Crónicas          
10 de abril de 2008

Las causas de la ira

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión


LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) -  Ayer pude observar varios ejemplos de lo que denominan indisciplina social en Cuba. Un vecino que reside en un apartamento en alto decidió limpiar su morada a las 7 p.m. ¿Qué tiene de perjudicial la limpieza de su casa? El problema reside en que el señor tomó una manguera de dos y media pulgadas de diámetro y comenzó a echar agua por todo su piso y botarla por el tragante del balcón que la vierte sobre el techo del portal de la vecina de los bajos, que pudo contemplar cómo el agua corría por el lado exterior de la pared de su portal.

Algunos minutos más tarde, de otra casa cercana me llegó el retumbar desaforado del ritmo de un reguettón. El deseo de fiesta inundó  toda una manzana de viviendas sin indagar quienes deseaban a esa hora escuchar a Don  Omar.

Al propio tiempo, unos muchachones en plena adolescencia jugaban a la pelota en la calle, la que convirtieron en terreno de béisbol, sin contar que se trataba del paso natural de  transeúntes y vehículos. Margarita, que salió a esa hora a botar la basura junto al poste de electricidad de la esquina –también un lugar inapropiado- les sugirió que se fueran a jugar a un terreno baldío de la otra cuadra. La mejor respuesta fue el caso que le hicieron.

Es muy común escuchar a dos personas insultarse en un transporte público por causas nimias que una buena educación hubiera zanjado con una adecuada excusa. Los golpes no podrían excluirse de un inventario de malos comportamientos públicos hoy en día.
Por qué ocurren estos desagradables eventos? No hay respuesta. La creación  de nuevas convenciones sociales resulta una tarea de más de cincuenta años.

Nadie puede negar que hace medio siglo los amarres de la sociedad republicana fueron rotos por la tormenta revolucionaria.  Las costumbres sociales, las malas y las buenas, fueron barridas por el cambio social producido. La formación de lo que se dio en llamar un hombre nuevo ocupó el lugar predominante en la forja colectiva de un individuo producto íntegro de una nueva sociedad. Con lo que no contaron es que esa nueva sociedad también se estaba formando.

El rechazo a normas y modos de expresión y formas de decir, comportamiento público y gestos personales, estilos de vestir e imagen social junto a la pérdida de muchos rasgos urbanos cosmopolitas por aventura política y carestía inevitable hicieron a la sociedad cubana irreconocible para alguien que fue testigo de ella en años precedentes.

La colectivización de tareas y del modo de vida, la movilización en campañas, la desaparición de límites de clase, la invasión del espacio privado en el terreno de las relaciones interpersonales produjo un terremoto social que resquebrajó el espacio de privacidad individual o familiar ya tradicional, lo que afectó gravemente a los núcleos familiares. La tendencia a identificar la proyección de la imagen del ciudadano con la de su militancia política uniformizó patrones de conducta que la informalidad de las situaciones   sancionó como correctos, pero que con el tiempo darían resultados diferentes a los esperados.

Al cabo de casi medio siglo, una mujer de cuarenta años se vio obligada a preguntarse a sí misma y a acudir a buscar la respuesta de su madre sobre si todo lo que se había hecho en Cuba hasta ahora estaba mal.

Cuando se escuchan las quejas de miles individuos de diferentes sectores sociales sobre los males de esta sociedad en asambleas y congresos, sabemos que no estamos en un lecho de rosas. Lo que no veo es la identificación de los reales culpables de tamaño desbarajuste. Porque mientras no se llegue a las causas verdaderas de esta especie de ira que impulsa a actos vandálicos a muchos ciudadanos, no podremos eliminarlos y seguiremos siendo víctimas de ellos.  ¿Por cincuenta años más?

 


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