Crónica           IMPRIMIR
4 de febrero de 2008

Barajar  el  desastre

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - En sus postrimerías el régimen quiere dar un golpe de suerte. Pone en una lista negra a la indisciplina, la desorganización, la indolencia, el robo y toda una serie de villanías que han logrado asentarse en la mayoría de los centros laborales del país.
       
Anuncia una guerra a muerte contra adversarios de indudable eficacia para sobrevivir al margen de las circunstancias. Los parió la revolución y los adiestró el socialismo. A la sombra de los discursos patrióticos y las marchas de reafirmación ideológica se desarrollaron las estrategias para una ofensiva que a casi 50 años de duración, nadie puede desconocer sus logros.
        
Las alarmas suenan demasiado tarde. Precisamente cuando el relajo es un virus que le ha carcomido la moral y la ética a cientos de miles de cubanos convirtiéndolos en las antípodas del hombre nuevo. 
         
“Dame la luz” es una frase que se repite una y otra vez en el mercado laboral. No es que el trabajador se encuentre permanentemente en las tinieblas, la citada petición revela un ruego para obtener las claves para hurtar con mayor eficiencia.
           
Este es un detalle que apenas ilustra un mundo plagado de actitudes funestas. Un balance objetivo de la realidad arrojaría, con holgura, elementos para decretar una derrota política del sistema. ¿Dónde están las virtudes del hombre revolucionario que irradiaría torrentes de consagración y fidelidad al orden establecido?  ¿Cómo conciliar esos llamados a la honestidad y a la rectificación de conductas que ponen al descubierto una delincuencia generalizada, cuando se afirma que existe un apoyo cercano a la unanimidad? ¿Se podrá romper con un círculo vicioso cimentado en fórmulas de gobierno marcadas por códigos probadamente ineficaces y reproductores de amoralidades?
           
Dudo que algunos de los personajes que enarbolan el clásico discurso triunfalista puedan ofrecer respuestas objetivas a tales interrogantes. Sería admitir lo que ha sido, de acuerdo a los esfuerzos materiales y humanos invertidos, un sonado fracaso.
          
Reconocer que la productividad del trabajo es una quimera. Admitir que las ilegalidades son como un bosque virginal. Subrayar que el desorden es parte indivisible de la sociedad, es darle pábulo a la idea de que la utopía no pudo concretarse, quedo a medio camino entre la egolatría y los humos del voluntarismo. Un limbo desde donde se divisa el abismo y las tempestades.
            
Es paradójico que entre los principales referentes del desastre aparezcan dirigentes, administradores, gerentes, militares muchos de ellos, con supuestas dotes para asumir, sin fallos, la larga lista de exigencias confeccionada por la nomenclatura, pero que en la práctica sirven a sus instintos de pescadores en río revuelto sobre todo desde una posición que les reporta menos esfuerzos y mayores ganancias a cuenta de la deshonestidad y otras perversiones de la conciencia.
             
Tengo sobradas razones para determinar que el régimen de La Habana no podrá alcanzar ningún éxito en su batalla contra las indisciplinas sociales y laborales.
               
Han querido levantar un edificio sobre arenas movedizas. Ahora se observa la cosecha de tanta palabrería y movilizaciones. Subestimaron la adaptabilidad del cubano a un escenario impuesto más por intereses personales que por presuntos fines altruistas y de mejoramiento en todos los órdenes de la vida.
             
Al pasar revista por una república en ruinas se ven las costuras de la farsa. Son muchos los remiendos y ya se hace imposible generar otros camuflajes para continuar con los mismos cuentos.
              
No hay nada más trágico que poder leer en la prensa oficial un resumen de algo tan parecido a un acta de capitulación.
               
La revolución cubana perdió el juego en el tablero de la historia. Los enemigos están por doquier hincándole las entrañas después de ofertarle el aplauso de ocasión y el asentimiento con trazos de incondicionalidad.
               
A la élite solo le queda barajar el desastre como coartada para ganar tiempo.
        
Lo hará por medio de asambleas  de trabajadores con el fin de buscar paliativos contra el desorden.
               

Es tarde para sustituir una cultura con raíces ancladas en cada familia, independientemente de su rango social. La revolución creó al marginal. Hizo proliferar el hombre-parásito. Deformó la escala de valores. ¿Por qué un vecino cantinero vive mejor que un científico?  Así es el socialismo en Cuba. Una suma de fraudes y dislates.
 
 
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