007, poco después de la visita del canciller ibérico Miguel Ángel Moratinos a La Habana.
        
Los interlocutores peninsulares insisten en la estrategia de explorar vías ajenas a la fuerza. Tienen fe en arrancarle concesiones a la dictadura mediante el convencimiento, el intercambio balanceado y sin prejuicios, y una batería de medios basados en la discrecionalidad.
        
No voy a poner en tela de juicio la capacidad negociadora del Sr. Rafael Dezcallar, director general de Política Exterior del Ministerio de Relaciones Exteriores de España que se espera sea nuevamente la persona designaba para un diálogo, sin dudas difícil y no exento de pobres o nulos resultados.
         
Esta vez me sentaré a esperar, con la inquietud de siempre, por los frutos de las conversaciones. Espero que exista una clara definición más allá de justificaciones o retrasos que van en sentido contrario a la vida de decenas de presos políticos y de conciencia.
            
Un día en cualquier prisión de Cuba equivale a una merma sustancial en la salud de los condenados, enfatizando la de los que purgan sentencias a causa de su manera de pensar o de proyectarse sin hacer uso de la violencia física o verbal.
           
La vida de muchos peligra. No es una alarma pasajera. Es una realidad que demanda soluciones urgentes.
            
Con sus cuerpos enfermos, no pocos verán adelantadas la fecha de su muerte, aunque obtengan la libertad en los próximos meses o semanas.
              
Ha sido mucho el maltrato y el ensañamiento. No me atrevería a generalizar en cuanto afirmar que en Canaleta y en otros sitios perversos se perdió la esperanza. Puede que fluctúe, cambie de composición, adopte mil posturas como protección ante las inclemencias del entorno, pero nunca evaporarse.
            
Puede que ahora, a pocos días del contacto diplomático Habana-Madrid, las expectativas de los presos y sus familiares bajen su tono. La discrecionalidad no ha podido probar su eficacia a fondo. No hay liberaciones sustanciales, ni tan siquiera mejoramientos intra-carcelarios a partir de las gestiones del gobierno español.
              
Ricardo González, Ángel Moya, Iván Hernández Carrillo, Nelson Aguiar, Oscar Elías Biscet, Arnaldo Ramos, Héctor Maceda, Fabio Prieto, Diosdado González Marrero, Adolfo Fernández, Pedro Argüelles, Antonio Díaz, Leonel Grave de Peralta, y  otros no pierden la costumbre de salvar la esperanza en cada círculo del infierno.
            
Quisiera antes de concluir señalar una curiosidad aritmética. Si sumamos las condenas de los 62 presos de conciencia que languidecen en la cárcel se consigue una cifra superior al millar de años. A discreción, ¿No es esto un exceso de brutalidad?

 

 
 
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