19 de noviembre de 2007
 
 
Crónica            
19 de noviembre de 2007

Guevara, la foto de Kodak y dos artistas cubanos

EMILIO ICHIKAWA


Entre el esfuerzo de las últimas ''maestras normalistas'', los ''educadores makarenkos'', el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce y un intenso autodidactismo ha corrido la educación de las últimas generaciones de cubanos. El capítulo exiliar de la historia cubana, que como diría José Luis Abellán para España más parece una institución destinal que un accidente, le ha exigido a la autoeducación un rigor universitario. Y es que el autodidacta no es aquel que evade la escuela, sino simple y excepcionalmente quien puede cubrir su currículum con independencia de la burocracia docente.

Los exilios, por otra parte, no terminan con el nacionalismo sino que lo rectifican. En el caso cubano, por ejemplo, el desborde patriótico perdura más allá de los destierros porque cada quien cree (quizás con razón) que está exiliado en el mejor lugar del mundo. O en el peor, que exhibe una pretensión de excepcionalidad del mismo nivel de insolencia que su contraria. ''Este es el exilio más hermoso (o más feo) que ojos cubanos han visto'', parecen rezar el 99% de los emails que recibimos diariamente.

Entre todos los núcleos exiliares cubanos uno de los más interesantes es el catalán. Se percibe allí una decidida vocación universalista, unos deseos enormes de superar lo provinciano que no puede funcionar sino en plazas donde las provincias asechen por todas partes.

Entre los trabajos que los cubanos muestran hoy en la ciudad de Barcelona, uno de los más interesantes pertenece a los creadores Radamés Molina y Jorge Mata. Me refiero tanto al plan ''Linkgua'' (www.linkgua.com) como a la muestra ''!Che. Revolución y mercado!'', una video instalación que se puede ver en el Palau de la Virreina hasta enero de 2008. Todo ello enmarcado en el proyecto Netbook, que los mismos artistas han definido como una colección visual de la alquimia contemporánea entre internet y el libro como objeto tradicional.

Radamés Molina nació en La Habana en 1968. Le conocí como un estudioso de rigor que jugaba ágilmente con los silogismos de Raimundo Llul y leía con cuidado los discursos de Celso contra los cristianos. Eran referencias muy singulares en una Habana donde la ortodoxia postmoderna había sorprendido a la ortodoxia marxista.

Jorge Mata nació en La Habana en 1970 y posee una sólida formación académica. Estudió en la escuela de arte de San Alejandro, incursionó en algunos proyectos renovadores y llegó a Barcelona en el año 1993.

La alianza entre un pensamiento exquisito y una técnica depurada, la sumatoria fértil de los talentos de Molina y Mata, es lo que garantiza que la muestra ''!Che!. Revolución y mercado!'' no sea un nuevo panfleto pop. En la instalación del Palau existe una seria consideración del mercado en relación con el tiempo; de política en nexo con los colores, el volumen y las tretas de la publicidad.

El ''evento absoluto'', ese contrasentido que J. Derrida inventó para referirse a ''septiembre 11'', es el pasado intelectual inmediato del ''Ser digitalizado'', un nuevo contrasentido que pulsa en el sistema de imágenes que muestran los artistas.

El capitalismo es la substancia, el mercado es la forma, el Che Guevara es la mercancía y Korda el agente promocional. Todo un sistema de usura ideológica que, si se deja transcurrir (como hacen Molina y Mata) desde 1967-68 hasta la actualidad muestra incluso una dulce progresión moderna.

El Che Guevara muere cuando estos artistas nacen. Sus restos son devueltos a Cuba cuando ellos se exilian. Y es mitificado en la ciudad de Santa Clara minutos antes de que le revisen su historia en Barcelona. Todo esto es una prueba de la movilidad e interconexión del mundo. Una demostración de la existencia de Dios a través de la tensión entre la impertinencia de la política y la fuerza del talento artístico.

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