8 de agosto de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Reabierto Ten Cent de Galiano

Oscar Mario González 

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - El lunes 28 de julio, tras dos años de inactividad por encontrarse en reparaciones, abrió sus puertas el popular edificio del Ten Cent ubicado en la intersección de Galiano y San Rafael, Ciudad de la Habana, esta vez con el nombre de Ferretería Transval.

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Para los habaneros que ya sobrepasan la media rueda el nuevo comercio en nada se parece al antiguo Ten Cent.  Empezando porque las elegantes vidrieras que antaño llamaban la atención de todos y especialmente de nuestras madres, se sustituyeron por una pared de losas relucientes de color negro con dos anchas puertas de cristal para la entrada y salida de los clientes. Si a ello unimos los colores amarillo y violeta de las paredes del edificio el efecto cromático resultante no es nada atractivo. Los habaneros, con esa chispa siempre encendida ya bautizaron a la nueva tienda como “La funeraria de Galiano”.

A una semana de su apertura, la cola para entrar se prolongaba desde la calle San Miguel hasta la calle Neptuno y doblaba por esta última. Una fila de cuadra y media de largo que en su trayecto amenazaba con obstruir el tráfico. Las expectativas y la curiosidad del público estaban justificadas.

El surtido de artículos es rico en variedades. En cuanto a utensilios del hogar, que constituyen la propuesta comercial de la entidad, existe todo lo pensable en materia de utilidad domestica. Desde pequeños e insignificantes soportes de ropa húmeda (palillos de tendederas), hasta juegos de comedor y cortadoras de césped.

Los dos únicos pisos en activo, la planta baja y la primera, están organizados por departamentos. Así pues, en el primer caso se tienen las secciones de fiestas, deportes, cocina y comedor, electrodomésticos, zapatillas, por citar algunos ejemplos, mientras que en el primer piso se destacan las secciones de cocina y accesorios, limpieza e iluminación, electricidad, plomería, entre otros.

Un área del recinto de interés especial adopta el nombre de “Todo por un precio”. Aquí se venden artículos con uniformidad de precios según el estante de venta en que se encuentren. Así, pues, tenemos los estantes de “todo por un peso”, “todo por tres pesos”, hasta el de “todo por cinco pesos”. De esto se desprende que algunas ofertas comprenden varias unidades.

Tal es el caso de los estropajos cuyo paquete de cuatro unidades vale un peso convertible. Cuando la persona es pobre -como la mayoría de la población- se dirige al merolico cuentapropista. Este le revende un estropajo que previamente adquirió en el estante de todo por un peso del comercio estatal; por supuesto, con un margen de ganancia a su favor.

Algo propio de esta tienda es la gran cantidad de cámaras instaladas en el techo a lo largo y ancho del recinto, así como el alto número de vigilantes y controladores. Yo conté 58 de ellos y cinco cajas recaudadores. O, sea 12 controladores por cada caja recaudadora.

La razón todos la conocemos: el robo está al tolete, por decirlo de una manera bien cubana y comprensible para todos. Aún y con todo un vigilante me confesó que ya había cogido a varios con las manos en la masa. Que al minuto fueron de cabeza al calabozo porque la policía estaba puesta “pa’ la cosa del Ten Cent”; “porque Raúl, si no creía en nadie”. Así mismo los visitantes elogiaban la variedad de ofertas calificando a la tienda de  “bárbara”, “tremenda”, “maravillosa”,  “fenomenal”, y con otros adjetivos que por respeto al lector omito.

Las opiniones que escuché fueron unánimes en afirmar que los precios son muy altos. Muy por encima de los de la red de tiendas estatales existentes en la capital.
Los “Ten Cents” eran comercios minoristas filiales de la matriz norteamericana F.W. Woolworth Company, con 5 tiendas en la Habana y otras 5 en el interior del país y unos 1000 empleados de los cuales el 80% eran mujeres. En la década de 1950 constituían la última novedad en materia de tiendas departamentales.

Tenían la ventaja y el atractivo de ofrecer servicio de cafetería en el interior del local así como trabajos de peluquería. Ofrecían, antes de que el McDonalds y sus hamburguesas soñaran con aparecer, entretenimientos para los pequeños. La intención: que toda la prole se sumergiera en un mundo de luz y colores donde cada uno realizara sus anhelos de consumo. Algo, por cierto, muy rechazado por los que conducen los pueblos a la miseria o a un tipo de consumo dirigido por ellos, auto conceptuados como los escogidos y únicos capaces de dictaminar, qué, quién y cuánto consumir. Donde ellos y sus elegidos sean los únicos súper consumidores.

 

 

 

 
 
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