Crónicas          
24 de abril de 2008

Nefasto, la música y los cubanos

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Si la música fuera proteína los cubanos seríamos las personas mejor alimentadas del mundo.

Hay que oír cuánto exceso, qué dedicación pone la ciudadanía en demostrar sus gustos, la potencia de su equipo y el aguante de sus resquebrajados edificios para soportar tantos felices decibelios.

Y no es sólo el vecino quien muestra su alegría pre-suicidio, post potaje con arroz y huevo frito en un país diseñado para sordos de cañón. Las instalaciones culturales y recreativas también.

Para morir de un infarto glorioso provocado por guarachas, sones, baladas, rock o reguetón no es necesario quedarse entre las cuatro paredes de la casa. Salga, camine, conviértase en la víctima más feliz de un ataque de música que lo haga vibrar de convulsiones, perder el control de un lagrimal, y hacerse asiduo interlocutor (por señas) de un otorrino.

Sólo tiene que entrar al bulevar de San Rafael, desde Galiano a Prado, y sabrá de la mezcla inigualable de un arroz frito con toques de tambor a toda voz en la tienda Belinda.
Dos pasos más adelante, frente al Arlequín, saboreará con ritmo y taquicardia un helado con sabor a mentol chino bañado con una salsa de Andy Montañés.
Pero si prefiere la década prodigiosa, tómese a estrépito completo dos ostiones  en los portales de la tienda Dominó, en la próxima esquina, y dará saltos de placer escuchando a Los Brincos.

Sin embargo, la mayor variedad de música cubana y ruido humano la encontrará al cruzar el Parque Central, pues en cuanto ponga un pie en los adoquines de Obispo no podrá dejar de reconocer que en Cuba sí hay donde gozar (siempre que tengas dura la moneda).
El recorrido Turismo musical con las tripas vacías o Por los caminos del sado masoquismo melódico, comienza en Obispo y Aguacate. Allí, desde la Casa del Escabeche, junto con el efluvio humeante de Tilapia en cazuela con ajonjolí, te atacará como un león el montuno de Son de la loma, que te llevará subiendo hasta el Bosque de Boloña.

Ya frente a este espacio ensordecedor donde lo mismo te suenan  por las orejas un ritmo de Jazz fusión con la comparsita, de Lecuona, y el infaltable Hasta siempre, Comandante, de Carlos Puebla, podrás sentarte a llorar de felicidad hasta el próximo suplicio que continúa en La dichosa, más conocida por La bullanguera.

Y ahí, bajo la magia seductora de La dichosa, te nombrarás dichoso si entre los ensordecedores acordes de los estribillos de Pica mi caballo, La vida es un carnaval y Oxígeno, puedes percatarte que tú esposa está sentada en el contén de la acera con las manos taponeándole los oídos.

Pero todo es dicha, felicidad y ruido en esta calle Obispo, pues con sólo pasos ya estarás ubicado frente a La lluvia de Oro. Y que conste, no es oro lo que recibes, sino tormentas de ritmos, tempestades de ruidos que hacen temblar los adoquines con bolerotes al estilo Hoy como ayer, Convergencia y Perfidia.

La otra parada musical es más feliz, ya que en el Café París, que si bien nada tiene de la Ciudad Luz, potencia un nivel de ruidos equivalente al que provocan diez bombarderos, podrás declararte sordo de cañón al ritmo del chequeré, las maracas y el saxo, en una mezcla de samba con rock como para chuparse los dedos de desesperación.

Para culminar la bola (perdón, el recorrido musical), lléguese hasta La Mina, y allí, envuelto en El Camisón de Pepa, podrá continuar viaje en un Chan-Chan que, antes de llevarlo al Alto Cedro, Cueto o Marcané, lo deje alelado en el muro del malecón con la mezcla infinita de los músicos-soperos.

Nada, que si la diversidad de música que se escucha y amplifica en Cuba elevara los niveles de calidad de vida de la población, los cubanos de seguro viviríamos en el cielo, aunque sea tocando panderetas.

Y cuando los vecinos insomnes preguntan al delegado de la circunscripción:
-¿Y el decreto ley que penaliza el ruido?

-Guardados –le va a responder.

-¿Y los policías ubicados cada cuatro adoquines del casco histórico de la capital?
-Bailando, señor, bailando, que no se puede dar una mala imagen a los turistas.

 


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