Tierra de nadie

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press 

LA HABANA, Cuba, 5 de diciembre (www.cubanet.org) - No pocos aseguran que Cuba es tierra de holgazanes. Hay pruebas concluyentes para subrayarlo. Multiplicidad de hechos que ilustran un fenómeno nacional siempre en expansión y con todas las características de una sociedad decadente y sumida en la peor de las frustraciones.

A la hora de encontrar la raíz del problema es que aparecen los desenfoques y la fatal recurrencia a la parcialidad. Sólo se abordan los ribetes del asunto. La superficie en vez de los cimientos. ¿Por qué tantos vagos, rateros, estafadores y toda una gama de delincuentes en función de medrar en cualquier rincón  del socialismo?  Sencillamente brotaron por vía natural. Las pautas para el ejercicio de tales posturas se las dictó el destino, las circunstancias, el mandato de supervivencia.

Un día descubrieron que el trabajo era pura trivialidad. Una inversión sin vínculo alguno con las reglas de los costos y beneficios.

Se cansaron de ser perdedores de tiempo completo, de cumplir con el frívolo ritual de marcar una tarjeta y cada fin de mes observar la mendicidad entre las escasa cobertura del salario.

¿Qué son 20 dólares mensuales? ¿Acaso piensa el Estado que la Isla está poblada por magos con capacidad para transformar unos pocos billetes en una fortuna?  ¿Quién que se considere honesto podría asegurar que le basta con lo que recibe por sus faenas laborales?

De esas tierras es que brota la indiferencia, el rechazo, la enajenación y cuanta postura venga asociada al acto de delinquir. Unos veladamente, concentrando los mayores esfuerzos en idear la forma más provechosa de robar en sus respectivos centros de trabajo. Otros, acomodados en las esquinas o en una azotea, donde ajustan los mecanismos para el asalto, la transacción ilícita, la estafa, el acaparamiento, el número ideal para sacarse algún dinero en el juego prohibido. Es segura la elección de cualquiera de estos atajos con el propósito de rebajarle el grosor a la capa de insatisfacciones.

Cuba aparenta normalidad y un nivel aceptable de cohesión social. En el reverso de la moneda la anarquía hace olas. La revolución va contra la corriente y sin brújula; para colmo, continúan los bocinazos llamando a la calma y las exhortaciones a resistir hasta el último aliento encima de un patriotismo inflable.

En la época pre revolucionaria el holgazán no tenía cabida en la sociedad. Su incidencia era mínima en un entorno muy poco favorable a sus apetencias por la ganancia fácil y el lucro desmedido.

Estos sujetos habitan hoy en cualquier parte, independientemente de la geografía y del contexto cultural. No hay nada de extraño en señalar que existan en Cuba. La alarma aparece en virtud de la extensión territorial del fenómeno y el número de practicantes. Eso en un país en que sus gobernantes que se precian de haber construido un proyecto socio-político inmune a los instintos más bajos del ser humano. No es que Cuba sea lo peor del universo, pero es que el desfase entre expectativas y resultados es tan abismal que en términos tanto absolutos como relativos, el índice de eficacia de la gestión gubernamental, de acuerdo al monto de los recursos invertidos, es pésimo.

Los zánganos no han echado a perder el socialismo. El sistema los estimula a ejercitar la haraganería. Les ofrece el medio y las herramientas para su proliferación y permanencia. El mal no es sólo en la base. Ha habido tiempo de sobra, 50 años, para el perfeccionamiento, no precisamente empresarial, sino de la metodología para sobrevivir al margen de ley. En las altas esferas del poder también se encuentran con facilidad muchos tramposos y holgazanes. Ellos tienen mejores coberturas para reducir los riesgos de sus actos contraproducentes.

La revolución tiene que convivir con sus haraganes. Son parte de su descendencia. Los hijos legítimos de sus políticas fallidas. En su mayoría gente joven que no cree en nada, ni en nadie.

oliverajorge75@yahoo.com