Olga
Guillot, una actriz que padece sus canciones
La voz y el talento de Juan Luis Guerra y su colección de
Grammys dejaron este año casi detrás del escenario
de Las Vegas a tres leyendas de la canción y el bolero de
Hispanoamérica
RAUL RIVERO / DIARIO LIBRE
La corona escondida
La foto de Juan Luis Guerra en Las Vegas con
cinco premios Grammy entre las manos (una estatuilla en el aire,
casi en el tabloncillo del escenario) dejó en el olvido la
gloria efímera que visitó, a paso de conga, a tres
veteranos de la canción y el bolero de Hispanoamérica:
la costarricense Chavela Vargas, el chileno Lucho Gatica y la cubana
Olga Guillot.
La primera no pudo llegar a la ceremonia porque la muerte presume.
Y los otros dos se presentaron al son de unas victorias lejanas
y de unos aplausos que se encendieron y se apagaron en la década
de los 50 del siglo pasado.
Estuvieron en una estación posmoderna, siempre un poco camp
y trepidante, con sus maneras de gente de otro tiempo y unas palabras
de agradecimiento que parecían escritas por un libretista
de telenovelas.
Olga Guillot y Lucho Gatica recibieron sus piezas y se saludaron.
Recordaron, en una misma evocación rebuscada que, juntos,
desde las máquinas de discos de los bares y los clubes nocturnos
o desde recargados estudios de televisión, con sus boleros
directos y eternos ayudaron a que se enamoraran varias generaciones
de hombres y mujeres de aquel continente.
Luego regresaron a la vejez, cada uno por su lado. El chileno, con
su familia y la Guillot a su exilio, a sus patrias improvisadas
de México y Miami. Allí, a los sitios en donde se
ha reinventado la vida a fuerza de talento, paciencia y coraje para
poder seguir en el corazón ajado de los nostálgicos
y en el asombro de los que comienzan a conocerla.
Ha vuelto a la libertad que encontró lejos. Los lugares en
los que siempre busca aliento para cuando le pidan que repita, con
los ojos cerrados, aquel bolerón del mexicano Chamaco Domínguez
que comenzó a inmortalizarla en 1954 y que comienza así:
«Voy viviendo ya de tus mentiras/ y es por eso que te quiero
tanto».
Entre el octubre de 1922 cuando nació allá, frente
a la bahía de Santiago de Cuba, y el octubre de este año
ha pasado algún tiempo y muchos trabajos, mucha vida, viajes,
amores, insubordinaciones, desamparos y desafíos.
La voz que tiene la encontró en la calle. Ella le puso el
punto de azúcar y la pasión, el drama, porque es una
actriz que sale a escena a actuar sus piezas, a representarlas con
un apoyo en la desmesura de los gestos.
Un hombre sabio que la vio en 1952 en un escenario me contó
esto: «De lejos, sin saber quién era, se tenía
la impresión de que se trataba de una mulata blanconaza que
se quejaba a gritos porque la habían dejado. Unos minutos
después, era esa misma mulatona hecha a mano que estaba feliz
porque la querían. Con la primera sentías la tragedia
como algo personal y llorabas. La segunda te hacía sentir
feliz, pedir un trago largo y brindar por la vida porque valía
la pena».
Además de este Grammy tardío, tiene más de
50 discos de oro, dos de platinos y ha trabajado en unas 20 películas.
Sigue en el camino. Es seguro que este sábado canta en algún
sitio romántico de América. En cualquier país,
menos en Cuba, donde está prohibida porque mucho más
que una voz es un sentimiento. Además, Olga Guillot es una
mujer fuerte y libre y los dictadores le tienen miedo a esas personas.
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