Crónicas          
24 de abril de 2008

La decisión de Cristina

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Nada pudo parar los pies de Cristina la mañana en que resolvió abandonar la casa para siempre. Aunque en su mente rondaban otras soluciones, el dolor de las magulladuras causadas por los últimos golpes de Gregorio la empujaba a no mirar atrás y llegar pronto a casa de su madre.

Al cabo de más de veinte años de casados, la relación había acabado hacia mucho. Sus hijos, dos jóvenes recién salidos de la adolescencia, la apoyarían. Además, con su huida debía evitar una tragedia mayor. Ya el hijo menor se había enfrentado a su padre en una ocasión, porque iba a agredir a su madre y ella vio en los ojos de Maikel  la furia  contra su padre contenida durante la niñez.

Nacida y criada en un barrio marginal. Casada, llegó a ser madre en el mismo entorno. Las costumbres tradicionales sancionaban que la calle era de los hombres y la casa y los hijos para las mujeres. Y esa sentencia no escrita siempre la molestó.

Ella estaba resuelta a no callarse más. A pesar de las admoniciones de algunas vecinas,  de los regalos que Pedro le traía después de cada bronca, en esta ocasión no habría obsequio en el mundo que comprara  otra vez su silencio y el acatamiento a esas leyes no escritas. Metió la ropa que pudo en un viejo bolso y abrió la puerta de la casa.

El viento cálido del mediodía le dio en la cara. Secó la huella de las lágrimas, respiro hondo y cerró la puerta para anunciar la despedida de aquella triste vida.

Nadie la vio salir. Tuvo la idea de que la calle era para ella sola en ese instante.  Caminó por la acera despacio hasta llegar a la cima de la elevación que hace la calle y desde allí volteó el rostro para mirar atrás. A dos cuadras de distancia vislumbró la casita donde paso los últimos años. Los más amargos de su vida. Reprimió un suspiro y siguió su ruta.
En media hora, toco la puerta de la casa de su madre, que despertó de su siesta como si el toque de la puerta fuera una llamada de auxilio. Antes de abrir, miró por la ventana. Pensó que Cristina venía por la ropa lavada que anteayer tendió a al sol en la azotea. Sin embargo, el gesto de la cara de su hija al entrar revelaba algo diferente.

Solamente dos palabras sirvieron para que su madre supiera lo que sucedía:

-Me fui -dijo Susana

 Su madre se sentó en el butacón junto a la puerta. La vio adentrarse por el pasillo hacia los cuartos. Susana supo que esta vez el regreso a casa de su hija menor era definitivo.
Susana no se alarmó, por el contrario, la invadió una tranquilidad que se escapaba tras Cristina cada vez que ella regresaba a la casa que compartía con el marido y sus hijos. Con el optimismo natural de las mujeres acostumbradas a luchar solas en la vida, Susana entrecerró los ojos, como si quisiera vislumbrar el futuro y se dirigió a su cuarto, para acostarse y pensar mejor.

Luego de diez meses de abandonar su casa, un viaje a Pinar del Río por invitación de una parienta, le trajo la dicha de conocer a Roberto, un pescador de su misma edad, sin hijos y con una casa humilde, pero en la cual las olas de afecto la desbordaban. Decidió quedarse allí, junto a la playa, aunque fuera una mujer acostumbrada a vivir en el centro de la ciudad. Hoy sonríe más a menudo. Su vida cambió para mejorar.

¿Cuántas mujeres en Cuba y en el mundo sufrieron  o sufren el  mismo calvario de Cristina durante largo tiempo? Las costumbres, las convenciones sociales, la hegemonía del marido todopoderoso impiden a muchas féminas lograr un desarrollo personal  integral. Economía propia, educación, respeto a si mismas, derecho a tener una vida plena son todavía para  muchas mujeres un sueño. Toda mujer,  por el hecho de tener la posibilidad de ser madre merece el debido respeto.

 

 


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