Haier:
un guiño a la modernidad
Jorge Olivera Castillo, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Haier
es el nuevo estandarte de la revolución energética.
Es la marca del refrigerador de procedencia china que se distribuye
en Cuba por decreto gubernamental.
Valga aclarar que la entrega no forma parte de ninguna gratuidad.
Hay que desembolsar miles de pesos cubanos por el equipo. Se anuncian
posibilidades de créditos bancarios para facilitar el pago
a plazos, pero la mayoría de los destinatarios piensa que
el precio es demasiado alto para unas economías tan deprimidas.
“Tal vez no llegue a pagarlo nunca, pero por fin tengo un
refrigerador nuevo. Anteriormente tenía un General Electric
de 1958”, dice Eusebio, un jubilado que percibe alrededor
de 9 pesos convertibles mensuales (216 pesos).
Una filmación de los intercambios bastaría para testimoniar
el grado de pobreza y enajenación que padecen grandes sectores
del pueblo ubicados en edificios maltrechos, ciudadelas de un tercermundismo
atroz y cuarterías donde la irracionalidad es el principio
y el fin.
Los artefactos salidos de apartamentos y solares bastaban para darle
forma a un par de interrogantes con que poner a correr al discurso
triunfalista del régimen. ¿Es ese el patrimonio de
núcleos familiares pertenecientes a una revolución
exitosa? ¿Es legítimo el apoyo de las masas en plazas
y tribunas, cuando una necesidad básica como la de refrigerar
los alimentos aún no está garantizada para miles de
personas?
“Esto no es fácil”, exclamaba una de las dos
mujeres que sostenían la puerta de un refrigerador ruso de
la década del 80 del siglo XX, mientras lo trasladaban hacia
el camión que los recogía. Más atrás
el ruido de la fricción del metal con el pavimento.
Era la otra parte del aparato arrastrada por un hombre calle abajo.
Sudaba al igual que los otros implicados en la faena de desembarazarse
de las piezas llenas de mugre y óxido.
“Esperar 48 años para cambiar el refrigerador no es
cosa de juego. Realmente es difícil comprenderlo”,
aseguraba el propietario de un equipo marca Frigidaire adquirido
en 1959 sin poder esconder la ansiedad de ver el Haier, en la sala
de su hogar, como un trofeo caído del cielo.
Las maniobras de engaño para estar entre los elegibles para
el canje ilustran la perspicacia del cubano aprendida en los forcejeos
por la supervivencia. Hubo un caso en que trasladaron en un envase
de nylon el hielo de un equipo en funcionamiento para otro defectuoso
con tal de salir airoso en la inspección. Pues como requisito
para acceder a la transacción es preciso entregar el refrigerador
viejo en plena capacidad operativa.
Otra de las escenas conocidas incluyó hasta un ruego a Dios
al pie del equipo para conseguir que el motor arrancase a tiempo
y propiciara el congelamiento.
Con los rezos llegó el éxito. Barbarita tiene hoy
dos detalles de modernidad en su cuartucho. Gracias a Dios, a los
chinos y a la revolución energética cuenta con un
televisor Panda y un refrigerador Haier.
Aparte de la relativa placidez de los beneficiados con el cambalache,
muchas familias quedaron fuera de posibilidades debido a que no
poseen un aparato o lo tienen roto. Algo que ha desatado duras críticas
y también exacerbado un sentimiento de frustración
y cólera entre quienes soportan los rigores de la extrema
pobreza.
La medida que evidencia su impronta populista
sirve como coartada para echar sombras sobre otras insuficiencias
que la élite de poder no quiere o no ha podido darle una
solución.
Con el Haier, el Panda y todos los electrodomésticos anunciados
o entregados, ganan tiempo en la carrera por adecuar el socialismo
a las circunstancias que se avecinan.
Unos lo ven como claros beneficios, hay ciudadanos que prefieren
tildarlo de migajas sobre una mesa rodeada de hambrientos. En realidad
el Haier crea falsas ilusiones, inspira un mínimo de sosiego
en medio de vicisitudes inimaginables, comunica una modernidad tardía
e intrascendente, es un simple bálsamo para un herida que
requiere de suturas y mejores terapias.
Quienes disfrutan a cabalidad su advenimiento son los encargados
de la repartición conocidos como trabajadores sociales. Cobran
sus servicios ilícitos, siguen las pautas del hombre corrupto.
“Pagué 20 “chavitos” (pesos convertibles)
por el derecho a que me dieran el equipo. El mío estaba roto
y no iba a perder la oportunidad”, relataba un vecino como
si tratara de un asunto corriente.
Es cierto que ahorran energía y quizás disminuyan
el presupuesto dedicado al pago de la tarifa eléctrica, pero
me atrevo a afirmar que, además, revelan el caos que caracteriza
a cualquier modelo de gobierno que intente estabular la sociedad.
Haier no es sinónimo de felicidad. La vida va más
allá del óptimo grado de congelamiento.
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