Crónica           IMPRIMIR
1 de febrero de 2008

A diez años de la visita del Papa (I parte)

Oscar Mario González                                   

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Parece que fue ayer cuando llegó a nuestro país el Papa Juan pablo II aquella tarde invernal, pero radiante, del 2l de enero de l998.

Cualquiera que se interese por nuestro destino patrio estaría de acuerdo en catalogar este suceso como uno de los más trascendentales ocurridos en Cuba a lo largo de su historia de más de quinientos años. Por primera vez visitaba nuestra nación un jefe del estado pontificito, pastor supremo de la Iglesia Católica  Universal. Tal acontecimiento no ocurrió durante los cuatro siglos de poder colonial ni en el más de medio siglo de vida  republicana.

Pero por razones que todos conocemos la visita tenía tal dimensión  que incluía no sólo el aspecto eclesial, sino que rozaba los temas políticos y sociales. Esto le confería a la misma un carácter sui generis y de ello estaban persuadidos tanto el Sumo Pontífice como el máximo gobernante de Cuba. Las expectativas de ambos, lógicamente, eran de diferentes signos. Al cabo de diez años son varias las lecturas posibles acerca de los resultados de aquel evento histórico.

Para los que suelen ver las cosas en blanco y negro es más fácil. La visita fue, según su punto de vista, un acontecimiento motivado por razones de conveniencia política. De una parte el estado Vaticano tratando de promover su filial isleña, y del otro la dictadura totalitaria buscando reconocimiento mundial luego del descrédito general implícito en la caída del llamado socialismo real en Europa y en el resto del mundo. Los resultados eran previsibles. Todo sigue igual con el único balance de un mayor entendimiento entre la Iglesia y el gobierno totalitario con saldo positivo para ambos. A este grupo pertenecen los escépticos y descreídos; esos que siempre ven una tiñosa volando aunque sea sobre un ramo de orquídeas.

Otros reaccionaban en sentido opuesto. Para ellos la visita del Santo Padre significaba el inicio del fin del castrismo cuyos cimientos se desmoronarían aceleradamente tan pronto el Vicario de Cristo tomase el avión de regreso. Este grupo incluye a los embullados de café con leche y pan con mantequilla, que en la historia de los últimos 50 años han apostado a la caída del comunismo al paso de vientos plataneros sin valorar el enorme poder maléfico del totalitarismo cuando logra apuntalar su tienda con los postes de la perfidia.

Un tercer grupo, más bien dado al eclecticismo o a las posiciones intermedias, veía en la visita papal  un hecho renovador y transformativo pero sin efectos inmediatos de visibles consecuencias.

A este sector, por supuesto, no pertenecía la mayor parte de los opinantes, teniendo en cuenta la tendencia criolla a ubicarse en los extremos. Eran los mesurados; los que sin dejarse cegar por la impaciencia y ejerciendo debido control del embullo y las pasiones, tratan de ver con luz larga y de  hurgar en las diferentes aristas, recovecos e intersticios de los fenómenos.

Diez años después de aquel acontecimiento podría pensarse que la razón está del lado del primer grupo de  pensadores. Es decir, de parte de los que negaban cualquier efecto trascendente a la visita, enmarcándola en el clásico juego de intereses propio de las relaciones entre estados. Pero ello es una visión muy simplista de la realidad.

Tal enfoque reduce el influjo esperanzador de aquella jornada que estremeció los corazones de  más de diez millones de cubanos a un espectáculo marcado por el embullo y la trivialidad.

Si meditamos en las homilías (sermones) pronunciadas por Juan Pablo II durante las misas o celebraciones eucarísticas y sus intervenciones ante entidades  religiosas y civiles; si nos acercamos a sus palabras ricas en mensajes de advertencias, exhortaciones y sugerencias, comprobamos que nada de lo que preocupa al cubano dejó de ser mencionado; los grades sufrimientos que aquejan a este pueblo  fueron aludidos. En el lenguaje y la forma propias de su cristiano ministerio. Lenguaje que no descalifica ni condena sin que por ello deje de referirse a las cuestiones más difíciles y controvertidas. No es nada exagerado decir que ningún otro acontecimiento patrio ha  tocado el corazón del cubano con mayor fuerza que el vivido durante los cinco días que acompañaron a la visita de Juan Pablo II a Cuba.

 

 
 
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