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16 de diciembre de 2008
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La merienda escolar

Leonel Alberto Pérez Belette

LA HABANA, Cuba, 16 de diciembre (www.cubanet.org) -  Ítalo es un joven que enfrenta a diario uno de los mayores desafíos para un padre de familia cubano: asegurar la merienda escolar de sus hijos. Al igual que muchos ciudadanos, trabaja clandestinamente como botero (taxista), de noche; como plomero durante los fines de semana. El resto del tiempo saca chispas con lo que aparezca para llenar un poco sus bolsillos.

El gobierno, como parte de un plan para que los niños se mantuvieran fuera de las calles, aseguró un almuerzo para los alumnos de las escuelas primarias (de 6 a 11 años), y una merienda reforzada para los de estudios secundarios (12 a 14). Al principio los alimentos eran aceptables, pero con el paso del tiempo la calidad se esfumó, hasta el punto de que se equiparan a la alimentación que reciben los prisioneros.

Oderay, una madre trabajadora, dijo a este reportero que ya no sabe qué hacer, pues sus hijos se niegan a comer lo que se sirve en la escuela. Los pequeños están obligados a comer productos de dudosa preparación y terrible sabor. Las proteínas no se encuentran en las comidas escolares, casi siempre consistente en croquetas elaboradas sabe Dios de qué sustancias o especies de pescado.
 
El postre no pasa de un pedazo de pan con azúcar, sin contar que hace unos años se desató un broté epidémico de hepatitis tipo A en una de las escuelas secundarias del Vedado, debido a que uno de los encargados de repartir la merienda, que padecía la enfermedad, abría con sus dientes las bolsas de yogur de soya, y así propagó el mal que afectó a treinta muchachos.

Colegiales con varios tipos de alergias, como los célicos, o procedentes de familias disfuncionales, o de muy bajos ingresos, se ven doblemente afectados. Decenas de padres afirman que uno de los agravantes de la situación radica en que algunos inescrupulosos funcionarios se roban los insumos para la elaboración de los alimentos.

Los padres batallan para reforzar la alimentación de sus hijos, y algunas abuelas jubiladas han optado por llevarles a la escuela el plato de comida; algo que no siempre es permitido por las autoridades. Otros padres reciben meriendas en sus centros de trabajo: un sándwich y una gaseosa enlatada. Se enfrentan a la disyuntiva de guardarla para reforzar la comida en casa, o reservarla para entregarla directamente a sus hijos. 

Otras opción son los jugos caseros, pero las frutas escasean en los agro-mercados y tienen precios muy altos. No pocos sustitutos elaborados caseramente, como los perros calientes y la carne de cerdo, mariscos o aves, son poco recomendados por las autoridades sanitarias para llevarlos a la escuela por su limitado tiempo de conservación.

Los huevos hervidos son un lujo, al igual que la harina de trigo, la leche y el yogur,  ya que luego del paso de los huracanes ni siguiera se encuentran en el mercado informal. Es tal la represión policial en estos instantes, que conseguir alimentos en el mercado negro es extremadamente difícil.

 

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