Nostalgias
por un fandango
Luis Cino
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - La fiesta, aunque
la revoloteen los buitres, aún no termina, pero ya empezaron
las nostalgias y acuden las plañideras.
Mantener vivo el fandango, decía la primera
estrofa, traducida al español, de una canción de Procol
Harum del verano de amor de 1967. En la radio cubana la ponían
por Cristina (no la presidenta argentina, esposa de Kirchner, sino
Cristina y Los Stop). Así nos ahorraban la traducción
y el diversionismo ideológico que implicaba la música
anglosajona. En su versión ibérica se llamó
“Con su blanca palidez”, un título que ahora,
con tantos rostros lívidos, casi cadavéricos, también
viene a cuento.
Precisamente de eso tratan hoy: de mantener vivo
el fandango. A toda costa. Con vírgenes vestales, bombillos
ahorradores, trabajadores sociales y petróleo de Maracaibo.
La revolución fue una fiesta de pobres en
la que a la mayoría nos tocó bailar con la más
fea mientras la nueva clase se comía los dulces. Aún
así, en un momento u otro, casi todos bailamos y cantamos.
Otros se menearon, tararearon o siguieron el ritmo con los pies.
Ahora que casi se acaba, pretenden que añoremos por anticipado
la fiesta.
El lanzamiento en La Habana de la más reciente
novela de Senel Paz, En el cielo con diamantes, se suma a una saga
cosmética que incluye episodios como la película Fresa
y chocolate, la construcción de la estatua de Lennon en un
parque del Vedado, el apostolado de Mariela Castro en pro de los
gays y la tormenta de los e-mail.
Ahora que intelectuales y artistas fingen creerse que de veras son
ellos los que levantan los techos de las prohibiciones e impulsan
el debate cultural, es buen momento para que se sigan creyendo cosas
tales como que “en Cuba no hay temas tabúes”.
Antes que lo editara Letras Cubanas, ya la novela
(con título tomado en préstamo del Sgt. Pepper de
los Beatles) circulaba en Cuba en edición española
a través de las bibliotecas independientes.
En la novela, Senel Paz recrea -maravillas de la
intertextualidad y el postmodernismo- la misma beca a finales de
los años 60, los dos amigos y la gordita Ofelia del cuento
y el guión de la película “Una novia para David”.
Senel tiene oficio. Todo funciona de maravillas. Excepto la moraleja.
Pero esa no la pone Senel Paz, sino los comisarios que autorizaron,
para arrimar la brasa a su sardina, lo que hace unos años
era impensable: que publicaran un libro así en Cuba.
La moraleja es simple: en el pasado se cometieron
errores que fueron necesarios y que ya están superados, pero
no todo fue tan malo. Compartimos una historia común y por
eso, los males, repartidos entre todos, tocaron a menos. A pesar
de los pesares, ¡fuimos tan jóvenes y tan felices!
Así las cosas, no tenemos más remedio
que añorar dulcemente aquel paraíso perdido.
Las ampollas en las manos, el porrón y las
metas en los cortes de caña, las letrinas, los sacos de las
literas, la lata de leche condensada compartida entre tres o cuatro,
el arroz y los chícharos con gorgojos en la mugrienta bandeja
de aluminio, la noche que aprendimos a robar comida del almacén.
Las redadas en El Vedado. El Rubber Soul que nos
confiscó la policía, las veces que nos cortaron la
melena, las noches en los calabozos.
La novia que nos botó porque se lo recomendó
el comité de base de la UJC. El amigo que nos chivateó.
Los rigores militares de la beca, los domingos que no tuvimos pase.
Aquellos encantadores sargentos instructores del
servicio militar que nos ordenaban hacer planchas y trotar kilómetros
bajo un sol de penitencia.
Los sobrevivientes debemos estar agradecidos como
perros de poderlo contar. Ahora nos reprochan que seamos resentidos,
que nos empeñemos en recordar lo malo y lo peor.
¿Por qué no recordar también
las películas de la Cinemateca, los sábados en La
Rampa, los sabores de los helados de Coppelia, la victrola de Las
Cañitas, los zapatos Primor, la colonia Galeón, el
desodorante Fiesta, las piernas de Cristina Obín y los ojos
de Susana Pérez, los irrompibles relojes Poljot, la sobrecama
y la olla que vendían en el Palacio de los Matrimonios, la
camisa prestada para ir al Polinesio, las cervezas heladas del Conejito,
el primer disco de Los Van Van (Marilú, oh Marilú),
la voz ronca del King y su guitarra en el Pico Blanco del Saint
John? Recuerdo eso y todo lo demás.
Para borrar los errores y horrores del pasado y del
presente, no bastan los nostálgicos y trasgresores cuentos,
novelas y guiones para películas de Senel Paz. Tampoco las
tormentas de e-mail con comején son suficientes para exorcizar
el Decenio Gris. ¿Acaso fueron de distinto color los demás
decenios?
Añoramos nuestros años de juventud
pero no las circunstancias en que discurrieron. Fuimos jóvenes
no gracias, sino a pesar de la fiesta revolucionaria. Que la gordita
Ofelia, los chivatos de la beca que luego lo siguieron siendo y
los rehabilitados del parametraje y los ostracismos se encarguen
de mantener vivo el fandango, la blanca palidez y el batir de alas
de los buitres.
Para el fandango, ahora o cuando termine, no
cuenten con mi nostalgia incondicional. Conozco los límites
exactos que la separan del masoquismo.
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