TINTA
RAPIDA
Problema familiar
RAUL RIVERO
El oportunismo no es una propiedad privada.
Es un fenómeno libre, abierto y abundante que sirve a los
grupos políticos de cualquier tendencia. Se entrega fácil
y pone su cautela de ofidio y sus recursos teatrales al servicio
del primero que llegue y lo maneje con talento natural, creatividad
y sin escrúpulos.
En América Latina, varias generaciones de líderes
y jefes de partidos, maquillados como payasos o coristas, disfrazados
con boinas, tricornios y trajes de dril 100, han hecho su aportación
fundamental y obscena para un posible muestrario universal de esa
infamia.
En los últimos 50 años, muchos gobiernos conservadores,
de derechas, nacionalistas y con una mano de pintura democrática
que se debe retocar a cada instante, han trabajado como sacerdotes
de la tolerancia para mantener relaciones diplomáticas y
de todo tipo con el régimen cubano.
Han sido voluntades homéricas. Muy por encima de insultos,
guerrillas, intromisiones, amenazas y degradaciones. Una fidelidad
telúrica, de amante latinoamericano que perdona un desliz,
una duda de amor y va a buscar remedios a su mal en las copas y
las guitarras, aferrado a la fotografía ajada del amor de
su vida.
Ellos se han servido de la hermandad de los pueblos del continente,
de la cultura, del idioma y el destino común. Han clamado
por las puertas abiertas. Esas son sus caretas ante los demócratas
verdaderos. Esas son sus máscaras en los escasos foros internacionales
donde se les cuestiona su cariño por el Gobierno cubano y
su indiferencia por lo que viven todos los días 12 millones
de personas.
Con la excepción de Costa Rica, la oposición pacífica
no ha tenido jamás ni un gesto de solidaridad de ninguno
de los otros gobiernos de la región. Se han portado como
cuñados, nunca como hermanos. Las embajadas (las casas) de
la familia están abiertas nada más que para los amos
y los mayorales de la finca.
Ahora, en enero, le toca dar su prueba de amor al presidente de
Paraguay, Nicanor Duarte, representante del Partido Colorado, con
seis décadas en el poder; ya tiene el boleto en la mano para
ir a La Habana con una agenda abierta. Quiere entrevistarse con
los máximos jefes del régimen.
Está apurado. Las elecciones en su país son en abril.
Tiene que llevarle de regalo a la izquierda radical y a otros sectores
una foto suya en el Malecón y unos puros para ver si se olvidan
de ese obispo, Fernando Lugo, que ya ha dicho que la nación
será su catedral, y hace carambolas con Hugo Chávez
a través de Rafael Correa.
Va a buscar un calmante para la izquierda. A darse un baño
de azúcar para empalagar a los votantes y demostrarles la
amplitud del mismo partido que Alfredo Stroessner controló
durante 35 años.
Va a hacer lo que han hecho todos: usar la dictadura de señuelo.
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