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22 de diciembre de 2008
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Sacudión en el ambiente

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Llegué tarde al debate, pero no tanto como para perderme su cierre con broche de oro: una frase que el más joven de los dos contendientes le lanzaba al otro mientras volvía la espalda para poner pies en polvorosa: "Qué revolución ni revolución, compadre, una revolución verá usted aquí el día en que al nuevo presidente de Estados Unidos se le ocurra tumbar el bloqueo".

Después iba a pasar lo de siempre: el más viejo se quedó murmurando que nuestra juventud está perdida, que no tiene conciencia y que es ingrata. Algunos de los presentes aprobaban con monosílabos o leves movimientos de cabeza, y otros se mantenían silenciosos y distantes, lo cual es también una forma de hablar entre nosotros. Sin embargo, era obvio que aquella sentencia del joven había dejado su peso en órbita.

Bien poco importa que el mismo Obama aclare que entre sus planes inmediatos no contempla la eliminación del embargo. Ni importa que en general nuestra gente no se haga grandes ilusiones al respecto, consciente como está de que, aún cuando se encuentre entre los deseos de Obama, no parece estar en los del régimen, al que le gusta pero le asusta demasiado la perspectiva.

Con todo, la mera posibilidad de un incremento a corto plazo en los intercambios entre los dos países comienza a desentumecer entre nosotros esperanzas dormidas y pasiones contrapuestas. La frase que cerró esta improvisada discusión callejera tal vez suene estridente, pero no es gratuita.    

Si no existieran otros indicios, basta con la evidente preocupación que manifiesta el régimen, aún más por lo que calla (o tal vez por lo que ordena a puertas cerradas) que por aquello que manifiesta en sus declaraciones públicas.

Según la bola que rueda por estos días en La Habana, ya se están impartiendo orientaciones precisas desde arriba a fin de que las huestes del régimen den prioridad a la tarea de ir preparando al pueblo –así dicen que han dicho- para cuando desembarquen en la Isla las oleadas de turistas estadounidenses con su carga de malas influencias y su paranoia consumista.

Sea cierto o no, el hecho es que dentro de la población, partidarios como adversarios no sólo asumen como cierto el contenido de la bola, sino que le otorgan mucha mayor credibilidad que a las declaraciones oficiales en el sentido de que están preparados, en materia turística y política, para recibir a los yanquis.

Bien les valdría, de cualquier manera, y más ahora que se les ha caído el níquel como fuente de ingresos de divisas. Pero puestos en la balanza la conveniencia nacional y la codicia insana ante el poder, ni pizca de duda queda en cuanto a que mucho más que por la oleada turística desde el norte, estarán planeando optar por lo que ya denominaron “el diálogo discreto, la interlocución privada y la diplomacia no pública”, garantía de la paz de los sepulcros, con la paz para ellos y el sepulcro para ya sabemos quiénes. 

No obstante, la gente de a pie tiene metido el diablo en el cuerpo. Y aguarda. Expectante. Confiada en que, aunque no sea una revolución, ni falta que nos hace, porque de revoluciones estamos hasta el pelo, por lo menos sería un buen sacudión para el encangrejamiento que sufrimos desde hace medio siglo.

 

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