Entre
la obsesión y la estrategia
Por Pablo Alfonso / Diario Las Américas
Alguien ha dicho que el dictador cubano Fidel Castro
es el primer fidelista del mundo.
Es una buena frase. Define no sólo el carácter
del dictador, sino el lugar que, en la escala de prioridades de
Castro, ocupa “su obra” revolucionaria.
“Dentro de la revolución todo, contra
la revolución nada”, no fue una afirmación coyuntural,
que pronunció hace cuatro décadas ante una aturdida
audiencia –entre temerosa y nostálgica- de intelectuales
cubanos.
Esa es su máxima política cotidiana.
Para Castro ha sido siempre una constante, aunque casi medio siglo
de revolución nos impide a veces identificarla.
Se requiere de ciertos repasos históricos
para reconocer que, lo que en ocasiones calificamos de obsesión,
no es más que la reiteración de un objetivo estratégico
de preservar “su obra”, la revolución cubana.
Utilizando una discutida metáfora del ex-presidente
argentino, Carlos Menem, las “relaciones carnales” entre
Cuba y Venezuela, son un buen ejemplo de cómo el castrismo
trabaja en su conservación.
El asunto viene de lejos. Cobró auge a mediados
de los 60, cuando Castro fomentó la subversión en
América Latina y la apoyó y sostuvo en Africa. Eran
los tiempos en que Cuba entrenó a centenares de guerrilleros
latinoamericanos y por los centros de inteligencia y subversión
cubana, pasaron miles de militantes revolucionarios, iluminados
por la redención social.
Castro fue visto entonces, por toda esa variopinta
legión de revolucionarios que parió la Era, como el
gran líder revolucionario dispuesto a darlo todo por la revolución
latinoamericana. El ejecutor del sueño de Bolívar,
Martí y otros procures, que tantos desvelos, nostalgias y
quebraderos de cabeza le han propinado a la región.
Una visión heroica. La verdad histórica
es otra. La solidaridad cubana y su internacionalismo proletario
no fueron más que la cortina de humo que envolvía
otra realidad: preservar la revolución cubana.
La tesis atribuida al Che Guevara de “crear
dos, tres, cuatro, hasta cinco Vietnam” no fue más
que la táctica coyuntural para alejar de Cuba la atención
del mundo democrático y de Estados Unidos, creando focos
desestabilizadores en la región, que contribuyeron así
a garantizar “la raíz del mal”.
Fue también la respuesta de Castro a la decisión
soviética de retirar de Cuba los cohetes nucleares que apuntaban
a Estados Unidos, para garantizar “su obra” revolucionaria.
Su manera de “pasarle la cuenta” a Jruschov; de aguarle
la fiesta de la convivencia pacífica con Estados Unidos,
al “Nikita mariquita” porque “lo que se da, no
se quita”.
Una pataleta y un despecho en medio de aquel mundo
complejo de divisiones ideológicas entre soviéticos
y chinos.
Venezuela es quizás el ejemplo que mejor lo
explica. La estrategia de los muchos Vietnam se adoptó en
la Conferencia Tricontinental celebrada en La Habana en enero de
1966. Se trataba, en esencia, de garantizar la revolución
cubana, fomentando otras revoluciones en América Latina.
En julio de ese mismo año desembarcaron en
Venezuela, el entonces capitán Arnaldo Ochoa y otros catorce
militares cubanos para incorporarse a las guerrillas que dirigía
en las montañas de Falcón, el venezolano Douglas Bravo.
En mayo de 1967 un segundo desembarco, organizado personalmente
por Castro, concluyó en fracaso en las arenas venezolanas
de Machurucuto.
Meses después culminaba también en
fracaso la aventura guerrillera del Che en Bolivia. La tesis de
los focos guerrilleros sólo se mantuvo, a duras penas en
Centroamérica.
Aquella táctica fracasó por varios
motivos, pero no hay espacio en esta columna para analizarlos en
detalles. Vale la pena señalar dos puntos: La presión
soviética, opuesta al experimento guerrillero, y la Madre
Naturaleza. No es lo mismo hacer la guerra en los bucólicos
montes cubanos, que en las intrincadas selvas amazónicas.
Las montañas de la Sierra Maestra son simples lomeríos
comparadas con las alturas y los picos de Los Andes. Lo único
que tienen en común los guajiros cubanos con los indígenas
amazónicos y los campesinos andinos es su condición
humana. No comparten su miseria ni su idiosincracia.
Cuarenta años después de la fracasada
táctica guerrilla, la estrategia de los muchos Vietnam permanece
en pie. Para la nueva subversión se utilizan misiones médicas
y proyectos educativos. Un cambio de táctica para alcanzar
el mismo objetivo estratégico: garantizar la revolución
cubana.
Castro descubrió al coronel Hugo Chávez
y lo convirtió en su peón: Lo utiliza hoy, como lo
hizo entonces con los dirigentes revolucionarios de la izquierda
latinoamericana que soñaron con el triunfo de una revolución
armada.
Hace algunas semanas que el canciller Felipe Pérez,
usó como escenario la Asamblea General de Naciones Unidas,
para insinuar una posible confederación política entre
Cuba y Venezuela. Pérez, no se caracteriza precisamente por
su independencia de criterio; es un hombre de Castro, mejor dicho:
su eco.
Lo que dijo en Naciones Unidas ya lo había
dicho Castro el 24 de enero de 1959 (casi medio siglo atrás)
ante el Parlamento de Venezuela en Caracas:
“Cuba quisiera ser —y ese es su sentimiento—
parte de una gran nación, para que se nos respete, no sólo
por nuestra unidad, sino por nuestro tamaño también…
hasta en Europa, que siempre ha vivido tan dividida y en guerras
constantes, hay una tendencia hacia la unión de países
que son, sin embargo, de razas distintas. Creo que vale la pena
sacrificarse por las cosas grandes, que todos los políticos,
los revolucionarios de América nos sacrifiquemos por cosas
grandes, que pongamos la vista en fines más altos”
dijo Castro.
¿Le suena familiar ese lejano discurso?
pabloalfonso@comcast.net
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