Espejuelos
(final)
Roberto Santana Rodríguez
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Al
día siguiente Wences preparó un nuevo “plan
de acción”, consistente en explorar a los técnicos
que trabajan por cuenta propia. Tal vez con ellos pudiera solucionar
el problema: o los cristales para montar, o las gafas completas.
-Mira a ver si puedes resolverme esta receta -le
dice Wences al técnico que arregla espejuelos.
-Estás de buena. Ayer me trajeron éstos,
te los dejo en 60 pesos -y extiende los espejuelos al cliente.
Wences se prueba las gafas. Al momento las devuelve.
-Lo mismo de ayer, veo bien, pero la armadura es
muy estrecha.
-No tengo la culpa que tengas ese carón.
“¿Y ahora qué hago?” -se
pregunta Wenceslao ante el nuevo palo que le ha propinado la vida.
Pero, como buen cubano que es, se le alumbra el bombillo.
-Ven acá, ¿por qué no le quitas
esos cristales a la armadura y me los montas en esta? -dice Wences
señalando los viejos espejuelos que afean su rostro.
-Dame –responde el mecánico.
Luego de varios minutos de esfuerzos batallando con
la armadura dice, fastidiado.
-Nada, compadre, estos cristales no se pueden montar
en esa armadura.
-Bueno, entonces te compro los cristales. ¿Cuánto?
-Treinta pesos.
Y parte nuevamente Wenceslao a la aventura, consolado
en parte porque tiene resuelta la mitad de su problema. “Me
coloco los cristales delante de los ojos y leo los letreros y las
letras”.
Wenceslao se dirige entonces a la óptica para
buscar una armadura donde montar los cristales. Pero está
cerrada. En la puerta un cartel: Horario: de 12 a 8 PM. Y su reloj
marca las diez de la mañana. “Y si voy a ver a Pancho
–piensa-, a lo mejor tiene una armadura de medio palo que
me sirva”.
Cuando llega al trabajo de Pancho, luego de caminar
10 cuadras bajo sol, le comunican:
-Ya no trabaja aquí, se fue para Los coquitos,
puedes coger un bicitaxi en la terminal, 10 para allá y 10
para acá.
Cuando llega, otro desencanto: Pancho ya no está
en el negocio. Se retiró.
A las doce menos diez Wences espera a que la óptica
abra sus puertas. Veinte personas delante de él. A las 12
y 15 el establecimiento abre.
Cuando llega su turno, Wenceslao aborda a la empleada,
la misma del día anterior.
-Compañera, yo fui el que vine ayer. ¿Te
acuerdas? Me regalaron dos cristales +3.50. ¿No tendrás
por ahí una armadura que me puedas vender para montarlos?
Luego de un titubeo, la empleada le responde en voz
baja.
-Vamos a ver lo qué puedo hacer -y se marcha
al interior del establecimiento.
Cuando sale, llama a Wences aparte y le dice:
-Esta armadura es la única que pude encontrar,
creo que le sirven los cristales.
-¿Cuánto? –pregunta, mientras
observa cómo la joven destornilla y monta el primer cristal.
-50 pesos.
-Vaya, tu sabes de esa mecánica, eres técnica
también.
-Aquí hay que saber de todo un poco, si no,
te mueres.
Wences paga y se aleja de la óptica.
La felicidad lo embarga, aunque no le gustan mucho
sus nuevos espejuelos debido al diseño y la estrechez de
la armadura con respecto al ancho de su rostro. Pero piensa que
a pesar de estas nimiedades, ya comienza a ver claramente las letras
y los letreros.
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