31 de octubre de 2007
 
 
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31 de octubre de 2007

Polémicas en torno a un discurso
Por Miguel Saludes.

Es sabido que en épocas pre electorales el tema cubano ocupa una página en la agenda de los aspirantes a ocupar la silla presidencial de Estados Unidos. Aunque algunos lo ven de manera negativa, al menos es indicio de la influencia de los antillanos en la política partidista del poderoso vecino.

Las reacciones que estos discursos provocan en la Isla han ido variado con el tiempo. Mientras la población escucha hablar de ellos con marcada indiferencia, el gobierno los toma como sostén de sus argumentos para la preparación contra nuevas agresiones, el alistamiento para afrontar las consecuencias del endurecimiento de lo que ellos siguen llamando bloqueo y el mantenimiento de una intransigencia que se recarga contra la propia población. Cualquier cuestionamiento hacia la política interna cubana es combatido con esas razones. Pedir cambios en esas condiciones es considerado casi un acto de traición.

Como a los que gobiernan en Cuba no les interesa hacer cambios o concesiones que conduzcan a una situación que conlleve a la pérdida del poder que ellos detentan, discursos como estos les vienen de maravilla para su libreto. Los ajustan de tal manera en el guión que casi se convierten en parte esencial de la trama. Si no los tuvieran tendrían que producirlos.

Sin embargo el pronunciado por George W. Bush el pasado 28 octubre tuvo elementos novedosos. En Cuba muchos quedaron asombrados ante la aparición del presidente norteamericano en televisión cubana. Lo inusitado fue la transmisión de los últimos 15 minutos de esa intervención. La respuesta oficial no se hizo esperar. Felipe Pérez Roque, en nombre de una ciudadanía que no tiene derecho a expresarse libremente, manifestó que a los cubanos nadie los hará desistir de su sueño de justicia, de libertad e independencia.
¿Qué hubo de particular en este último discurso que despertó tal reacción en la cúpula del poder? Lo más importante en su contenido es lo que puede interpretarse como la respuesta oficial de la Casa Blanca a las veladas propuestas hechas, primero por Raúl Castro y poco después por Ramiro Valdés, para un acercamiento con el gobierno norteamericano. Bush manifestó tajantemente su rechazo manifestando que el cambio debe ser de sistema y no de gobernantes dentro del mismo mecanismo actual. No se trata, dijo, de buscar arreglos en nombre de falsas estabilidades. Y en esto el presidente norteamericano lleva razón.

Otros detalles como la creación de un fondo internacional que posibilite la rápida transición democrática, las becas y envíos de computadoras, pueden resultar importantes si se llegan a concretar de una vez. En cuanto al llamamiento para que la transición llegue a Cuba y que los "cubanos de a pie" tengan "poder de moldear su propio destino" se parecen, salvando ciertas diferencias, al que hiciera Juan Pablo II cuando manifestó que el pueblo cubano debía ser protagonista de su propia historia. Ambos contenidos se refieren a un mismo objeto: la ciudadanía como elemento del cambio.

Paralelas a la voz oficialista se alzaron otras voces discordantes para criticar las palabras del mandatario estadounidense. Se destacan las de gobiernos democráticos, como el de Chile, e incluso la de varios opositores internos y exiliados. La mayoría de los disidentes opinan que todo sigue igual. Cuba, según manifestaron algunos, no representa una cuestión vital para la política norteamericana, apreciación muy diferente de la que aparenta percibir el gobierno cubano. Los moderados Gutiérrez Menoyo y Cuesta Morúa opinaron que este tipo de acciones puede crear dificultades a los elementos reformistas dentro del sistema y ser utilizado por quienes son considerados duros para evitar la transición.

Según reportes de prensa Menoyo, hablando en nombre de toda la oposición cubana, hizo su versión personal de la famosa frase del Papa cuando manifestó que corresponde a los cubanos ser arquitectos de su destino. Olvidó que a veces para hacer ciertas arquitecturas se requiere de la ayuda ajena. Sólo se debe salvaguardar que la misma llegue sin imposiciones. Lo hicieron los mismos mambises, a quien nadie puede acusar de mercenarios, cuando pidieron a Estados Unidos ayuda para finalizar la guerra cruenta que amenazaba con alargarse por más tiempo.

El discurso de Bush puede ser criticable. Pero existe una verdad que no podemos ignorar los cubanos. Sea por cuestiones partidistas o por otras razones, el único gobierno que se ha pronunciado de manera vertical contra la dictadura que impera en Cuba es el de Estados Unidos. Con errores en el enfoque o no, pocos se han atrevido a apoyar la causa de la democracia en la cercana isla. Quienes lo han hecho siempre cargan con el sambenito de aliados del Imperio. En cambio los que han apostado por la práctica del intercambio y a una paciente espera de la generosidad castrista, terminaron por dejar fuera de su foco a los que tratan de establecer la sociedad de derechos en su patria. No se si es preferible contar con el apoyo abierto norteamericano, a pesar de los intereses políticos y sus pifias, o con la ignorancia y el silencio de aquellos que aplican estrictamente los manoseados principios de la auto determinación de los pueblos, que al fin se tornan en el libre albedrío que disfrutan ciertos gobernantes.



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