Crónica           IMPRIMIR
18 de enero de 2008

El duro camino de la esperanza

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - El final del año 2007 y el comienzo de 2008 están marcados por el ritmo dilatado de un compás de espera. El desconocido mostró la jaba vacía a quienes viajábamos en el asiento trasero del carro. Dijo que salió de su casa a comprar queso fundido para agregarle a los panes que su nieto lleva a la escuela cada día. No encontró el producto. Cansado, pero no vencido, se encaminó a un establecimiento donde quizás encontrara el queso. Era su última esperanza.

Según la opinión de muchos, en el flamante 2008 el desabastecimiento caracteriza las vitrinas de los comercios. En aquellos que aún venden productos y mercancías en moneda nacional y en los que ofertan en moneda convertible.

No hay mantequilla, ni aceite vegetal en unos y, en otros no encuentras ni las cajas de puré de tomate tan solicitadas para la comida diaria. Mientras los precios en los mercados de venta libre alcanzan las cúspides de un Himalaya financiero.

La palabra que se escucha en boca de casi todos es “cambio”. Ratificada en las intervenciones últimas de Raúl Castro, la idea de cambiar todo lo que no se acomode a resolver las necesidades cotidianas, a mejorar la parcela micro económica familiar es la respuesta anhelada por la calle.

Aunque los ciudadanos, sobre todo los jóvenes, plantean a nivel interpersonal sus demandas en conjunto, no saben todavía que lo que desean es una liberalización de la sociedad, o al menos desmontar un sistema de prohibiciones, también ya reconocido como obsoleto a nivel gubernamental.

Sin embargo, junto a la esperanza renovada de andar –una vez más- por el “camino correcto”, las tuercas herrumbrosas de la añejada burocracia estatal parecen reacias a moverse a la velocidad que las necesidades urgentes de la población reclaman, y privilegia un enfoque que la ceguera del poder les impide transformar.

Mientras algunos vaticinan que este 2008 es ya una fecha límite, los agentes policiales continúan despojando a quienes portan en sus muñecas manillas plásticas con la palabra CAMBIO.

De un lado y otro la ambigüedad marca el ritmo por un camino de esperanza que puede, también muy pronto, desvanecerse en las mentes de los individuos. Están por ver los cambios, y lo único que se vislumbra es más desabastecimiento mercantil y una aplicación muy lenta de soluciones.

No obstante, en la gestión callejera, sólo el dinero convertible mueve montañas de obstáculos. Para resolver cualquier asunto, hay que pagar. Desde la solución de un problema con la vivienda, hasta una operación en un centro hospitalario. Los pesos convertibles son el aceite que engrasa mejor las ruedas de la maquinaria estatal.

A pesar de que el estimado del salario promedio ascendió a poco más de 400 pesos, según informes oficiales, los asalariados no consiguen estirar la paga hasta el final del mes. En tanto cinco tomates cuesten diez pesos y una piña quince, será difícil conseguir tal objetivo económico familiar. A manera de ejemplo, una bolsa de 750 ml de vino seco de fabricación casera, dos cabezas de ajo, un vaso de ajíes, dos sobres de café, una papaya de ocho libras me costaron sesenta pesos.

Por tanto, algo que enfada a buena parte de la población es la visión idílica de los asuntos nacionales con la que los medios de información oficiales tratan de teñir la realidad que muestran. Allí, en la pantalla del televisor todo se soluciona.

 
 
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