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5 de diciembre de 2008
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El EKLOH de Almendares

Oscar Mario González

LA HABANA, Cuba, 5 de diciembre (www.cubanet.org) - El  pasado sábado 22 de noviembre reabrió sus puertas el establecimiento comercial inaugurado a finales de la década de 1950 por la firma Supermercados Ekloh S.A, en la intersección de la Avenida 41 y Calle 42, reparto Almendares, actual municipio Playa, Ciudad de La Habana.

Los cubanos se alegran cuando tales cosas suceden, por tratarse de un bien patrimonial que, por sobre todo, pertenece a la nación, independientemente del usufructuario temporal. Un recurso material siempre enriquece al país. De aquí que el progreso y la posesión de bienes de los hijos de una nación marquen la prosperidad de sus ciudadanos.

El comercio reabrió bajo el nombre Centro Comercial Almendares, respetando el diseño arquitectónico original, La edificación es moderna, de líneas rectas, con paredes de cristales transparentes, puntal bajo, ancha acera bajo la sombra de un alero y todas las facilidades para el acceso de la clientela. Esa exigencia de la arquitectura actual que consiste en la eliminación de barreras arquitectónicas, estaba ya presente en este edificio con rampas y plataformas facilitadoras del acceso de niños, ancianos, coches y sillas de ruedas.

A diferencia del Ekloh original, este no reaparece con ofertas especializadas, sino que expende víveres, ropa, quincalla, bisuterías y efectos electrodomésticos en la planta principal, mientras que en el sótano tiene ferretería, juguetería y un departamento de “todo por un precio”. Este último, muy famoso entre la población, dedicado al expendio de productos “convoyados” o acompañados al precio de números “cerrados”: un peso, dos, tres, hasta cinco y diez pesos.

A la salida del centro, las opiniones del público constituyen el mejor aval del éxito o fracaso en la intención o propósito. La clientela, luego de andar entre estantes y anaqueles con mucho afán de curiosear y poco o ningún plan de compra, es casi unánime en el veredicto: “No tiene ninguna oferta extraordinaria o novedosa”. “Hay lo mismo que en otros lugares”.

Sin embargo, diez días después de su reinauguración la gente hacía colas para entrar. Tal vez atraída por la posibilidad de una oferta amplia con alguna ventaja de precio por muy reducida que fuese. No se puede descartar que en el fenómeno influya, en gran medida, esta manía de hacer cola adquirida por el nacional luego de medio siglo ejercitándose en tan onerosa faena, lo cual identifica al criollo como al tipo que más colas ha hecho en el universo.

El acontecimiento en sí es halagador, no sólo porque rescata un bien público de la desidia y el abandono, sino porque imprime dinamismo y vitalidad a una de las más atractivas y vistosas esquinas del paisaje periférico capitalino. Equidistante del Puente Almendares y del estadio La Tropical, es confluencia de importantes rutas que enlazan al litoral oeste y Marianao con el centro de la capital, al soplo de una brisa costera que embalsama el aire con el olor del mosto cervecero procedente de la más antigua de nuestras fábricas de cerveza, La Tropical, que este año cumple su aniversario 120.

Para quienes pasamos de los cincuenta años, y pudimos conocer el lugar antes de 1959, el sitio nos hace recordar aquella moderna edificación convecina llamada “El Caporal” donde se servían, en los vehículos, pollo frito y papitas a la “juliana”, en el caso de los más pudientes. Los menos favorecidos económicamente se sentaban al mostrador para deleitarse con una taza de caldo de pollo al precio de diez centavos.

Ojalá y se embullen y rescaten también al “Caporal”. Pero claro, si está presente el pollo.

 

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