14 de agosto de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Marea alta 

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Mayor discreción, ojo clínico, cautela. Esas son las directrices actualizadas en el mayor centro de trabajo en Cuba: el mercado negro.

Hay un cambio en las reglas. Puntuales rectificaciones para conservar los engranajes de lo que comenzó como simples y esporádicas andanzas de pícaros hasta convertirse en un modo de vida generalizado.

Inspecciones sorpresivas, exigentes auditorías, policías de civil haciéndose pasar por clientes con el fin de coger in fraganti a administradores y empleados en sus ya habituales extorsiones y pillajes. Estas son algunas de las armas del estado en su guerra contra las indisciplinas e ilegalidades.

Lo cierto es que el ambiente se mantiene bajo las mismas pautas, no obstante la agresiva imposición de multas, expulsiones laborales, confiscación de bienes y procesos judiciales que han determinado la condena a prisión de muchos de los infractores. El trasiego de productos al margen del control estatal continúa bajo ciertas normas que favorecen su preservación.

Nadie, incluso los menos favorecidos en este capitalismo primitivo, desea la abolición de lo que ha representado y representa un pincel para rebajarle los tonos grises a su pobreza. Gracias a la venta ilícita de algo sustraído de algún almacén del estado, la reventa de parte de los productos entregados por la libreta de racionamiento, entre otros ardides y procedimientos de marcados tintes surrealistas, decenas de miles de cubanos sobreviven a una cotidianidad signada por la incertidumbre, la ausencia de alternativas legales para un mejoramiento del nivel de vida y los vicios de una ideología que ha puesto en nuestros tobillos las cadenas del igualitarismo.

Vivir en los márgenes de la legalidad ha sido para cualquier cubano un refugio contra las inclemencias existenciales. Es una cultura que dicta los parámetros de un país donde los asideros éticos corren delante de una trompetilla. Nadie, aunque haga votos de sinceridad en público, puede vivir de los honorarios recibidos por su trabajo. Debe robar, transitar el escabroso camino de la deshonestidad en un escenario donde la única ley posible es la que se escribe con la tinta de las necesidades más perentorias. Es así que la degradación llega a límites de escándalo.

Estamos ante un proceso involutivo en vías del colapso o de una transformación empujada, poco a poco, por los músculos de la dialéctica. Todo depende de la élite política que-por el momento- sigue apostando por un acicalamiento del inmovilismo en vez  de aceitar las poleas de la reforma.

La corrupción y sus derivados, a 50 años de socialismo, exhiben un brillo inigualable. Sus refulgencias son visibles desde cualquier ángulo. ¿Serán las señales del paraíso prometido por la jerarquía comunista? 

Bromas aparte, la realidad no es el rostro amable de la esperanza. Es un hocico abierto con eructos y colmillos.

A palos no van a disciplinar una sociedad que sólo ha actuado razonablemente ante imposiciones y obligatoriedades útiles -si acaso- para optimizar los resultados en establos y vaquerías.

Por estos días la población ve que las fronteras de su hábitat natural se reducen a tenor de las incursiones de policías y supervisores.

Se resistirán a su modo a tocar fondo en las aguas de la miseria. El gobierno sabe que no podrá eliminar en su totalidad lo que le ha permitido un balance, quizás precario, para alcanzar estándares moderados de estabilidad.

Si la gente no hubiera tenido la oportunidad de agenciarse alternativas en su lucha por la subsistencia, la página final de la revolución cubana sería un viejo recuerdo.
La represión contra los protagonistas de las ilegalidades no se detiene, aumenta. Eso no dice nada.

Las operaciones por la izquierda en los comercios del estado, la compra-venta en las calles, los  regateos y toda una red de transacciones bajo cuerda, prosiguen su curso. Más prudencia, sopesar con mejor tino los riesgos y las ganancias, si es preciso seleccionar la clientela. Esa es la tónica entre los paladines del mercadeo ilícito. Hay que perfeccionar las estrategias, afinar las precauciones. “La marea está alta, pero no me voy a ahogar”. Así piensa un joven que vende productos cárnicos a domicilio, los mismos que ocupan los estantes en las tiendas dolarizadas, pero a menor precio. Es obvio que miles de cubanos se desempeñan sobre similares vaticinios. Han aprendido a nadar en las turbulentas corrientes del socialismo.  

oliverajorge75@yahoo.com

 

 

 

 
 
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