25 de noviembre de 2007
 
 
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25 de noviembre de 2007

Olga Guillot, una actriz que padece sus canciones

La voz y el talento de Juan Luis Guerra y su colección de Grammys dejaron este año casi detrás del escenario de Las Vegas a tres leyendas de la canción y el bolero de Hispanoamérica

RAUL RIVERO / DIARIO LIBRE



La corona escondida
La foto de Juan Luis Guerra en Las Vegas con cinco premios Grammy entre las manos (una estatuilla en el aire, casi en el tabloncillo del escenario) dejó en el olvido la gloria efímera que visitó, a paso de conga, a tres veteranos de la canción y el bolero de Hispanoamérica: la costarricense Chavela Vargas, el chileno Lucho Gatica y la cubana Olga Guillot.


La primera no pudo llegar a la ceremonia porque la muerte presume. Y los otros dos se presentaron al son de unas victorias lejanas y de unos aplausos que se encendieron y se apagaron en la década de los 50 del siglo pasado.


Estuvieron en una estación posmoderna, siempre un poco camp y trepidante, con sus maneras de gente de otro tiempo y unas palabras de agradecimiento que parecían escritas por un libretista de telenovelas.


Olga Guillot y Lucho Gatica recibieron sus piezas y se saludaron. Recordaron, en una misma evocación rebuscada que, juntos, desde las máquinas de discos de los bares y los clubes nocturnos o desde recargados estudios de televisión, con sus boleros directos y eternos ayudaron a que se enamoraran varias generaciones de hombres y mujeres de aquel continente.
Luego regresaron a la vejez, cada uno por su lado. El chileno, con su familia y la Guillot a su exilio, a sus patrias improvisadas de México y Miami. Allí, a los sitios en donde se ha reinventado la vida a fuerza de talento, paciencia y coraje para poder seguir en el corazón ajado de los nostálgicos y en el asombro de los que comienzan a conocerla.


Ha vuelto a la libertad que encontró lejos. Los lugares en los que siempre busca aliento para cuando le pidan que repita, con los ojos cerrados, aquel bolerón del mexicano Chamaco Domínguez que comenzó a inmortalizarla en 1954 y que comienza así: «Voy viviendo ya de tus mentiras/ y es por eso que te quiero tanto».


Entre el octubre de 1922 cuando nació allá, frente a la bahía de Santiago de Cuba, y el octubre de este año ha pasado algún tiempo y muchos trabajos, mucha vida, viajes, amores, insubordinaciones, desamparos y desafíos.


La voz que tiene la encontró en la calle. Ella le puso el punto de azúcar y la pasión, el drama, porque es una actriz que sale a escena a actuar sus piezas, a representarlas con un apoyo en la desmesura de los gestos.


Un hombre sabio que la vio en 1952 en un escenario me contó esto: «De lejos, sin saber quién era, se tenía la impresión de que se trataba de una mulata blanconaza que se quejaba a gritos porque la habían dejado. Unos minutos después, era esa misma mulatona hecha a mano que estaba feliz porque la querían. Con la primera sentías la tragedia como algo personal y llorabas. La segunda te hacía sentir feliz, pedir un trago largo y brindar por la vida porque valía la pena».


Además de este Grammy tardío, tiene más de 50 discos de oro, dos de platinos y ha trabajado en unas 20 películas. Sigue en el camino. Es seguro que este sábado canta en algún sitio romántico de América. En cualquier país, menos en Cuba, donde está prohibida porque mucho más que una voz es un sentimiento. Además, Olga Guillot es una mujer fuerte y libre y los dictadores le tienen miedo a esas personas.

 

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