Crónicas          
29 de abril de 2008

Conversación en clave de sol

Frank Correa

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Pepe regresaba de una entrevista en la Oficina de Intereses de los Estados Unidos, donde acababan de negarle la solicitud para visitar a su hijo. Hizo señas con la mano a un viejo Dodge del 54 que avanzaba por la calle Línea. El auto se detuvo. Quedaba un asiento disponible.

Se acomodó detrás, entre un hombre que llevaba un portafolio negro y una estudiante de la Escuela Latinoamericana de Medicina.
Delante, junto al chofer, viajaban dos hombres que vestían muy parecidos, también con portafolios oscuros sobre sus piernas.

A Pepe los hombres con  portafolios le ponían la carne de gallina. Y los muy rasurados, pelados y que vistieran correctamente. Eran casi siempre agentes de la Seguridad del Estado.

Una voz resonó en su oído.

-¿Qué tal, Pepe?

El hombre que viajaba a su lado resultó ser su viejo amigo Cucho. Disidente. Negociante. Inventor de todo lo humano y divino para sobrevivir. Más de una vez los habían detenido. Hacía más de un año que no lo veía. A Pepe le resultó sospechosa aquella indumentaria de Cucho. Pelado y afeitado. Vestuario impecable, zapatos briosos y aquel portafolios.

-Aquí –le respondió-, caminando mundo, pero dime, Cucho, ¿estás trabajando en Cubacontrol?

Sí –dijo el amigo con naturalidad, y señaló a los dos pasajeros de alante, que llevaban también portafolios y vestían como mellizos. Cucho comenzó a hablar en clave .

-¿Qué te parece el sol que está cayendo?

-¡Terrible! –dijo Pepe-, me está acabando la vista. Precisamente vengo de la óptica, fui a hacerme unos espejuelos, pero los muy cabrones no tienen ni aparato para medir la vista. ¿Y cómo te va a ti?

-Bien. La semana pasada me hicieron vice ministro. Allí tienen un almacén con todas las graduaciones del mundo.

Los que parecían mellizos miraron de reojo a Cucho.  Si alguien hubiera observado atentamente, hubiese notado la leve contracción de sus orejas cuando  se aguzaron para oír. 

-Pero no te detengas, Pepe, hay que seguir – dijo Cucho-. ¿Recuerdas la vez que perdí  la yegua rubia y  los potricos y tuve que arar el campo con las uña? ¡Y cuando aquello el sol no estaba tan duro!

¡El sol siempre ha estado igual!

-No, qué va, ahora está más fuerte y cada vez se pone peor. Deja que llegue el verano de verdad. Por si las moscas estoy pensando en cambiar el caballo.

-¡Aquí, chofer, déjeme aquí!

El auto se detuvo.  Pepe pagó y se despidió de su amigo. Cucho siempre fue impredecible, pero esta vez le resultó extraño verlo con ese vestuario y un portafolio. Imaginó que andaba metido en algo importante. Caminó con desgano hacia su casa. Era la segunda solicitud que le negaban para visitar a su hijo.  Cuba tampoco le otorgaba visa al muchacho para venir. Pepe estaba atrapado en un juego familiar donde los gobiernos cerraban  todas las entradas y salidas. Se estaba poniendo viejo y sus fuerzas ya no eran las mismas. Sintió que el sol calentaba más fuerte. De verdad le estaba acabando con la vista.

 

 


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