12 de agosto de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Hormiga  

Yosvani Anzardo Hernández 

HOLGUÍN, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Esta mañana me llamó un amigo. Desea un cuento corto y lo necesita para el mediodía. Tranquilamente podía yo decirle que tengo el torno roto, que se quemó el taladro o sencillamente defecarme en su progenitora, pero no lo hice por tres razones fundamentales: La primera, porque es mi culpa el que él crea que para mí hacer un cuento es como armar una mesa o una silla y es que nunca le he cuestionado su premura; la segunda, él paga; y la tercera, ¿mencioné que él paga? Con el valor de las dos últimas y sagradas razones le puse manos a la obra. ¡A la pluma!: 

–Arriba que tenemos pincha –le dije–. ¿Vas a desayunar? 

–No, con los dos bombazos de tinta que me diste ayer tengo –me contestó.  

Me alegra que me recuerde esas cosas porque cuando come mucho forma unas vomiteras que pa' que te cuento, y encima mi mujer me echa la culpa.  

–Eres un puerco, todo lo manchas de tinta –me dice. 

Puestos de acuerdo así mi entintada compañera y yo nos dispusimos a trabajar. Estábamos en lo más arduo de la labor cuando un grito me hizo abrir los ojos: mi vecina la Katiuska venía a informar.  

Su verdadero nombre es Leticia pero le dicen Katiuska porque la asocian con las BM 21 de la artillería reactiva rusa, que al igual que ella, lo mismo tira los cohetes uno a uno que los cuarenta de un solo palo.  

–¿Qué, te votaron para la terraza anoche? Ese sillón se ve cómodo aunque no para dormir. Pero no, no te preocupes, sigue descansando que vine a ver a tu mujer. 
–No estoy descansando Kati, estoy trabajando. 

–¡Carajo, esa sí que es buena!, entonces mientras descansas puedes desyerbar el patio y cuando quieras vacaciones ve pa' mi casa que hay hasta que cambiarle el techo. Ah, otra cosa, ¿es verdad que tienes la señal del diablo tatuada en el pecho?  

En eso sale mi mujer y con ello me quita el aguacero de encima. 

–Dime, Leticia, qué pasa. 

–Oye, tienes que ir con la libreta de abastecimiento a la empresa eléctrica. 
–¿Y eso para qué Leticia? 

–¿Cómo que para qué?, pues para que te apunten el calibre del cable que nos vamos a comer este año.  

Decididamente a esa mujer el sentido del humor le supura por la boca. Si un día le amputan la lengua le va a explotar la cabeza, o bueno, tal vez le explote otra cosa y así descubriremos con qué piensa, pero por lo menos piensa y eso en verdad me gusta.  
Leticia se fue para que yo continuara descansando, quiero decir, trabajando. Voy a escribir un cuento sobre la voluntad de vivir de algunas personas cuando están ante la muerte.  

Repentinamente siento un picazo que vale un millón, y no me refiero a un cuadro sino a una hormiga, que de no ser porque que en Cuba no existen las de fuego aseguraría que fue una de ellas. Debe ser una hormiga cruzada con avispa porque se mueve muy rápido. No logro atraparla. Le pongo unas gotas de miel como cebo en el brazo del sillón pero no da resultado, no puedo esperar a que vuelva a picar para intentar encontrarla, así que le ofrezco un trato: 

–Si abandonas mi cuerpo te perdono la vida. Si vuelves a picar te voy a encerrar 20 años en una caja de fósforos porque tengo información de que estás en contacto con otras hormigas para realizar acciones subversivas.  

Me volvió a picar. Ahora sí que la mato. Me quité la camisa.  

–Ah, estás huyendo.  

Me quité el pantalón, los calzoncillos y en eso la veo, en el suelo, ante mí, mirándome como si nada hubiese hecho. Y en ese momento sublime vuelve a llegar la Katiuska: 
–¡Que trabajador, con las manos en los bolsillos! 

Sólo entonces descubrí que la hormiga nunca quiso hacerme daño, su única intención fue mostrar que no tengo tatuaje porque soy el diablo.

 

 

 

 
 
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