Crónicas          
25 de abril de 2008

De la realidad a la ficción

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Dos acontecimientos esenciales definen la historia cubana del siglo XX: el inicio de la República, en mayo de 1902, y el triunfo de la revolución castrista en enero de 1959. Sobre ambos períodos se ha vertido mucha tinta dentro y fuera de la isla: ensayos, testimonios, novelas, autobiografías, poemas y guiones bosquejan, mitifican o buscan las claves de sucesos pasados y presentes, principalmente del dilatado proceso revolucionario, cuyos protagonistas aún viven, detentan el poder y rescriben la historia desde los medios de enseñanza, la prensa y las instituciones culturales.

Las luces y sombras de la República desencadenaron el volcán revolucionario. Cuba era una sociedad en tránsito de modernidad, con  las incertidumbres, miedos y expectativas generadas por los cambios que acontecían en la economía, la cultura y el ámbito político.

La revolución fue un momento de rupturas y esperanzas que interrumpe el curso natural de la nación cubana, mediante cambios económicos, políticos e institucionales que transformaron la vida de las personas.

La implantación de un régimen de corte estalinista aliado a un bloque internacional y el liderazgo de un caudillo patriarcal sustentado por una minoría armada, condujeron al país a la involución económica, la creación de una burocracia depredadora y el uso de las masas en actos y desfiles de odios que estimulan la delación, exaltan al líder, denigran al “enemigo” y presentan  la historia como espectáculo cotidiano.

En Cuba, los cambios revolucionarios superan a la ficción. Desde 1959 andamos entre batallas, victorias y consignas que empobrecen el idioma; estadísticas que disminuyen la mortalidad y elevan la producción de alimentos, mientras crecen las cárceles, la vigilancia y los ciudadanos marchan al exilio o escapan en balsas hacia la orilla del enemigo.

Lo sucedido en esta isla durante medio siglo de revolución parece una metáfora de Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo, que describe a un feudo mexicano, donde la gente venera al terrateniente sin saber que ha muerto. En nuestro caso, Fidel Castro es un cadáver político desde hace dos años, pero “reflexiona” como un francotirador que sabotea a su heredero en el trono, desacredita al exilio y a los opositores pacíficos, pone al día el pasado y hasta elige las mentiras que embellecen a la policía del pensamiento, al partido opresor y enmascaran la esclavitud.

El Gran Hermano caribeño es digno del personaje de George Orwell. Para él no existe más que “un interminable presente, en el cual el Partido siempre lleva la razón”; la guerra es la paz y la garantía de la cordura, y la mentira equivale a la verdad, pues “quien controla el pasado controla el futuro”.

El líder “retirado” deviene paradigma real del déspota orwelliano de la novela 1984. En sus recientes escritos periodísticos corre las cortinas totalitarias y exalta la ideología que cayó en crisis con el derrumbe del muro de Berlín. La idea del paraíso terrenal socialista se desliza en los párrafos contra el uso de Internet y otros medios de comunicación masiva, capaces de romper la uniformidad de opinión impuesta en Cuba por el Partido Comunista, interesado en preservar el control sobre los ciudadanos, detener el progreso y manipular las informaciones.

Como en la obra del escritor inglés, el proceso social cubano encabezado por los hermanos Castro desde 1959, “vaporiza los sueños de la gentes”, pues sabe que “una sociedad  jerárquica sólo es posible basándose en la pobreza” y en la desinformación. Siempre debe haber guerra, peligros y enemigos. Se le teme a los que piensan. Al pueblo se le corta la relación con el pasado y con el mundo exterior, si no compara tendrá que tolerar las actuales condiciones de vida.

Castro, como el Gran Hermano, es inefable y todopoderoso. Todo triunfo, sabiduría, descubrimiento, toda felicidad o virtud nace de él. Él es la concreción con la que el Partido se presenta al mundo. El Partido se perpetúa a sí mismo en el poder. No teme a los proletarios pues estos continuarán de generación en generación procreando y muriendo.

En Cuba, como en la obra de Orwell, puede haber crisis, pero las masas nunca se levantan por su propio impulso, están oprimidas y no pueden articular el descontento. El gobierno teme a los grupos de personas capacitadas con proyectos alternativos, a la expansión del espíritu liberal, a los escépticos de la élite gobernante y a la ineptitud de su propia burocracia. Sabe que la confianza en sus fuerzas y la voluntad de mando garantizan la permanencia en el poder. Y el poder es un Dios que lo cambia todo, borra el pasado y modela las mentes.

Por eso el Comandante Fidel Castro y su brazo extendido, el General Raúl Castro, controlan, vigilan y reprimen a los opositores sin angustiarse desde el poder; mientras el Partido que ellos presiden difunde las mentiras y cae en ellas, a fin de olvidar todo hecho inconveniente, incluido el período republicano, cuyos problemas han sido excedidos por el castrismo.

La revolución cubana y sus personajes son un ejemplo del absurdo recreado por George Orwell y Juan Rulfo en obras literarias de varios contextos y amplias lecturas. A veces hay que echarle mano a la ficción para encontrar las claves interpretativas y políticas que expliquen cómo, por qué y hacia dónde transcurre un proceso social.

 

 


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