Crónica           IMPRIMIR
16 de enero de 2008

Nostalgias por un fandango

Luis Cino

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - La fiesta, aunque la revoloteen los buitres, aún no termina, pero ya empezaron las nostalgias y acuden las plañideras.

Mantener vivo el fandango, decía la primera estrofa, traducida al español, de una canción de Procol Harum del verano de amor de 1967. En la radio cubana la ponían por Cristina (no la presidenta argentina, esposa de Kirchner, sino Cristina y Los Stop). Así nos ahorraban la traducción y el diversionismo ideológico que implicaba la música anglosajona. En su versión ibérica se llamó “Con su blanca palidez”, un título que ahora, con tantos rostros lívidos, casi cadavéricos, también viene a cuento.

Precisamente de eso tratan hoy: de mantener vivo el fandango. A toda costa. Con vírgenes vestales, bombillos ahorradores, trabajadores sociales y petróleo de Maracaibo.

La revolución fue una fiesta de pobres en la que a la mayoría nos tocó bailar con la más fea mientras la nueva clase se comía los dulces. Aún así, en un momento u otro, casi todos bailamos y cantamos. Otros se menearon, tararearon o siguieron el ritmo con los pies. Ahora que casi se acaba, pretenden que añoremos por anticipado la fiesta.

El lanzamiento en La Habana de la más reciente novela de Senel Paz, En el cielo con diamantes, se suma a una saga cosmética que incluye episodios como la película Fresa y chocolate, la construcción de la estatua de Lennon en un parque del Vedado, el apostolado de Mariela Castro en pro de los gays y la tormenta de los e-mail.

Ahora que intelectuales y artistas fingen creerse que de veras son ellos los que levantan los techos de las prohibiciones e impulsan el debate cultural, es buen momento para que se sigan creyendo cosas tales como que “en Cuba no hay temas tabúes”.

Antes que lo editara Letras Cubanas, ya la novela (con título tomado en préstamo del Sgt. Pepper de los Beatles) circulaba en Cuba en edición española a través de las bibliotecas independientes.

En la novela, Senel Paz recrea -maravillas de la intertextualidad y el postmodernismo- la misma beca a finales de los años 60, los dos amigos y la gordita Ofelia del cuento y el guión de la película “Una novia para David”. Senel tiene oficio. Todo funciona de maravillas. Excepto la moraleja. Pero esa no la pone Senel Paz, sino los comisarios que autorizaron, para arrimar la brasa a su sardina, lo que hace unos años era impensable: que publicaran un libro así en Cuba.

La moraleja es simple: en el pasado se cometieron errores que fueron necesarios y que ya están superados, pero no todo fue tan malo. Compartimos una historia común y por eso, los males, repartidos entre todos, tocaron a menos. A pesar de los pesares, ¡fuimos tan jóvenes y tan felices!

Así las cosas, no tenemos más remedio que añorar dulcemente aquel paraíso perdido.

Las ampollas en las manos, el porrón y las metas en los cortes de caña, las letrinas, los sacos de las literas, la lata de leche condensada compartida entre tres o cuatro, el arroz y los chícharos con gorgojos en la mugrienta bandeja de aluminio, la noche que aprendimos a robar comida del almacén.

Las redadas en El Vedado. El Rubber Soul que nos confiscó la policía, las veces que nos cortaron la melena, las noches en los calabozos.

La novia que nos botó porque se lo recomendó el comité de base de la UJC. El amigo que nos chivateó. Los rigores militares de la beca, los domingos que no tuvimos pase.

Aquellos encantadores sargentos instructores del servicio militar que nos ordenaban hacer planchas y trotar kilómetros bajo un sol de penitencia.

Los sobrevivientes debemos estar agradecidos como perros de poderlo contar. Ahora nos reprochan que seamos resentidos, que nos empeñemos en recordar lo malo y lo peor.

¿Por qué no recordar también las películas de la Cinemateca, los sábados en La Rampa, los sabores de los helados de Coppelia, la victrola de Las Cañitas, los zapatos Primor, la colonia Galeón, el desodorante Fiesta, las piernas de Cristina Obín y los ojos de Susana Pérez, los irrompibles relojes Poljot, la sobrecama y la olla que vendían en el Palacio de los Matrimonios, la camisa prestada para ir al Polinesio, las cervezas heladas del Conejito, el primer disco de Los Van Van (Marilú, oh Marilú), la voz ronca del King y su guitarra en el Pico Blanco del Saint John? Recuerdo eso y todo lo demás.

Para borrar los errores y horrores del pasado y del presente, no bastan los nostálgicos y trasgresores cuentos, novelas y guiones para películas de Senel Paz. Tampoco las tormentas de e-mail con comején son suficientes para exorcizar el Decenio Gris. ¿Acaso fueron de distinto color los demás decenios?

Añoramos nuestros años de juventud pero no las circunstancias en que discurrieron. Fuimos jóvenes no gracias, sino a pesar de la fiesta revolucionaria. Que la gordita Ofelia, los chivatos de la beca que luego lo siguieron siendo y los rehabilitados del parametraje y los ostracismos se encarguen de mantener vivo el fandango, la blanca palidez y el batir de alas de los buitres.

Para el fandango, ahora o cuando termine, no cuenten con mi nostalgia incondicional. Conozco los límites exactos que la separan del masoquismo.


 
 
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