Odio y miedo
José Antonio Fornaris, Cuba-Verdad
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) – Hace diez
años, cuando de forma accidental visité por primera
vez la ciudad de Guantánamo, al ser interrogado en el cuartel
provincial de la policía política, un oficial de ese
cuerpo represivo me dijo con evidente mal humor, dos veces seguidas,
que me iban a arrancar la cabeza.
El fundamento de esa amenaza, para aquel oficial,
era que yo había comenzado a trabajar para la CIA. Se trataba
de una hipócrita justificación para enmarcar su intolerancia
hacia mis ideas. El sabía perfectamente que no tenía
nada que ver con la conocida agencia de inteligencia norteamericana.
Al-Qaeda corta las cabezas con un cuchillo afilado.
Esta gente es peor porque habla de arrancarlas. Imaginemos por un
minuto lo terrible que de ser que a alguien le separen la cabeza
del cuerpo a tirones.
Por suerte, y gracias a Dios, aún tengo la
cabeza en su sitio. Pero ese tipo de amenazas hay que tenerlas en
cuenta porque provienen de integrantes de la policía encargada
de proteger al estado que ha fusilado a miles de sus adversarios
políticos, y que ha llevado a prisión a muchos miles
más de esos adversarios, condenados a penas tan largas que
cuando se suman sobrepasan la astronómica cifra de un millón
de años.
A otros muchos les quitaron sus propiedades y los
obligaron a irse de suplís. Ese tipo de odio irracional la
ha llevado a la práctica en Cuba la peste roja.
Ahora, quien fue el máximo exponente de ese
régimen durante casi medio siglo, Fidel Castro, en un mensaje
que envió el pasado 28 de diciembre a la Asamblea Nacional
del Poder Popular, asegura: “Una contrarrevolución
victoriosa sería horrible, peor que la tragedia que sufrió
Indonesia”.
Castro agregó en su mensaje que Suharto “no
sólo mató a cientos de miles, sino que encarceló
a un millón de comunistas y los privó de toda propiedad
y derechos, a ellos y sus descendientes”.
No mucho tiempo después de los trágicos
acontecimientos del derrocamiento de Suharto, el régimen
de La Habana normalizó sus relaciones con sus herederos políticos.
Al parecer ahora es que se vuelven a acordar de los comunistas masacrados
en Indonesia.
Cuando los jóvenes revolucionarios tomaron
el poder en 1959, una de las primeras medidas administrativas fue
crear un Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados,
dirigido por Faustino Pérez, el mismo que había ordenado
el secuestro del campeón mundial de automovilismo Juan Manuel
Fangio.
¿Qué tendría de tremendo que
ante la terminación del régimen comunista en la isla
se creara una entidad más o menos parecida?
¿Cuál es la preocupación si
varios de los máximos jerarcas del estado han reiterado en
diferentes escenarios que no poseen bienes materiales? Pero, además,
¿por qué preocuparse por las propiedades de sus descendientes
si en Cuba todos somos pobres?
Si robaron los dineros del país y se apoderaron
de bienes que no les pertenecían, la lógica y principios
de moralidad indican que ante la terminación del actual status
quo se les quiten.
Lo otro, lo de un holocausto contra los comunistas
en Cuba, no tiene ninguna validez dentro de los valores cívicos
de los demócratas cubanos.
Esos temores de Castro se parecen a los que esgrimieron
los jefes de las tropas estadounidenses en Cuba cuando en 1898 le
impidieron al Mayor General del ejército libertador, Calixto
García, entrar en Santiago de Cuba con el argumento de posibles
represalias contra los ciudadanos españoles. La historia
y la vida demostraron que no había odio acumulado contra
los ibéricos, a pesar de tantos sufrimientos causados por
la tozudez colonialista.
Infundir miedos para que el odio ciegue el razonamiento es una vieja
treta de los que ven en peligro su modo de vida y de los que no
poseen honestidad política.
No obstante, es lógico pensar que los
que se sienten culpables de horrores y de graves excesos contra
la integridad de sus compatriotas, deben encomendarse a Dios y pedirle
perdón, porque al parecer la humanidad no está lista
para dispensar grandes crímenes.
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