31 de enero de 2008

A 50 años de la Revolución, Cuba se merece cuanto antes rupturas significativas

POR ANTONIO ALBIÑANA,
periodista y analista internacional.

COMO SUCEDIÓ durante la transición española a la democracia, "cambio" es la palabra mágica en la Cuba de 2008, año en el que se va a celebrar el 50 aniversario de la Revolución. Un cambio que la sociedad reclama cada vez con más fuerza, pero que ni la población ni la mayoría de dirigentes  sabe  en qué consistirá finalmente. Según el novelista cubano Leonardo Padura, "tras la enfermedad de Fidel Castro estamos viviendo una novela de suspenso, todo el mundo está a la expectativa de lo que pueda suceder, pero nadie sabe cómo y cuándo va a ocurrir".

El año  empezó con la celebración de elecciones generales. Unos comicios en los que realmente ningún cubano "eligió", simplemente votó por las listas que le pusieron delante, con 614 candidatos para cubrir 614 puestos en la Asamblea.  Solo cabía al votante tachar algún nombre en las listas cerradas.

La incógnita está en lo que suceda el próximo 24 de febrero, cuando la nueva Asamblea elija a los 31 miembros del Consejo de Estado que, a su vez, designarán a su presidente, un puesto que como el de Jefe de Gobierno ha sido desempeñado hasta ahora sin interrupción por Fidel Castro. Por primera vez en  casi cinco décadas, la posibilidad de que el líder comunista -aquejado de una dolencia que le impide de moverse libremente- abandone el ejercicio del poder, es real. Se especula con la permanencia de su hermano Raúl a la cabeza del Estado y con la renovación de la cúpula del Gobierno con un dirigente más joven como el actual vicepresidente Carlos Lage. Pero la sociedad cubana reclama transformaciones profundas más allá de las cabezas supremas.

La campanada de salida la dio el propio Raúl cuando en las conmemoraciones del 26 de julio de 2007 anunció "cambios estructurales y de concepto", propugnando un gran debate nacional que desbordó todas las previsiones. En  las asambleas, en los distintos niveles, se abrió paso la certeza de que la sociedad cubana reclama cuanto antes rupturas significativas. Como destacó el historiador Pedro Campos, Cuba debe "dejar atrás las ideas de socialismo de Estado que nos han llevado al actual sistema burocrático". Para el economista y diplomático Óscar Espinosa, condenado por disidente a 20 años de cárcel y en libertad provisional por problemas de salud, el discurso de Raúl Castro lo comprometió a una seria de reformas, "No hacerlas sería suicida", dice, y destaca la situación desesperada de desabastecimiento que vive el país: "Cuba está importando el 84% de los alimentos que necesita y los salarios en términos reales están en una cuarta parte de los de 1989". Para Espinosa, los cambios económicos serán la antesala de la necesaria democratización.

El régimen, sin duda con exageración, no ha dejado de acusar al bloqueo estadounidense de todas las penurias que padecen los cubanos. Pero lo cierto es que la relación entre Estados Unidos y Cuba ha sido tormentosa prácticamente desde la Independencia. Tras la revolución castrista, el acoso no cesó nunca, incluyendo intentos de invasión y decenas de atentados fallidos contra Fidel Castro. El escritor Carlos Fuentes planteaba recientemente lo que considera un enigma irresuelto: "Si Estados Unidos  le hubiese tendido la mano a Fidel Castro, ¿habría seguido la revolución una senda más moderada, acaso socialdemócrata o, aun, democristiana?".

Tal vez el único intento serio de pacificar las relaciones se produjo en 1963 bajo el mandato del presidente John F. Kennedy y tuvo como protagonista al periodista francés Claude Julien, en un episodio poco conocido. El propio Julien, con quien compartí algunas iniciativas periodísticas y sociales, me relató lo sucedido. El Presidente de Estados Unidos, con el que mantenía una buena relación, le propuso entrevistarse en su nombre con Fidel Castro, a quien el francés conocía personalmente, para transmitirle una propuesta decisiva: normalizar relaciones y recibir el apoyo de estadounidense si se alejaba de la influencia de la Unión Soviética. En un día templado de noviembre, la conversación  reservada entre Julien y Castro se iniciaba con mucha cordialidad en el balneario de Varadero, cuando un edecán entró precipitadamente en la sala y anunció: "El presidente Kennedy acaba de ser asesinado en Dallas".

 La cúpula estadounidense regresó a la intransigencia. Hasta el día de hoy, en que el presidente Bush abunda en declaraciones incendiarias para consumo de los votantes republicanos de Florida.

Algunos de los históricos del castrismo se han apuntado al debate renovador. Ramiro Valdés, comandante histórico y número dos del Ché en sus aventuras, declaró en un discurso oficial: "Todo el país es un hervidero de ideas, lo que esperamos del debate es que nos ayude a romper con la inercia, el dogmatismo y el estilo burocrático". Por su parte, el veterano Alfredo Guevara, impulsor de los movimientos de Nuevo Cine, ha convocado a sus compatriotas a romper con el "pensamiento único". Al movimiento de autocrítica se han unido figuras como Eliades Acosta, Mariela Castro  y  Carlos Lage Codorniu.

El propio Fidel Castro contribuyó a despertar las expectativas de cambio cuando escribió a mediados de diciembre sobre su deber de "no aferrarse a los  cargos y dar paso a personas más jóvenes". El disidente Oswaldo Payá, fundador del Movimiento Cristiano de Liberación, presentó de inmediato en la Asamblea Nacional un proyecto de amnistía para los presos políticos cubanos.  Y mientras la "nomenklatura" se agita entre "aperturistas" como los citados, "talibanes" encabezados por el joven ministro Felipe Pérez Roque, y "centristas" con los que jugaría el propio Raúl Castro, la oposición interna está moviéndose sobre la expectativa de una transición a la democracia, aunque sigan dudando de la sinceridad de los máximos dirigentes: el Proyecto Varela, los Comités de Reconciliación, la Corriente Socialista Democrática y el Arco Progresista que dirige Manuel Cuesta Mórua, a quien apoyan los partidos socialdemócratas italianos, suecos, alemanes, franceses y españoles, han constituido una asociación "Cuba-Europa en progreso".

Por su parte, la oposición más intransigente sigue propugnando, desde el exilio en Miami, un levantamiento popular a la muerte de Castro.

En todo caso, en una América Latina integrada en su totalidad por democracias formales de centro-izquierda, centro-derecha, populistas más o menos radicales, el régimen de Cuba es un anacronismo. Los cubanos saben que más pronto o más tarde han de iniciar el cambio hacia una república homologable, conservando los avances en materia social que los sitúan muy por delante de otros países del área, según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU. La pregunta es la que misma de la España de la transición: ¿reforma o ruptura? 

 

 
 
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