Crónicas          
22 de abril de 2008

Obituario

Frank Correa 

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - La muerte de los amigos siempre nos toma de sorpresa. Y cuando se nos marcha uno bien cercano, de esos que  aparecen en nuestros recuerdos acompañados de aventuras y mucha adrenalina, entonces aceptamos que la vida es furtiva, un relámpago que nos ciega, del cuál debemos estar siempre desconfiados.

Es el caso del fallecimiento en la prisión de Pinar del Río de mi entrañable amigo Maykel Brown, un Mará (filosofía secreta urdida en la casa de los mil colores,  Loma del chivo, Guantánamo),

El Mará es sin dudas una de las primeras manifestaciones disidentes dentro de Cuba, donde se reunían poetas, músicos, pintores, bailarines y toda clase de expresiones artísticas guantanameras con pensamiento propio, en una tertulia  interminable

Allí me llevó mi amigo Maykel Brown una mañana de febrero de 1984 y me hice escritor bajo las únicas exigencias irrebatibles del Mará: valentía política y libertad creadora.

Maykel Brown emigra a la Habana al año siguiente. Muy rápido descubre los modus operandis para sobrevivir en la capital y se hace de un cuarto en un solar de la calle Cuba, esquina a Amargura, Habana Vieja.

Allí se constituye tabaquero subrepticio. Es decir, compraba en las fábricas estatales y por separado los puros, las anillas, los sellos de propiedad, los certificados de calidad y las cajas vacías. Luego en su casa, con mucha paciencia, armaba una obra de arte del más exquisito gusto.

Venderlas era la parte  fácil del oficio. Sólo debía bajar a la acera y proponerla a los miles de turistas que deambulaban por la zona.

Hizo una rápida fortuna y trajo a vivir a la capital a sus hermanos Pí, El Mapa y  Pulú, a los que enseñó el lucrativo negocio de la tabaquería y luego a sus hermanas Kenia y Yania, que en tiempo récord se casaron con italianos y se fueron a vivir allá.

Maykel era sumamente conocido y respetado en el barrio.  Ayudaba a desvalidos, niños, ancianos, por lo que siempre le acompañó una aureola de señorío por las calles donde transitaba.

Cuando vine a vivir para La Habana su mano amiga no se hizo esperar y como el disidente que nunca dejó de ser, me facilitó lo necesario para ocuparme de lo que  verdaderamente requería: escribir.

Dueño de una pulcritud absoluta, consumidor empedernido de Bob Marley, su hablar era tan parco que contagiaba. Poseía educación refinada y una vasta cultura,  muy difíciles de encontrar en los hombres del bajo mundo.

Jamás contrajo vínculo laboral con el estado. Su lema era: nunca moveré un dedo en favor de esta burla.

Fue capturado en una aparatosa operación policial en el año 2002, mientras veía tranquilamente una película en su “apartamento” recién amueblado del solar habanero.

Lo procesaron y condenaron a 30 años. En el juicio se puso de pie y le pidió al tribunal que  le concediera la pena de muerte, pues para morir era ilógico esperar tanto. Le negaron la gracia.

Luego de 5 años preso en el Combinado del Este, en Ciudad de La Habana, fue trasladado sin justificación a la penitenciaría de Pinar del Río, lo que dificultó aún más las visitas y el apoyo de sus familiares.

Enfermo gravemente de tuberculosis, el 10 de abril, a las 5 de la tarde, llamó por teléfono a su casa:

-Vengan a verme por última vez. Me estoy muriendo.

Sus hermanos no tuvieron tiempo de preparar el viaje. Falleció a las 2 y 40 de la tarde, el  11 de abril de 2008, a los 47 años.

 

 


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