Crónica           IMPRIMIR
8 de enero de 2008

Alegría para hijos de prisioneros de conciencia

Miriam Leiva

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - La emoción del viaje a La Habana, preparado con sigilo por sus mamás, abuelas y tías se reflejaba en las tensas caritas de los hijos de los 59 prisioneros de conciencia, separados arbitrariamente desde marzo de 2003, hace casi 5 años.

Llegaron desde las provincias Santiago de Cuba, Las Tunas, Villa Clara, Matanzas, Pinar del Río, La Habana y Ciudad de La Habana. Se reunieron en una pequeña morada de Centro Habana con los niños de quienes se encuentran con licencia extrapenal por enfermedad, los de solidarias mujeres y hasta algunos vecinitos.

Treinta criaturas, unas que apenas se distancian del suelo y otras de 12 años se reencontraron la mayoría, pues años anteriores también habían coincidido en casa de Laura Pollán, quien junto a otras compañeras propició el arribo de los Reyes Magos. Desplegaban sus personalidades según volvían a sentirse libres entre iguales. El ir y venir cobraba fuerza por la ansiedad de conocer las sorpresas que les aguardaban. Finalmente cada uno escuchó su nombre y todos clamaban para que se adelantara el mencionado a recibir sus regalos. Miraban ansiosos dentro de los paquetes para ver qué había dentro. La sonrisa se tornaba risa al percibir el juguete, el libro, los lápices. Luego se apretaron en torno a la mesa del comedor frente a los dulces, refrescos y caramelos. No fue fácil lograr que dejaran de fruncir el ceño, que usualmente denota el rigor de la vida que llevan. Pero no faltó una cubanísima pequeña que con zalamería posara para los fotógrafos improvisados. Los niños que no pudieron venir también recibirán sus sorpresas.

En la mañana, 14 pequeños habían acompañado a sus mamás, abuelas y tías a la misa en la iglesia de Santa Rita de Casia y encabezaron la caminata por la 5ta avenida de Miramar. Unas baticas blancas flotaban como mariposas, la flor nacional de Cuba, entre las mujeres y los niños; eran las Ferrer llegadas desde el extremo oriental.

Estas experiencias serán imborrables para todos ellos. Contribuyen a mitigar las penurias cotidianas, el rechazo de otros niños impuesto por sus mayores para que no confraternicen y, sobre todo, el dolor de no tener a sus padres, abuelos y tíos a su lado; encontrarse en lugares sucios y muy vigilados con hombres escuálidos, pálidos y enfermos; comprender, según van madurando, la fortaleza moral de ellos; y lacerarse constantemente por no saber cuándo terminará la tortura psicológica a que está sometida toda la familia.

Los juguetes y recursos para este bello encuentro, y los anteriores, han llegado de desconocidos personalmente con gran sensibilidad humana, a quienes las Damas de Blanco y las mujeres que nos apoyan asiduamente agradecemos mucho; son cubanos residentes en el exterior y personas de otros países.

La mayoría de quienes han propiciado este soplo de felicidad, por ahora, sólo conocerán a los pequeños y sus familiares a través de fotografías, pero deben sentir la satisfacción de estar contribuyendo a forjar las mujeres y los hombres del futuro libre, sin odios ni rencores, para alcanzar una Cuba próspera y feliz.

 
 
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