Los
Bartolos
MANUEL VAZQUEZ PORTAL
Mucho antes de que leyera la picaresca española y comprendiera
en qué consistía la conservación de la apariencia
en los hidalgos venidos a menos; mucho antes de que supiera qué
era un catrín en América y hubiera leído, por
puro rigor filológico, Don Catrín de la Fachenda;
mucho antes de que me riera sin frenos con La vida inútil
de Pito Pérez; y mucho antes también de que el carpenteriano
Recurso del método viniera a explicarme la relación
que existe entre un pícaro o catrín y un caudillo
o tirano americano, ya sabía yo lo que era en Cuba ser un
bicho.
Un bicho es ese personaje capaz de sacarle lasca
a la más inverosímil situación y hacerse dueño
lo mismo de una fiesta ajena que de un país. El bicho por
lo regular no es graduado de nada, pero sabe de todo. La todología
es su especialidad. Es capaz de corregirle una homilía al
sacerdote del pueblo, interpretar los oscuros mensajes de los orishas
en la letra del año, explicarle a un proctólogo las
aventuras, venturas y desventuras de la insomne pupila escatológica,
enmendarle la plana al mismísimo don Miguel de Cervantes.
El bicho no está dotado para tirar un pescozón,
pero se las ingenia para que alguien siempre se faje por él.
Y luego hay que oír la anécdota de cómo despetroncó
a su adversario. Jamás tiene un centavo, pero sabe muy bien
utilizar el dinero ajeno. No siente lo que dice, pero siempre tiene
un discurso listo. Nunca se expone al peligro, pero las hazañas
son para él un tema permanente y, por supuesto dejando entrever
que es un héroe.
El bicho es sabio en lisonjas oportunas pero se pasa
la vida denostando de quienes se le adelantan en guataquerías
y zalamerías. Es experto en pesares, cuitas, idilios, romances
y traiciones. Nadie sabe como él granjearse las simpatías
de quien posteriormente será su víctima. Es capaz
de regalar, siempre que no sea suyo, desde un central azucarero
hasta una fantasía. Nadie es mejor que él para llorar
un muerto ajeno.
Yo he conocido a muchos bichos. Cuba está
llena de bichos. Bichos callejeros, bichos intelectuales, bichos
políticos. Parece el paraíso del bicho. Y esto no
es un resultado del socialismo, que pudiera ser la muestra más
elaborada, perfecta y eficaz de la bichería, es tan secular
que se diría endémico. Recuérdese aquello de:
cuéntase cómo se va en Cuba de Cuevas a Coveo. Escrito
por nuestro simpático Ramón Mezas, quien confundiera
el término castizo pillo con el criollo bicho. En Cuba se
puede ser cualquier cosa menos pesa'o o bobo. Aunque hay muchos
bichos que se hacen los bobos para consumar su bichería.
En Morón conocí a uno digno de figurar
en la más exigente selección de bichos que se pudiera
hacer. Se llamaba Bartolo. Nunca podré olvidar que lo mismo
arreglaba los trámites para un divorcio a las volandas que
le escribía un discurso al primer secretario municipal del
Partido, que le despedía el duelo a una antigua prostituta
devenida respetable compañera, que cantaba décimas
en la emisora municipal, redactaba impecablemente un engome para
la Seguridad del Estado, o ayudaba a preparar un fuga clandestina
por la Laguna de la Leche hacia Estados Unidos a otro bicho que
acababan de tronar en el Poder Popular.
Bartolo estaba en todo. Ya fuera un bembé
en una cuarteria de la calle Marina o en un acto patriótico
en el Parque Martí. No había nómina en que
el nombre de Bartolo no apareciera. Y esta cualidad lo hacía
presente en las primeras filas de cualquier cumbancha, organizador
de todas las pachangas. Si el asunto era de trabajo o de riesgo
no le faltaba nunca un dolor en la cervical o una imprevista descomposición
de estómago. Todos lo afirmaban: Bartolo es un bicho.
Con el tiempo y las canas, aprendí que
Cuba está llena de Bartolos. Bartolos callejeros, Bartolos
intelectuales, Bartolos políticos, Bartolos disidentes, Bartolos
municipales, Bartolos provinciales, Bartolos nacionales, omnibartolos.
Bartolos que podían servir desde lazarillos a un ciego en
Tormes hasta lazarillos de un pueblo en el Caribe. Pero la característica
más sobresaliente del Bartolo actual cubanos es que responde
de una manera muy eficiente a aquel viejo adagio: cuando veas las
barbas de tu maestro rumbo a la tumba, lleva la tuya a afeitarse
con Gillette.
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