Crónicas          
11 de abril de 2008

Burlería criolla

 Odelin Alfonso Torna

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Hace aproximadamente un mes viajaba en uno de los camiones particulares que transporta pasajeros desde el municipio capitalino El Cotorro hasta el hospital Pando Ferrer. Al fondo del camión un señor perdía diez pesos convertibles al enrolarse en el juego de las “tapitas”. Dos días después supe a través de un amigo que viajaba en el mismo itinerario, que un joven del preuniversitario apostaba su reloj pulsera, regalo de sus padres por haber aprobado el nivel medio.

Estas y otras personas son victimas de un grupo de estafadores que operan sobre el transporte público, sobre todo en zonas donde la presencia policial es casi nula. Este grupo, regularmente compuesto por seis o siete individuos, aparentan no conocerse entre ellos.

El cabecilla es el centro del espectáculo. Incita al juego barajando con destreza las tapitas sobre el piso. El resto de la pandilla se mezcla con los pasajeros y entran inesperadamente, billete en mano, en las apuestas.

Aunque para la mayoría de los cubanos ser parte de este engaño sobre ruedas es cosa de incautos, todavía existen quienes se ilusionan con el bingo.

Geográficamente se puede considerar a los municipios costeros de la capital, y me detengo en especificar a la Habana Vieja y Centro Habana, como los de menor altitud sobre el nivel del mar.

Aunque mi percepción padezca declive o debacle terrenal de estos dos municipios con respecto a otros con mayor altura y población, ambos se consideran como el territorio de más flujo comercial legal e ilegal del país. De hecho, se mueven por sus arterias cientos de miles de transeúntes y turistas diariamente.

Sabemos también que por las calles adoquinadas del Casco Histórico de la Habana Vieja, es donde se atrinchera el mayor número en efectivos de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR). Sin dudas, nuestro patrimonio cultural, aunque lo simule como pertenencia de “todos”, está al resguardo de uno o dos policías, cada cien metros aproximadamente.

Volviendo a la teoría perceptiva de la geografía capitalina, pude entender por qué la PNR está contrapesada e inclina su balanza hacia los municipios costeros. Y es que a partir de éstos el vandalismo y las necesidades empiezan ascender.

¿Existen razones para asignarle tales cuotas de custodia al más longevo y gótico entre los complejos urbanísticos coloniales de Cuba?

El ex Comandante en Jefe dijo en 2005, víspera de iniciarse la entrega de equipos electrodomésticos en Arroyo Naranjo, que dicho municipio era el de “mayor índice delictivo en la capital”. Para entonces, Arroyo Naranjo sería el territorio experimental en la llamada “Revolución Energética”. Y digo “sería,” porque aún permanece dentro del tubo de ensayo del fracasado programa.

Lo de la “tapita” ya empieza a adentrarse en los nuevos ómnibus articulados marca Yuton. Mario Cortinas Céspedes, vecino de calle 247 número 3802, reparto Punta Brava, en el municipio La Lisa, envió una carta sobre el tema a la sección “Acuse de recibo”, a cargo del periodista José Alejandro Rodríguez, en el diario Juventud Rebelde.

El ciudadano Cortinas lo describe como “un extraño fenómeno que ha presenciado en la ruta P-14”.

Este viejo episodio de vandalismo es descrito por los ciudadanos en otras rutas, con los mismos timadores y el mismo modus operandi: el P-3 (Alamar-Miramar), el M-6 (Calvario- Vedado) o el P-7 (Cotorro-Parque Central).

Para las autoridades del orden público este delito pasa de largo. No existen ni existieron acusados y acusadores desde que el juego de las “tapitas” ó “chapitas” comenzó a operar bajo los puentes de la periferia capitalina a mediados de los años noventa.

No conozco ningún caso descrito por la prensa donde se involucren o aparezcan juzgados por los tribunales estos individuos. El juego es algo prohibido desde que se “juega” al socialismo en Cuba. Al parecer, la burlería criolla sobre ruedas tiene la venia de las autoridades.

Las filas de la PNR se degeneran cada año y el reclutamiento de nuevos policías de infantería, a pesar de los salarios y otras prebendas, no satisface las expectativas de complementar la verdadera tranquilidad ciudadana.

De momento, es mejor cuidar la imagen de la ciudad en su primera dimensión. Aglutinar efectivos policiales para prevenir incidentes en el Casco Histórico, Centro Habana o Miramar, donde quede algo de “nuestro patrimonio nacional”.

El Vaticano, que guarda uno de los mayores tesoros patrimoniales del mundo, cuenta con una abultada plantilla de centinelas. No creo que en las 44 hectáreas de la Santa Sede se juegue a las tapitas. En La Habana hay espacio para la burlería criolla sólo en la periferia.

 


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