Crónica           IMPRIMIR
28 de enero de 2008

Las estaciones de Borges

Miguel Iturria Savón 


LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Ernesto Borges Pérez, condenado a treinta años de prisión por “traición a la patria”, fue uno de esos jóvenes pobres educados para servir a la revolución dentro de los órganos militares. Estudió en la Escuela Superior de Inteligencia de la KGB. Al regresar de Moscú, en 1989, traía en su mente las técnicas de acoso y el espíritu renovador de la perestroika que, paradójicamente, apostaba por la democratización del socialismo.

La diferencia entre lo estudiado y lo vivido en la capital del viejo imperio favoreció sus reflexiones posteriores. Su desempeño como oficial de la Contrainteligencia Cubana lo llevaron gradualmente a las dudas y al análisis crítico de la realidad insular. Nueve años fueron suficientes para remover su ingenuidad, tirar a un lado los bastones ideológicos y sopesar la barbarie de “ese entorno de mediocridad, doble moral, temores y servidumbre que atrapa a los servidores de un régimen despótico y caduco”.

El testimonio personal de este prisionero revela algunas interioridades del aparato represivo insular. “Desmoraliza aceptar que el Gobierno es totalmente insensible a la dramática situación económica que vive la población desde la desaparición del campo socialista. Sentí mucha vergüenza ante mi patria y mi gente cuando comprendí que le estaba sirviendo a tanta mierda, pues percibí que el sistema social cubano no es más que una gran estafa política”.

“Nada refleja la decadencia y la corrupción del régimen como la propia vida interna en la Seguridad del Estado. Los niveles de desinformación que acompañan a la oficialidad son realmente impresionantes. También les acompaña mucho miedo, un miedo inducido desde arriba, como resultado de los métodos de dirección y del trabajo ideológico”.       

Borges se sentía frustrado y utilizado; vislumbró que no tenía perspectivas de desarrollo y decidió golpear desde dentro el trabajo de inteligencia y contrainteligencia desplegado contra los Estados Unidos y las asociaciones contestatarias en la isla. “No busqué contacto con los grupos y líderes de la oposición política interna porque entonces los subestimaba, creía que estaban infiltrados y controlados por la contrainteligencia. No valoraba su forma de lucha pacífica. No comprendía todo el valor que tiene el trabajo de la disidencia para velar por el respeto de los Derechos humanos y su divulgación entre la población; no apreciaba la importancia de debatir abiertamente los vicios del sistema, la falta de democracia y de libertades políticas”.

El prisionero confiesa que unos meses antes de su detención, en julio de 1998, fuerzas de la policía política realizaron un registro público en la habitación que ocupaba en la casa de un hermano. Durante el registro lo trataron como a un criminal a pesar de ser  capitán de la Contrainteligencia Cubana. No encontraron nada ilícito pero no le ofrecieron disculpas ante sus vecinos y colegas de trabajo. Agrega que:

“Este incidente me devolvió el recuerdo de una sospecha que pesaba sobre mi por haber sido testigo directo de esa extraordinaria y decisiva Revolución democrática rusa, cuya etapa de gestación tuvo lugar en mis años de estudio universitario en Moscú, de 1985 a 1989”.

Borges afirma que en su evolución influyó el silencio del Gobierno de Cuba en torno a los sucesos de la Unión Soviética y las naciones de Europa del Este: “ocultaron los resultados y las adversidades que enfrentó esa revolución rusa por la corrupción, las deformaciones morales y las mafias que llevaban décadas dentro de la clase dirigente de esos países comunistas. También se le ocultó a nuestro pueblo los logros económicos y sociales obtenidos con las privatizaciones y el incremento de la inversión extranjera en China y Vietnam, donde millones de personas han salido de la pobreza en tiempo record…”

“Cambié mientras veía cómo la corrupción y la doble moral se enseñoreaban en todos los sectores de la sociedad cubana; al ver la 5ta Avenida y el Malecón… atiborrados de jóvenes prostitutas, aunque oficialmente era prohibido reconocer la existencia de la prostitución y el proxenetismo, así como el “incipiente” mercado interno de drogas, reconocido después y enfrentado policial, jurídica y políticamente en 2003”.

El ex oficial encarcelado evoca la impronta personal que le dejaron acontecimientos internos como el eufemístico período especial, el éxodo masivo de 1994, el derribo de las avionetas de los Hermanos al Rescate, en febrero de 1996, y su intervención como analista en los interrogatorios a Robert Vesco, prófugo norteamericano refugiado en Cuba, donde “reconoció su condición de narcotraficante internacional, pero fue sancionado por un delito menor”.

Advierte que tales hechos le “hicieron cuestionar seriamente las buenas intenciones del Presidente Fidel Castro…”, quien “en su arrogancia, autosuficiencia e ingratitud, acusara a toda la clase dirigente rusa de cobardía política, de traición al socialismo”, pues nunca quiso “democratizar el Gobierno de Cuba… sustentado en una  dictadura… de corte estalinista”. 

En su desgarrador testimonio Borges señala que les retiró la confianza a los hermanos Castro, al Gobierno y al Partido Comunista “cuando llegué a la certeza  de que lo único que realmente les interesa es perpetuarse en el poder, aunque eso implique mantener a once millones de cubanos en una vergonzosa pobreza artificial…”

Refiere, además: “las tensiones y el profundo malestar de la oficialidad por la reprimenda pública que se llevó el Ministerio del Interior con las causas 1 y 2, así como por la ruptura del Estado Cubano con la transición política en la URSS y la Revolución democrática en Europa oriental”.

Al describir su frustración y el rechazo personal a la dictadura, al sistema político y al Ministerio del Interior, advierte que casi gritó su desconcierto y su rebeldía. “No me di todo el tiempo necesario para organizarme y planificar mis acciones. Actué con desesperación y temeridad... Ya preso, bajo el proceso de instrucción traté de resistir los interrogatorios lo mejor que pude”.

Al analizar su fracaso relata la certeza de haber sido drogado a través de los líquidos y los alimentos, al igual que un norteamericano que estaba en su celda, a quien le hicieron perder la noción del tiempo durante varios días. “Dios me concedió la oportunidad de sobrevivir, me dio las fuerzas necesarias…”

En estas páginas introspectivas el prisionero cuenta su aislamiento inicial, la convivencia obligatoria con narcotraficantes colombianos y la conversión “…de ferviente defensor ateo de la dictadura del proletariado… a discípulo y misionero de Cristo Jesús…”

Desde la cárcel Ernesto Borges imagina el mañana y expresa su compromiso con las fuerzas que enfrentan a la dictadura. Su gratitud y admiración por las organizaciones contestatarias lo llevaron recientemente a las filas del Partido Liberal de Cuba, en el cual milita su padre, otro ex oficial de la Seguridad del Estado que retó las incertidumbres y ahora denuncia las violaciones de los Derechos Humanos en la isla.

Ambos confían en las posibilidades del futuro, en el restablecimiento de las relaciones amistosas y de libre comercio con los Estados Unidos, nación que “ha dado pruebas de absoluta lealtad a los sueños de libertad y democracia de los cubanos…”, como “la  mayoría de los países de la Unión Europea…”

Más que un milagro, la evolución de este prisionero de conciencia revela la fisura de las fuerzas represivas. El despertar y el distanciamiento de Borges ilustran el sendero de la esperanza desde las celdas del castrismo.

 

 
 
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