Alegría para hijos de prisioneros de conciencia
Miriam Leiva
LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - La emoción
del viaje a La Habana, preparado con sigilo por sus mamás,
abuelas y tías se reflejaba en las tensas caritas de los
hijos de los 59 prisioneros de conciencia, separados arbitrariamente
desde marzo de 2003, hace casi 5 años.
Llegaron desde las provincias Santiago de Cuba, Las
Tunas, Villa Clara, Matanzas, Pinar del Río, La Habana y
Ciudad de La Habana. Se reunieron en una pequeña morada de
Centro Habana con los niños de quienes se encuentran con
licencia extrapenal por enfermedad, los de solidarias mujeres y
hasta algunos vecinitos.
Treinta criaturas, unas que apenas se distancian
del suelo y otras de 12 años se reencontraron la mayoría,
pues años anteriores también habían coincidido
en casa de Laura Pollán, quien junto a otras compañeras
propició el arribo de los Reyes Magos. Desplegaban sus personalidades
según volvían a sentirse libres entre iguales. El
ir y venir cobraba fuerza por la ansiedad de conocer las sorpresas
que les aguardaban. Finalmente cada uno escuchó su nombre
y todos clamaban para que se adelantara el mencionado a recibir
sus regalos. Miraban ansiosos dentro de los paquetes para ver qué
había dentro. La sonrisa se tornaba risa al percibir el juguete,
el libro, los lápices. Luego se apretaron en torno a la mesa
del comedor frente a los dulces, refrescos y caramelos. No fue fácil
lograr que dejaran de fruncir el ceño, que usualmente denota
el rigor de la vida que llevan. Pero no faltó una cubanísima
pequeña que con zalamería posara para los fotógrafos
improvisados. Los niños que no pudieron venir también
recibirán sus sorpresas.
En la mañana, 14 pequeños habían
acompañado a sus mamás, abuelas y tías a la
misa en la iglesia de Santa Rita de Casia y encabezaron la caminata
por la 5ta avenida de Miramar. Unas baticas blancas flotaban como
mariposas, la flor nacional de Cuba, entre las mujeres y los niños;
eran las Ferrer llegadas desde el extremo oriental.
Estas experiencias serán imborrables para
todos ellos. Contribuyen a mitigar las penurias cotidianas, el rechazo
de otros niños impuesto por sus mayores para que no confraternicen
y, sobre todo, el dolor de no tener a sus padres, abuelos y tíos
a su lado; encontrarse en lugares sucios y muy vigilados con hombres
escuálidos, pálidos y enfermos; comprender, según
van madurando, la fortaleza moral de ellos; y lacerarse constantemente
por no saber cuándo terminará la tortura psicológica
a que está sometida toda la familia.
Los juguetes y recursos para este bello encuentro,
y los anteriores, han llegado de desconocidos personalmente con
gran sensibilidad humana, a quienes las Damas de Blanco y las mujeres
que nos apoyan asiduamente agradecemos mucho; son cubanos residentes
en el exterior y personas de otros países.
La mayoría de quienes han propiciado
este soplo de felicidad, por ahora, sólo conocerán
a los pequeños y sus familiares a través de fotografías,
pero deben sentir la satisfacción de estar contribuyendo
a forjar las mujeres y los hombres del futuro libre, sin odios ni
rencores, para alcanzar una Cuba próspera y feliz.
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