El
duro camino de la esperanza
Lucas Garve, Fundación por la Libertad de
Expresión
LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - El final
del año 2007 y el comienzo de 2008 están marcados
por el ritmo dilatado de un compás de espera. El desconocido
mostró la jaba vacía a quienes viajábamos en
el asiento trasero del carro. Dijo que salió de su casa a
comprar queso fundido para agregarle a los panes que su nieto lleva
a la escuela cada día. No encontró el producto. Cansado,
pero no vencido, se encaminó a un establecimiento donde quizás
encontrara el queso. Era su última esperanza.
Según la opinión de muchos, en el flamante
2008 el desabastecimiento caracteriza las vitrinas de los comercios.
En aquellos que aún venden productos y mercancías
en moneda nacional y en los que ofertan en moneda convertible.
No hay mantequilla, ni aceite vegetal en unos y,
en otros no encuentras ni las cajas de puré de tomate tan
solicitadas para la comida diaria. Mientras los precios en los mercados
de venta libre alcanzan las cúspides de un Himalaya financiero.
La palabra que se escucha en boca de casi todos es
“cambio”. Ratificada en las intervenciones últimas
de Raúl Castro, la idea de cambiar todo lo que no se acomode
a resolver las necesidades cotidianas, a mejorar la parcela micro
económica familiar es la respuesta anhelada por la calle.
Aunque los ciudadanos, sobre todo los jóvenes,
plantean a nivel interpersonal sus demandas en conjunto, no saben
todavía que lo que desean es una liberalización de
la sociedad, o al menos desmontar un sistema de prohibiciones, también
ya reconocido como obsoleto a nivel gubernamental.
Sin embargo, junto a la esperanza renovada de andar
–una vez más- por el “camino correcto”,
las tuercas herrumbrosas de la añejada burocracia estatal
parecen reacias a moverse a la velocidad que las necesidades urgentes
de la población reclaman, y privilegia un enfoque que la
ceguera del poder les impide transformar.
Mientras algunos vaticinan que este 2008 es ya una
fecha límite, los agentes policiales continúan despojando
a quienes portan en sus muñecas manillas plásticas
con la palabra CAMBIO.
De un lado y otro la ambigüedad marca el ritmo
por un camino de esperanza que puede, también muy pronto,
desvanecerse en las mentes de los individuos. Están por ver
los cambios, y lo único que se vislumbra es más desabastecimiento
mercantil y una aplicación muy lenta de soluciones.
No obstante, en la gestión callejera, sólo
el dinero convertible mueve montañas de obstáculos.
Para resolver cualquier asunto, hay que pagar. Desde la solución
de un problema con la vivienda, hasta una operación en un
centro hospitalario. Los pesos convertibles son el aceite que engrasa
mejor las ruedas de la maquinaria estatal.
A pesar de que el estimado del salario promedio ascendió
a poco más de 400 pesos, según informes oficiales,
los asalariados no consiguen estirar la paga hasta el final del
mes. En tanto cinco tomates cuesten diez pesos y una piña
quince, será difícil conseguir tal objetivo económico
familiar. A manera de ejemplo, una bolsa de 750 ml de vino seco
de fabricación casera, dos cabezas de ajo, un vaso de ajíes,
dos sobres de café, una papaya de ocho libras me costaron
sesenta pesos.
Por tanto, algo que enfada a buena parte de
la población es la visión idílica de los asuntos
nacionales con la que los medios de información oficiales
tratan de teñir la realidad que muestran. Allí, en
la pantalla del televisor todo se soluciona.
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