La
justicia tarda, ¿pero llega?
ALEJANDRO ARMENGOL
Hay una viñeta de Vista del amanecer en el trópico,
de Guillermo Cabrera Infante, que no se encuentra en las múltiples
ediciones del libro en español. Tampoco en la versión
francesa de Mille et une nuits, ni en la primera traducción
norteamericana de Harper & Row. Para leerla se debe buscar la
edición británica de Faber and Faber.
Cuenta Cabrera Infante que cuando el más apacible
de los terroristas cayó en manos del más perverso
de los policías de la dictadura batistiana fue torturado
y casi asesinado. El hombre juró vengarse si lograba salir
con vida de aquella situación, algo que sucedió casi
por milagro.
Al caer la dictadura batistiana, el revolucionario
buscó al torturador, pero éste había escapado
con Batista.
Pasaron los años y el ex terrorista también
tuvo que irse al exilio, que en su caso significó ir a vivir
en otra isla, con igual idioma y algunas de las costumbres conocidas
o ignoradas por largo tiempo, pero que no era Cuba. Allí
continuó su vida de hombre apacible, pero sin olvidar nunca
a su torturador.
Un día --sabemos que ocurrió casi veinte
años más tarde, ya que la narración menciona
el dato para los que gustan de las fechas-- y en la ciudad donde
ahora vivía, algo parecida a La Habana o que él quería
que le recordara a La Habana porque ésta era su ciudad, donde
había vivido lo mejor y lo peor de su vida, el hombre, al
que habían torturado salvajemente, vio a un anciano que intentaba
cruzar una avenida muy transitada, sólo con el auxilio de
su bastón.
Ayudó al inválido durante esa travesía
ahora peligrosa. Este le agradeció el gesto y se dio cuenta
de que su posible salvador del momento también era cubano.
¿Lo conozco?, preguntó el anciano ciego.
Seguro que no, respondió el más joven. Pero seguro
usted me conoce a mí, y aquel hombre indefenso agregó
un nombre que conocía de sobra el otro. Este se dio cuenta
de que estaba frente al torturador, a quien había buscado
por más de un cuarto de siglo.
Por un momento, el ex terrorista pensó que
finalmente había llegado el momento de la venganza. Pero
pasado ese instante, que para ambos hombres no debió transcurrir
en igual tiempo, aunque sí en el mismo lugar que ahora compartían,
el más joven --que también ya era un viejo-- se limitó
a decir que había oído el nombre. Luego partió
para dedicarse a lo que le interesaba ahora, que no tenía
nada que ver ni con política ni con revoluciones ni con asesinatos
considerados como una forma de justicia.
Hay otra anécdota, u otra versión de
la anécdota, que quizá sea la verdadera anécdota,
y que por ello nunca llegó a la literatura. El ex terrorista,
que había ocupado un cargo muy importante durante los primeros
años del régimen de Fidel Castro, decidió en
una ocasión viajar a Miami. Sabía que en esta ciudad,
a la que ha vuelto con frecuencia, tenía muchos enemigos,
que no le perdonaban --y no le perdonan-- su participación
en el proceso revolucionario. Al llegar aquí recibió
un recado de un famoso torturador batistiano, que vivió apaciblemente
en esta ciudad hasta su muerte, sólo agobiado por los vejámenes
de la vejez y de una esposa más joven que dicen lo maltrataba
--y lo de la esposa joven y los insultos y las galletas que ésta
le daba puede que sea sólo parte de la leyenda, y sólo
sean ciertas las torturas durante la época de Batista.
El recado en cuestión --y puede también
que ambos torturadores sean una misma persona en las anécdotas,
aunque en realidad asesinos diferentes, o que no se hable de un
ex terrorista sino de dos-- era un ofrecimiento. El torturador de
Miami, dueño de una agencia de seguridad en esta ciudad,
le ofrecía protección --incluso estaba dispuesto a
poner uno de sus detectives al servicio del ex revolucionario castrista,
sin costo alguno--, porque sabía de los peligros a que se
exponía el ex terrorista con el viaje.
Para las naciones, la justicia y el desarrollo marchan
muchas veces por caminos opuestos. La estabilidad, y la mejora del
nivel de vida de los ciudadanos, se alcanza casi siempre a través
de las vías más mediocres y menos gloriosas.
Los japoneses han dejado atrás el rencor por
los millares de inocentes muertos en los bombardeos a sus ciudades
durante la II Guerra Mundial, al tiempo que las atrocidades cometidas
por el ejército imperial nipón han quedado reducidas
a los argumentos cinematográficos.
El empeño en recobrar la totalidad de la memoria
de la guerra civil española tardó muchos años
en imponerse sobre el ''pacto de silencio'', que llevó a
no hablar --ni siquiera en las reuniones familiares-- de los asesinatos
cometidos por ambos bandos durante la contienda.
En otros países como Chile y Argentina, la
necesidad de castigar a los culpables ha sido mucho más fuerte,
debido en gran parte a que las heridas continúan abiertas.
Resulta provechoso que un fabricante japonés
sea conocido por sus automóviles y no por los aviones que
una vez creó para ser lanzados en ataques suicidas contra
los buques de la armada estadounidense.
También es necesario el conocimiento de la
verdad. Alemania ha realizado una labor ejemplar, al poner en las
manos de sus ciudadanos los expedientes acumulados durante años
en la Stasi.
En cualquier caso, lo mejor para una nación
es llegar al momento en que los hechos ocurridos durante dictaduras
y guerras de cualquier índole son temas de libros y películas.
Contribuir a no demorar su llegada merecía hasta un calificativo
muchas veces distorsionado: es un deber patriótico.
En el caso de Cuba, esta inquietud apenas está
planteada en un sentido más amplio, que incluya a víctimas
y victimarios de ambos bandos. Enfrentarla es más provechoso
que perseguir rumores y alentar bravatas. Preferible sustituir el
rencor por la memoria y no por el olvido.
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