Crónica           IMPRIMIR
28 de enero de 2008
Langostas mutantes

 Yoel Espinosa Medrano, Cubanacán Press

SANA CLARA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - ¡Un camión con langostas, pargos, bonitos, y otros productos marinos! ¡Cosa extraña!, -exclamó al colgar el teléfono aquella mañana José Díaz, administrador de la unidad de venta a la población, perteneciente a la empresa estatal Pesca Villa, ubicada en el edificio 12 plantas del reparto Brisas del Oeste, en la ciudad de Santa Clara.

El funcionario y los dependientes, entusiasmados, informaban a cuanta persona venía en busca de algún producto «marino» ante la carencia permanente de carne en los mercados nacionales.

La noticia se propagó a la velocidad de la luz. En la cola había más de 60 personas esperando al camión con la mercancía. Judith Ruiz, quien visita a diario el lugar, expresó:

-¡Al fin se acordaron que esta unidad es para vender productos del mar!

-Sí –dijo otra mujer-, pero no pargos ni langostas, ni bonitos, esos no son para los cubanos de a pie. De mariscos ni hablar, y los pescados que comemos son de agua dulce, casi desperdicios!

El murmullo iba subiendo de tono, ya que nadie explica por qué no comemos pescado a menudo si somos una isla.

El viejo José, que compra periódicos y después los revende para ganarse unos quilos y echarle algo al estómago dijo en alta voz:

-La prensa dice que hay petróleo para desarrollar la industria pesquera pero nosotros no vemos esos productos. Yo les aseguro que dentro de poco tiempo esta pescadería cerrará porque Hugo Chávez perderá las próximas elecciones. 

Cerca de estas mujeres, sentados en el muro de la jardinera, a un lado de la pescadería, tres hombres que peinaban canas comentaban que desde hacía seis meses la entidad sólo vendía ventrecha de claria, picadillo de pescado de agua dulce, raya salada, alguna que otra tilapia y la inagotable masa de croqueta, y se comentó que a pesar de la mala calidad, el precio de cada producto superaba los 10 pesos el kilogramo. 

El sol se hacía sentir a media mañana, y la impaciencia se apoderaba de los presentes. Varios clientes se marcharon defraudados por la larga espera del camión y hasta insultaron al administrador y los dependientes.

Otros preguntaron cuándo llegaría la mercancía, y la respuesta fue: dentro de un rato.

Una señora dijo a otra que le seguía en la cola, que ya no era posible ver un programa nuevo en la TV porque todos eran de repetición. Un niño, cansado de corretear, dijo a la madre que tenía hambre, y la señora le respondió que comería algo cuando llegara a casa porque en el merendero “Brisas Riviera”, ubicado en el  edificio, solo vendían croquetas horneadas con pan elaborado el día anterior.

De pronto, dos jóvenes pasaron a todo correr frente a los que esperaban el pescado. Huían de cuatro policías por vender chavitos de manera ilegal, y ahí mismo cayó en manos de los uniformados el viejo Raúl, operado del corazón e imposibilitado de realizar esfuerzo físico, quien también se dedica a la venta del dinero con el que se adquieren productos de primera necesidad en las llamadas tiendas recaudadoras de divisas. En el acto le decomisaron a Raúl 70 pesos CUC y lo multaron con 750 pesos.

¡Al fin llegó el camión! Los presentes en la cola, deseosos  de saborear algún que otro marisco, se incomodaron cuando cuando el estibador descargó tres cajas con cabezas y cuescos de langostas. Un señor con buen ánimo expresó jocosamente:

¡Caballeros, recuerden que en Cuba el pueblo sólo puede comer langostas mutadas!

 

 
 
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