7 de enero de 2008

Iowa, Miami y la esperanza

ALEJANDRO ARMENGOL


La para algunos sorpresiva victoria de Barack Obama en Iowa demuestra que el pueblo norteamericano no está deseoso de un cambio, sino que comienza a exigirlo. Votantes en un estado mayoritariamente blanco y agrícola eligieron a un aspirante a la candidatura presidencial de la raza negra. Mujeres optaron por un hombre, y colocaron en un segundo lugar la posibilidad de llevar a la Casa Blanca a una figura femenina. Electores republicanos cruzaron las filas partidistas y se pronunciaron a favor de un político que hasta el jueves pasado se consideraba una representación de lo más ajeno a sus valores. Por encima de otras consideraciones, se impuso el criterio de que, dentro del Partido Demócrata, nadie representa mejor que Obama la esperanza del cambio. ¿Ocurrirá lo mismo en Miami?

Otros dos factores igualmente importantes --e íntimamente relacionados con el deseo de darle un giro a esta nación-- fueron la participación de nuevos votantes y el apoyo abrumador que los independientes le dieron al senador por Illinois.

Un quinto de los participantes en los caucus demócratas fueron independientes. El 57 por ciento de los reunidos dijo que era la primera vez que participaba en una actividad de este tipo. Dos tercios de esta cifra favoreció a Obama.

La popularidad del aspirante presidencial es alta aún entre los demócratas registrados. Obama y Hillary Clinton lograron un empate virtual.

Elegir a un aspirante con una plataforma más audaz importó más que favorecer a quien cuenta con mayor experiencia.

Los resultados de las primarias de Iowa no necesariamente definen el curso político de la elección. En ocasiones han sido más un evento de propaganda y periodístico, que ha servido para dar el impulso necesario a una figura hasta entonces poco notable o ayudado a convencer a un aspirante que ha llegado el momento de retirarse. Por lo tanto, cualquier vaticinio a partir de ellas resulta provisional.

Lo interesante es que este año Iowa no ha dejado de cumplir algunas de estas funciones tradicionales, pero al mismo tiempo ha hecho más que insinuar un camino: la contienda electoral no sólo va a resultar muy movida, sino también está sólidamente definida desde los comienzos.

Respecto a Miami y el voto exiliado tradicional, Iowa dejó a los ''anticastristas verticales'' con una doble derrota: ni Rudy Giuliani ni John McCain, los dos aspirantes con mayor popularidad y apoyo económico entre los sectores más influyentes de este sector exiliado, quedaron bien situados: McCain en un cuarto lugar y Giuliani, que ha preferido concentrar su campaña en la Florida, en un sexto.

Uno de los problemas que confrontan los que representan esa parte del exilio, que siempre se menciona --para bien y para mal-- al hablar de la influencia cubanoamericana en las elecciones presidenciales, es la falta de un candidato con el que puedan identificarse a plenitud: una figura que represente con claridad no sólo sus intereses, sino sus puntos de vista más domésticos. Nadie como George W. Bush --el implacable reloj de la Casa Blanca avanzando-- para suplir esta función.

Así que más allá de oír a diario los anuncios de campaña de Mitt Romney, muchos cubanos todavía no han decidido si votan por McCain, que hasta el momento mantiene el apoyo tibio de los congresistas cubanoamericanos por la Florida, o por Giuliani, quien se pasea por Hialeah persiguiendo el fantasma, que algunos combatientes de ''línea dura'' recuerdan, del encausamiento y prisión de Eduardo Arocena, del grupo terrorista Omega 7.

Por otra parte, la victoria de Obama tampoco resulta dulce para quienes se manifiestan por el statu quo en la política hacia la isla. No por gusto este mismo sector del exilio se lanzó a atacarlo cuando el aspirante demócrata estuvo en Miami.

Obama ha calificado la política de restricciones del gobierno de Bush para los viajes y envíos de remesas a Cuba como ''una estrategia disparatada'', que debería dejarse de lado por otras iniciativas que sirvan para ''apoyar la causa de la libertad y la democracia en Cuba''. El senador ha prometido derogar estas medidas si accede a la Casa Blanca en el 2008.

¿Fue lo ocurrido en Iowa un avance de lo que pasará entre los votantes cubanoamericanos en Miami? Las cifras al menos permiten la esperanza de un cambio.

Si hay una política de la actual administración que representa la negación de cualquier idea nueva es la que se refiere a los limitados vínculos con el gobierno cubano. Y las medidas no sólo afectan a las relaciones entre Washington y La Habana, sino especialmente a los contactos personales que pueden mantener quienes viven a ambos lados del estrecho de la Florida.

En la comunidad exiliada se ha producido un cambio demográfico que aún no se refleja en el campo político. La transformación en actitudes, valores y puntos de vista respecto a la situación cubana y la vida cotidiana de quienes viven en la isla ha figurado una y otra vez en las encuestas realizadas en los últimos años, pero no se ha reflejado hasta el momento en las boletas. Más bien ha ocurrido lo opuesto, durante los dos últimos períodos presidenciales. Y hasta el momento, los aspirantes a la candidatura presidencial republicana no parecen preocupados al respecto: se limitan a apostar por la continuación de tales medidas.

En última instancia, podría ser que lo que hemos vivido estos últimos cuatro años es simplemente una apariencia de continuidad, y en las próximas elecciones se producirá el esperado viraje. Iowa ha servido para renovar la esperanza. Los cubanoamericanos que quieren un cambio, no sólo en la política nacional e internacional de este país, sino también una mayor libertad para decidir si visitan o no Cuba, y puedan hacer con su dinero lo que les dé la gana, tienen razón para estar optimistas

 
 
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