La calumnia no perdona
Raúl Rivero - El Mundo/España
En la portada del libro hay una flor acorazada,
azul añil y dispareja. Se quiere salir de un búcaro
que parece una jota grávida. La pintó Belkis Cuza
Malé (Santiago de Cuba, 1942) y le ha pedido a la colección
Lunáticas ZV que la ponga a la entrada de los poemas que
reúne ahora bajo el título de La otra mejilla.
La edición es una joya y los poemas son buenos y están
heridos. Es la poesía fuerte y cuidada que viene desde los
primeros libros de la escritora. Los versos comunicativos y hondos
de Tiempos de sol, Cartas a Ana Frank y Juego de damas, pero que
en esta colección de 76 páginas a mí se me
aparecen a veces desconsolados, presos en unos espejos que alguien
ha roto.
La otra mejilla está ahí, descubierta, indefensa,
dispuesta para el azote inminente de la mano visible y conocida
del verdugo. Y está también el dolor del primer golpe,
que se puede ver o presentir en el recorrido por los poemas.
Creo que es un libro importante en el desarrollo de la obra de Belkis
Cuza Malé. Lo es porque se trata de un inventario de los
años vividos, un recuento en el que pueden verse todavía
algunas interrogantes, etapas y sucesos de los que casi no se sabe
nada. Hay, además, un banderín con demasiadas franjas
oscuras y una buena porción de flechas rotas.
Es un conjunto de crónicas hechas con la caja de herramientas
de la poesía. Cuando se hace ese ejercicio, los episodios
y sus piezas cortantes se sumergen y desaparecen. Lo que queda tendido
en las líneas de versos son los sentimientos.
Grace Piney Roche, en su nota de presentación, lo dice de
otra manera después de haber tratado de hallar alegría
a toda costa en el cuaderno: «La poetisa saca a pasear a la
melancolía, como a la angustia y a la nostalgia, con sus
respectivas cargas de ambigüedad y también de desasosiego».
La escritora, que salió de su país en 1980, dirige
la revista Linden Line Magazine y La Casa Azul, un centro cultural
y galería de arte en Forth Worth, Texas, que es el lugar
donde reside, pinta, escribe y trabaja como consejera espiritual.
Ella fue arrestada y sometida a interrogatorios por la policía
política en 1971, acusada de incitar a su esposo a realizar
actividades contrarrevolucionarias. En ese momento estaba casada
con el poeta Heberto Padilla, protagonista de la primera gran ruptura
de los intelectuales con el régimen a raíz de la publicación
de su libro Fuera del Juego. Padilla murió en Alabama, Estados
Unidos, en el otoño de 2000.
Después de estas dos notas de muertes y tristezas hay que
terminar con estos versos del cuaderno de Belkis: «Los espejos,
¿quién rompió los espejos?/ ¿quién
hizo trizas la noche y arrastró/ la memoria como un disco
de fonógrafo/ y se cosió un uniforme/ y al cinto una
pistola?».
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