Por
detrás, pero hacia adelante
La única vía para emprender negocios
es la picaresca y la violación de leyes, pero de ello depende
el futuro de la Isla.
CUBA ENCUENTRO / José Hugo Fernández,
La Habana
miércoles 21 de noviembre de 2007
La pequeña —tal vez será mejor decir la mínima—
empresa privada con carácter familiar ya está en marcha
en Cuba, quiéralo o no el régimen, y es evidente que
no lo ha querido hasta hoy. Más bien se dedica a sofocar
su irrupción, arrinconándola en los laberintos de
eso que llaman legalidad socialista.
Pero como no hay ley que valga cuando la necesidad
hace parir hijos machos, ahí tenemos el fenómeno,
surgido casi por generación espontánea entre decenas,
cientos, miles de familias que ni siquiera están al corriente
(ya que los medios oficiales de desinformación lo impiden
meticulosamente) del notable progreso conseguido por chinos y vietnamitas
a través de esta variante.
Desde luego que en nuestro caso se trata de una actividad
azarosa en muy alto grado, cuyo funcionamiento transcurre generalmente
"por la izquierda" y cuyos beneficios resulta imposible
conocer al detalle, pues, de hecho, casi ninguna de las tales empresas
existe a los efectos del reconocimiento gubernamental ni ante el
despiste (cierto o fingido) de la prensa, de los formadores (o manipuladores)
de opinión y de los barajadores de estadísticas.
Atrofia ciudadana: política de Estado
No sólo se trata de aquellos restaurantes
familiares con 12 sillas (sin proveeduría legal, controlados
a tope, escasos y, por tanto, tendientes a la extinción),
que fueron fruto eventual de la asfixia económica y del camuflaje
político de los años noventa, y que muy pronto pasaron
a ser vistos por el régimen como historia antigua.
Si alguna participación de interés
parece corresponder a esos restaurantes en la nueva coyuntura es
la de haber servido como ensayo para demostrarnos cuán lejos
se encuentra de madurar en la Isla, como perspectiva seria y formal,
el impulso de la empresa privada, ya sea a pequeña, mínima
o ínfima escala, por la sencilla razón de que nuestro
sistema de gobierno no era ni es ni será, mientras continúe
siendo el mismo, compatible con la idea de que los ciudadanos avancen
al margen de su patronato dictatorial.
Y eso es justamente lo que ya se ve venir a través
de la proliferación de reducidos negocios (marginales en
amplia mayoría), gestionados por varias personas en sociedad,
que casi siempre están unidas por lazos familiares. Más
que el progreso económico, hasta ahora tales entidades demuestran
buscar la supervivencia de sus gestores, y no podrían aspirar
a más. De manera que el avance hay que identificarlo en la
circunstancia, en el hecho concreto. Es, sobre todo, avance en términos
de mentalidad y determinación popular.
Claro que como el régimen no da ni permite
alternativas, la única vía que la gente ha encontrado
a mano para emprender estos negocios es, desafortunadamente, la
de poner en función nuestra picaresca, violando leyes. Entonces
es también un avance que tiene su origen en lo oscuro, viene
proyectado desde atrás pero impulsándonos sin remedio
hacia adelante.
Sólo para quienes no quieren o no les conviene
saberlo, es desconocida en La Habana la existencia de decenas de
pequeñas empresas clandestinas dedicadas a la elaboración
y distribución mayorista de dulces de los considerados aquí
"finos".
De no ser por estas empresas, con organización
y eficacia modélicas, a los habaneros nos resultaría
imposible consumir, en cafeterías particulares, en forma
estable y a precios módicos, una amplia gama de dulces que
durante decenios brillaron por su ausencia entre nosotros y que
hoy sólo pueden hallarse, con peor calidad, menor variedad
y mucho más caros, en tiendas de las cadenas Sylvain o Pain
de Paris, que comercializan en pesos convertibles.
Una larga lista
Abundan igualmente los menudos consorcios familiares
que se dedican a la elaboración y venta a domicilio de pizzas,
helados y refrescos. Mucho antes de que fuese reinaugurado aquí
por empresas estatales que también comercializan en divisas,
con precios absolutamente inalcanzables para los ciudadanos de a
pie, el servicio a domicilio era ya practicado entre nosotros por
particulares clandestinos, a partir de ejemplos que deben haber
copiado posiblemente de las películas americanas, nuestras
únicas referencias al respecto.
El negocio de los llamados "boteros", con
autos viejos estadounidenses para el transporte público en
itinerarios invariables y a precios fijos, responde desde hace tiempo
a la gestión de pequeñas empresas, y el cubano que
no lo sepa está viviendo en la luna. Presumiblemente más
de la mitad de los conductores no son dueños del taxi, sino
empleados y parte de la empresa, que entre otras figuras cuenta
con inversionistas, administradores, mecánicos y personal
responsabilizado con la protección y el cuidado de los vehículos.
Otro tanto ocurre con los negocios de ventas particulares
de productos del agro; con el cultivo, distribución y venta
de flores y plantas ornamentales; con la artesanía, tanto
utilitaria como de adorno; con el comercio clandestino de muebles,
infinitamente más eficaz y más confiable y mejor organizado
que el estatal; con los talleres para reparar equipos y enseres
de uso doméstico; con todo lo que demanda el soporte de las
fiestas infantiles (payasos, piñatas, música, confituras,
regalos…). En fin, la lista es larga, así como riesgosa
resulta su divulgación total, por motivos fácilmente
comprensibles.
Existen en La Habana numerosos barrios con una buena
parte de sus residentes dedicados al negocio particular en sociedad
y, por cierto, a costa de los suministros procedentes de fábricas
o almacenes estatales ubicados en áreas cercanas.
En la Isla hay pueblos enteros y comunidades, más
bien extensas, en los cuales las familias viven mayoritariamente
del negocio conjunto, particular, furtivo, que les proporciona su
privilegiado asentamiento geográfico. Para una breve ilustración,
sin necesidad de hablar más de lo debido, bastará
con la cita de dos ejemplos que se conocen de sobra: el del pueblo
habanero de El Rincón, adyacente al famoso Santuario de San
Lázaro, y el de Varadero, nuestro principal polo turístico.
Más temprano que tarde
Así, pues, para los cubanos de adentro, la
pequeña o mínima o ínfima empresa particular
no es hoy siquiera una modalidad que debieran importar desde lejos.
Todo indica que un día (dichoso o fatal, a
gusto del consumidor) los necesitados de hacer algo por su cuenta
para alimentar a la familia, pero sin tener dinero para el menor
"invento", convergieron con los poseedores de algún
pequeño capital, suministrado tal vez por sus parientes que
viven en el exterior. Entonces se pusieron de acuerdo para conciliar
intereses. Y ahí tuvo lugar la génesis de esta nueva
y modesta variante cubana de empresa particular, en forma (aun cuando
muy primitiva, pedestre) semejante, sin duda, a lo que algún
día remoto pudo configurar las bases del desarrollo capitalista.
El avance que representa esta mínima
empresa, a pesar de sus lamentables (pero irremediables) fundamentos,
podría concretarse en real progreso para la Isla más
temprano que tarde. Temprano, si contáramos con un sistema
de gobierno inteligente, civilizado y verdaderamente patriótico.
Tarde (pero seguro), si el régimen, en lugar de propiciar
las condiciones legales y materiales para su fomento, reacciona
como de costumbre, a golpe de ciega y sorda represión. Allá
ellos, ya que de momento, sólo de momento, suyo es el reino.
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