El
cerco de Leningrado
Fabián D. Arcos
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) – No se trata
de un artículo histórico sobre el cerco que durante
900 días los alemanes impusieron a Leningrado, en 1941. El
pasado 9 de noviembre se estrenó en la sala teatro Adolfo
Llauradó, en el Vedado, la obra El cerco de Leningrado, de
José Sanchis Sinisterra, montada por el grupo Teatro D´
Dos.
El título de la obra no concierne al episodio
bélico, como su nombre sugiere. Es un drama de dos señoras
viejas que sobreviven en un teatro viejo y desvencijado, llamado
sugerentemente Teatro del Fantasma, bajo la amenaza de ser demolido.
Esas señoras, Priscila y Natalia, encarnadas por las actrices
Norah Hamze y Nieves Riovalles, son las sobrevivientes de una época
de esplendor del grupo teatral.
Viven en los camerinos de la instalación,
aisladas de la realidad que las amenaza. Día a día
dedican su esfuerzo a buscar entre los papeles y libretos desperdigados
en todos los salones el titulado El Cerco de Leningrado, que da
nombre a esta obra.
De encontrarlo ellas tratarán de descifrar
el misterio que llevó a la muerte a Néstor Coposo,
autor y director de la obra, que era el esposo de una y el amante
de la otra. Es en esa búsqueda, a través de los diálogos
y actuaciones, que las actrices van develando la historia vivida
y sufrida.
Heberto García Abreu, en reciente comentario
sobre el estreno en Cuba de esa obra ha declarado: “El Cerco
de Leningrado tiene numerosas resonancias y equivalencias con los
tiempos que vivimos los cubanos desde hace ya muchos años”.
Y razón le sobra. Esa obra, con la técnica de “teatro
dentro del teatro” permite al espectador una interpretación
abierta a partir de la posición que él ocupe.
Si de “teatro dentro del teatro” está
construida la obra, su contenido entonces es de “cerco dentro
del cerco”, ya sean embargos o bloqueos, externos o internos.
En la interpretación el espectador desde cualquier posición
que la aprecie, se siente cercado.
El enigma de la muerte de Néstor, accidente
o asesinato, puede ser o no develado. Es el centro de la búsqueda
de los personajes, pero para los espectadores no es esencial en
la evocación teatral. La solución no está en
el esclarecimiento de los muertos, sino en la de los vivos, las
sobrevivientes, que en medio de una extraña angustia y anacrónico
aislamiento se convierten en la antitesis de la salvación,
en medio de la incomprensión y el rechazo hacia todos y de
todos.
Si la puesta en escena en ocasiones parece lenta
y pesada, no se puede descartar que haya sido el objetivo de alcanzar
esa subjetividad por parte de su director Julio César Ramírez.
Y para asombro de este comentarista, la sala permaneció llena
hasta el final.
Esta obra había sido montada en Cuba por Vicente
Revuelta, con Raquel y Daisy Granados en la actuación. Nunca
se estrenó. Más tarde otros intentos vincularon a
Verónica Lynn, Vivian Acosta, Alina Rodríguez y Nancy
Campos en el grupo Rita Montaner. Al parecer, los cercos impidieron
su presentación.
Buen momento vive la dramaturgia cubana cuando
proyectos largamente censurados como Los siete contra Tebas y ahora
El cerco ven la luz, en medio del respiro que brinda el poder hablar
con valentía y coraje. ¿Responderán los artistas
cubanos al llamado del momento?
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