28 de enero de 2008

Homo revolucionario

NESTOR DIAZ DE VILLEGAS / El Nuevo Herald

Acudo al simposio ''Cuba: revolución y homosexualidad'', organizado en Madrid por la Casa de América y por la Confederación Española de Asociaciones de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (COLEGAS). Bajo al sótano del edificio y me encuentro con un panel de intelectuales que rinde culto a la memoria del poeta José Mario, quien, al parecer, fue todo un personaje de la movida cubana madrileña. Entonces me fijo en el afiche del evento, colocado sobre las cabezas de los panelistas: representa al Che de Korda en los colores del pabellón gay, una especie de homo revolucionario.

''Cruce macabro'', comento, cuando el moderador me da la palabra. Y enseguida trato de demostrar que los diseñadores del afiche se habían equivocado de Guevara, justamente por haber sido Alfredo, y no Ernesto, la cabeza visible de la ''represión'' en Cuba --un dato que, a mi juicio, podría dar pie a un excelente estudio sobre el componente homosexual de esa misma represión. Recordemos que es Alfredo quien en 1948 aterriza con Fidel en Colombia, y que es Alfredo quien acompaña a su hombre al ''bogotazo'', y que, hasta hoy, a nadie se le ha ocurrido investigar el rol de la homosexualidad en el origen de ''la violencia''. Contraponer revolución y homosexualidad es un cliché, tal vez hasta un error: Alfredo Guevara es la prueba viviente de la existencia de un complejo castrista-represor-homosexual.

Desde sus inicios, la revolución cubana carga la culpa de quienes fueron, a un tiempo, reprimidos y represores. Ahí está, por ejemplo, el affaire Humboldt 7, del que parten tantos callejones oscuros de nuestra historia moderna. A Otto Meruelo, el vocero de Batista, por tener la osadía de sugerir que la revolución era, en el fondo, un enredo de locas, lo metieron 18 años en la cárcel. Durante todo ese tiempo, Otto fue el reo privado de Raúl Castro, sólo por haberlo llamado ''la china de los ojos tristes''. Cualquier proceso de glasnost en Cuba deberá comenzar por aclarar esos crímenes comunes, antes de dedicarse a resolver los grandes misterios políticos.

El régimen sabe esto, y sabe que le llegó la hora de salir del armario: su tan cacareada transición ha consistido en otorgar a la hija de ''la-de-los-ojos-tristes'' el título de directora de un afocante Centro Nacional de Educación Sexual, CENESEX. La transición, en todo lo que tiene de destape, se delata en la ironía de ese nombramiento.

El problema con el CENESEX es que habla la lengua de los yanquis en el debate con los homosexuales vernáculos. Obviamente, la adopción de las prácticas del movimiento de liberación gay, con su orgullo oficial y su arcoiris gringo, poco o nada tiene que ver con el modo de ser ''entendido'' en Cuba. Nuestros ''entendidos'' podrían dar lecciones de libertad a sus homólogos de San Francisco; y en cuanto a orgullo, llevarán siempre la delantera aquellos que sobrevivieron purgas, ostracismo, actos de repudio, y casi 50 años de guevarismo.

Es obvio que, si Mariela Castro pretende iniciar una discusión a fondo sobre el tema de la revolución y la homosexualidad, debería empezar por admitir que usurpa, con fines proselitistas, un espacio de acción ganado a la fuerza por quienes reclamaron los baños de los carnavales, o de las escuelas al campo, como su dominio. Pero ¿no es acaso a los liberales de todos los países, incluidos los abanderados de una ''liberación'' sin libertad, a quienes se dirige realmente Mariela, y con quienes el régimen quiere congraciarse, a través de ella? Por eso se ha vuelto absolutamente natural encontrarnos, en un simposio europeo, a un Che Guevara arropado en la enseña gay.

El homo revolucionario del CENESEX es un homúnculo colonizado y castrado, y muy parecido al Dancing Clown que el artista Jonathan Borofsky modeló en plástico para hacerlo colgar de una cornisa en la playa de Santa Mónica. De la mitad para arriba es un payaso barbudo; de la mitad para abajo es una bailarina de ballet. Gracias a Mariela, el sueño guevarista del hombre nuevo degeneró en una loca nueva, cruce de Fidel Castro y Alicia Alonso.

 

 
 
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