29 de agosto de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Manía de semáforos

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Los cubanólogos y el romerillo continúan dándose silvestres. Es de lo único que jamás carecemos. El hecho no es tan malo en sí mismo. Peor resulta que algunos de nuestros cubanólogos pretendan alumbrar el presente con manía de semáforos, cambiando el enfoque a intervalos muy breves.  

Ahora ocurre que Cuba no es ya la misma de hace seis meses, o sea, desde que estamos siendo gobernados por Raúl Castro. Sobre ello dan fe no pocos “especialistas en asuntos cubanos”. Es su último descubrimiento. Y lo calzan con una serie de argumentos que no resistirían la confrontación con nuestro día a día, pero que se van ligeros a la hora de llenar páginas en blanco.

Entre tales argumentos está, por ejemplo, lo que ellos llaman una “reforma agrícola” dirigida a entregar tierras ociosas a nuevos usufructuarios privados. Pero ya sabemos, al menos lo sabemos aquí, en la mata, que ni el carácter de usufructo es tan privado –mucho menos tan independiente- como se pinta, ni las tierras “entregadas” constituyen un monto de consideración dentro del porcentaje ocioso, que hoy abarca la mayor parte del territorio nacional.

Hay otros argumentos de estos “expertos” que apenas merecen ser desmenuzados en rigor. Y otros que no vale la pena analizar, por su insignificancia.

Entre los primeros están los dos pactos internacionales sobre derechos humanos firmados por el régimen, cuando muy bien se sabe, o al menos lo sabemos los de abajo en Cuba, que ello no ha influido en lo más mínimo para que se comiencen a respetar aquí los más elementales derechos del individuo.

Está, no más faltara, el mejoramiento relativo del transporte público, un tema al cual habría que darle tiempo antes de lanzarse con calificaciones festinadas, conocidas ya otras experiencias anteriores y teniendo idea de las múltiples complejidades que lo rodean.  

Está igualmente la conmutación de unas pocas penas de muerte, en casos aislados, aunque no la eliminación de la macabra ley. Está el hecho irrisorio de que la cifra de presos políticos haya bajado, en seis meses, de 234 a 219. O, aún más irrisorio, que el régimen se haya cuidado –dicen ellos- de que los 90,000 barriles de petróleo que envía Hugo Chávez no nos haga dependientes de Venezuela. Pero nos hace dependientes de Chávez en persona, y eso no lo dicen.

En cuanto a los argumentos en los que no vale la pena detenerse, está la convocatoria al congreso del partido comunista, luego de 12 años, que igual hubiesen podido ser 50, porque es un asunto que al pueblo no interesa en lo absoluto, algo por lo que nadie preguntó jamás y de lo que nadie espera nada.

Y ni hablar de lo que estos cubanólogos llaman “levantamiento de prohibiciones”, refiriéndose a la posibilidad de comprar celulares, en momentos en que nuestra gente de a pie saca la cuenta para ver si le alcanza para comprar frijoles. O que al fin nos dejen entrar ¿libremente? a los hoteles, sin que aún nos hayan permitido instalarnos libremente en nuestra individualidad.

Todo parece indicar que de tan apurados como están, estos cubanólogos han empezado a ver que Cuba no es la misma cuando apenas se presienten o más bien se adivinan indicios, señales, vislumbres de que con el tiempo y un ganchito podría dejar de ser el caos que ha sido en los últimos cincuenta años.  

Por lo pronto, si algún cambio verdaderamente sustancial se reporta hoy está en el hecho de que ya no tenemos que sufrir los apocalípticos discursos del comandante en jefe, ni su pavorosa omnipresencia física. Pero ese cambio lo debemos únicamente a Dios. Además, no aparece recogido entre los argumentos de los cubanólogos. A pesar de que nuestra gente de a pie ya le puso el cuño y le dio pisón. 

Por cierto, resulta pintoresco que para destrenzar sus argumentos, los cubanólogos de marras citen con insistencia lo que piensa y opina nuestra gente de a pie. Sería interesante saber cuándo fue consultada, a cuántos y de qué manera.

 

 

 

 
 
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