Crónica           IMPRIMIR
30 de enero de 2008

Angustias del sofrito

Oscar Mario González 

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Para los nacidos en esta Isla la calidad del plato fuerte de la cena está relacionada, la mayoría de las veces, con una buena salsa. La base de ésta es un adecuado sofrito que depende a su vez de los ingredientes básicos.

Tanto es el aprecio que por la salsa  tiene el cubano, que identifica al vocablo con la clave del éxito personal y, sobre todo, en el ámbito amoroso.
               
Así pues, una mujer o un hombre poco favorecidos por  atributos  corporales, puede que tengan magníficos resultados en el amor y en la vida en general, si poseen salsa. Es decir, si están dotados de esa cosa picaresca, “saltona” y “cascabelera” que los distancia de la insipidez y el desabrimiento.
                
La gente “salsosa” tiene asegurada la puerta de entrada al recinto del éxito en medio de una población, por lo general, remisa a la gente “pesá” y “sangrona”. Por el contrario usted puede ser más lindo que un querubín pero si es sonso, lento y “despabilao”, posiblemente pase más trabajo para triunfar que un negro esclavo en tiempos de la colonia. Pero como habíamos dicho la salsa pide un buen sofrito y éste buenos ingredientes.
                                
Las especias frescas o las conservadas para hacer un buen aderezo  están escasas y con el precio por las nubes; el sofrito para una buena salsa, que garantice un plato como Dios manda, se está convirtiendo en un lujo por el gasto que ocasiona frente a tantas necesidades básicas.
              
Entrado el mes de enero y en plena cosecha de especias y  hortalizas el tomate de ensalada está de tres a seis pesos la libra en Ciudad Habana; a otro tanto la de pimiento y el ají (jai o cachucha) se vende a cinco pesos el equivalente al volumen de una latica de leche condensada. La cebolla a cinco o seis el mazo de cinco o seis unidades. El ajo criollo, ese “rebigido” y patiseco que al machacarse en el mortero se vuelve paja y rastrojo, no baja de dos pesos la cabeza. Hay que cerrar los ojos y comprar la grande de procedencia chilena, aunque cueste a cinco pesos la unidad. Un verdadero abuso -comenta la marchantería- en un  país donde más de las cuatro quintas partes del territorio nacional es cultivable. Además, dicen las buenas amas de casa que este ajo foráneo es algo insípido y muy inferior al criollo.
           
Pero el muslo de pollo americano y  la media libra de pescado que mensualmente venden por la libreta de racionamiento a subsidiados, requieren de un buen sofrito para que la salsa no sólo mejore  su sabor, sino para que  acompañe a la vianda y al arroz. Hasta a las ocho onzas  de picadillo “saborizado,” que algunos meses sustituye al pescado, hay que hacerle un ligero sofrito porque el gusto con que viene de fábrica tiene un dejo extraño que no está a tono con el paladar. Sabe a “rayo encendido”.
 
Otros platos preferidos y que algunos llevan a la mesa, aunque para ello tengan que vivir desafiando la legalidad socialista mediante el “invento”, son los fricasés de puerco y de pollo y el chilindrón de chivo o carnero; todos ellos reclamantes
de un adecuado sofrito, rico en ajo, cebolla y  comino; orégano y algo de pimienta.

Ni que hablar de la “ropa vieja”, la carne de res con papas, y los enchilados de langosta y camarones tan frecuentes en la mesa de la gente de alcurnia y, tan asociados al buen sofrito, que la sola idea de su ausencia estremece de angustia a todo el Comité Central del Partido con su Buró Político y su Secretariado. ¡Qué sería del destino de estos esforzados constructores del socialismo del siglo XXI sin el sofrito; cómo podrían seguir llevando a cuestas los pesares y calamidades de la patria si les llegara a faltar estos manjares culinarios cuya realidad sería imposible sin la presencia de un aromático sofrito! Más, para ellos, y por encima de las leyes o arbitrariedades del mercado socialista, siempre la madre tierra será espléndida en sus frutos de modo que nunca les falte el ajo, la cebolla, el ají y los demás ingredientes.

 

 
 
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