Polémicas
en torno a un discurso
Por Miguel Saludes.
Es sabido que en épocas pre electorales el
tema cubano ocupa una página en la agenda de los aspirantes
a ocupar la silla presidencial de Estados Unidos. Aunque algunos
lo ven de manera negativa, al menos es indicio de la influencia
de los antillanos en la política partidista del poderoso
vecino.
Las reacciones que estos discursos provocan en la
Isla han ido variado con el tiempo. Mientras la población
escucha hablar de ellos con marcada indiferencia, el gobierno los
toma como sostén de sus argumentos para la preparación
contra nuevas agresiones, el alistamiento para afrontar las consecuencias
del endurecimiento de lo que ellos siguen llamando bloqueo y el
mantenimiento de una intransigencia que se recarga contra la propia
población. Cualquier cuestionamiento hacia la política
interna cubana es combatido con esas razones. Pedir cambios en esas
condiciones es considerado casi un acto de traición.
Como a los que gobiernan en Cuba no les interesa
hacer cambios o concesiones que conduzcan a una situación
que conlleve a la pérdida del poder que ellos detentan, discursos
como estos les vienen de maravilla para su libreto. Los ajustan
de tal manera en el guión que casi se convierten en parte
esencial de la trama. Si no los tuvieran tendrían que producirlos.
Sin embargo el pronunciado por George W. Bush el
pasado 28 octubre tuvo elementos novedosos. En Cuba muchos quedaron
asombrados ante la aparición del presidente norteamericano
en televisión cubana. Lo inusitado fue la transmisión
de los últimos 15 minutos de esa intervención. La
respuesta oficial no se hizo esperar. Felipe Pérez Roque,
en nombre de una ciudadanía que no tiene derecho a expresarse
libremente, manifestó que a los cubanos nadie los hará
desistir de su sueño de justicia, de libertad e independencia.
¿Qué hubo de particular en este último discurso
que despertó tal reacción en la cúpula del
poder? Lo más importante en su contenido es lo que puede
interpretarse como la respuesta oficial de la Casa Blanca a las
veladas propuestas hechas, primero por Raúl Castro y poco
después por Ramiro Valdés, para un acercamiento con
el gobierno norteamericano. Bush manifestó tajantemente su
rechazo manifestando que el cambio debe ser de sistema y no de gobernantes
dentro del mismo mecanismo actual. No se trata, dijo, de buscar
arreglos en nombre de falsas estabilidades. Y en esto el presidente
norteamericano lleva razón.
Otros detalles como la creación de un fondo
internacional que posibilite la rápida transición
democrática, las becas y envíos de computadoras, pueden
resultar importantes si se llegan a concretar de una vez. En cuanto
al llamamiento para que la transición llegue a Cuba y que
los "cubanos de a pie" tengan "poder de moldear su
propio destino" se parecen, salvando ciertas diferencias, al
que hiciera Juan Pablo II cuando manifestó que el pueblo
cubano debía ser protagonista de su propia historia. Ambos
contenidos se refieren a un mismo objeto: la ciudadanía como
elemento del cambio.
Paralelas a la voz oficialista se alzaron otras
voces discordantes para criticar las palabras del mandatario estadounidense.
Se destacan las de gobiernos democráticos, como el de Chile,
e incluso la de varios opositores internos y exiliados. La mayoría
de los disidentes opinan que todo sigue igual. Cuba, según
manifestaron algunos, no representa una cuestión vital para
la política norteamericana, apreciación muy diferente
de la que aparenta percibir el gobierno cubano. Los moderados Gutiérrez
Menoyo y Cuesta Morúa opinaron que este tipo de acciones
puede crear dificultades a los elementos reformistas dentro del
sistema y ser utilizado por quienes son considerados duros para
evitar la transición.
Según reportes de prensa Menoyo, hablando en nombre de toda
la oposición cubana, hizo su versión personal de la
famosa frase del Papa cuando manifestó que corresponde a
los cubanos ser arquitectos de su destino. Olvidó que a veces
para hacer ciertas arquitecturas se requiere de la ayuda ajena.
Sólo se debe salvaguardar que la misma llegue sin imposiciones.
Lo hicieron los mismos mambises, a quien nadie puede acusar de mercenarios,
cuando pidieron a Estados Unidos ayuda para finalizar la guerra
cruenta que amenazaba con alargarse por más tiempo.
El discurso de Bush puede ser criticable.
Pero existe una verdad que no podemos ignorar los cubanos. Sea por
cuestiones partidistas o por otras razones, el único gobierno
que se ha pronunciado de manera vertical contra la dictadura que
impera en Cuba es el de Estados Unidos. Con errores en el enfoque
o no, pocos se han atrevido a apoyar la causa de la democracia en
la cercana isla. Quienes lo han hecho siempre cargan con el sambenito
de aliados del Imperio. En cambio los que han apostado por la práctica
del intercambio y a una paciente espera de la generosidad castrista,
terminaron por dejar fuera de su foco a los que tratan de establecer
la sociedad de derechos en su patria. No se si es preferible contar
con el apoyo abierto norteamericano, a pesar de los intereses políticos
y sus pifias, o con la ignorancia y el silencio de aquellos que
aplican estrictamente los manoseados principios de la auto determinación
de los pueblos, que al fin se tornan en el libre albedrío
que disfrutan ciertos gobernantes.
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores,
y autoriza la reproducción de este material, siempre que
se le reconozca como fuente
|