Crónica           IMPRIMIR
6 de febrero de 2008

Cabeza de lagartija

Oscar Mario González                                                                                

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Cuando Rodolfito enfiló la vista hacia el mugriento pasillo del solar la vio salir desde detrás del lavadero de ropa, con el pelo largo y ensortijado que resaltaba sobre la blusa color malva que tan bien le iba a su piel.
         
Llevaba la imagen de aquella trigueña metida entre ceja y ceja. Ella fue la principal causa de un viaje peligroso que le trasladó a Miami montado en una frágil balsa.  Allí había trabajado como un mulo durante dos largos años hasta reunir lo suficiente. Quería impresionarla. Hacer suya a aquella camagüeyana trasplantada a la capital a la que los extranjeros distinguían y los del patio cortejaban.
          
Nunca había fijado la vista en su persona y ello le resultaba comprensible. Era mucha mujer y el muy poca cosa. Un simple dependiente de pizzería que llegaba tarde en la noche, escurridizo y cauteloso; con un poco de queso envuelto en papel periódico debajo del sobaco y un par de pizzas en la mano. Lo necesario para ir tirando con la reventa. Ahora, con un carro rentado, el cuello lleno de cadenas de oro y el bolsillo repleto de “fulas”(dólares) se consideraba todo un personaje. No estaba desacertado; en realidad lo era.
          
Ella se sentía la más dichosa sabiéndolo a sus pies. Le parecía imposible que teniendo a todas las muchachas de la cuadra derretidas por él  prefiriera estar a su lado todo el tiempo. Pero atribuía tal embobecimiento al “trabajo” realizado sobre él, según instrucciones de Hortensia, su madrina de santo y que ella había cumplido al pie de la letra.
          
Ese día, temprano en la mañana, lavó “sus partes” con agua de pozo traída de San Miguel del Padrón y con el líquido del lavatorio le preparó un café pasado por colador de tela. Bien fuerte y con poca azúcar. Le llevó la taza del aromático  líquido  hasta la cama con la más dulce sonrisa de sus labios pulposos y una posterior pregunta:
                                             
-¿Te gustó?

-Es el café más rico que he tomado en toda mi vida

-¿A qué te supo?

-Tiene un dejo a no se que….como si fuera pescado de agua dulce.                         

Adonai estaba segura de que el “amarre” había sido perfecto. No obstante ella misma enjuagaba sus calzoncillos y los tendía en un rincón de la barbacoa, ocultándolos de las miradas ajenas. ¡Por si acaso!
             
Y vivieron muy felices todo el tiempo. Adinay tuvo algunas discusiones al principio porque quería que Rodolfito se la llevara para los Estados Unidos. El bajo mil excusas diferentes le quitaba la idea de la cabeza. Sabía que aquel tronco de trigueña achinada, de piel de café con leche y labios de caimito morado debía permanecer en la misma jaula y no volar al patio de enfrente a la vista de otros gallos sementales.  Pensaba, no falto de acierto, que la fidelidad de Adinai no resistiría la oferta de una opción mejor a la de él.  Vendría todos los años para estar juntos. Llegaría con los bolsillos llenos de “fulas” y las entrañas ávidas de deseos y siempre sería  recibido  como todo un gran señor.  Aquí, en esta Islita pequeña e insignificante. Por sus calles nauseabundas, llenas de charcos y grietas donde se empoza el agua maloliente y se amontona la basura dejada de recoger. Pero donde él no es insignificante. Porque, aunque la “Yuma” (Estados Unidos) sea lo máximo, es mejor ser cabeza de lagartija que cola de león.

 

 
 
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