16 de noviembre de 2007
 
 
Crónica            
16 de noviembre de 2007

Para un perfil de La Habana

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Hace un siglo el contorno de La Habana se trazaba a partir de la línea costera. Los viajeros desembarcaban de paquebotes y “ferries” estadounidenses, franceses y españoles en el puerto. Hoy, la primera impresión de la ciudad es tomada del aire. En la actualidad a La Habana se llega en avión.

Esta diferencia marca entonces al pasajero que pasa por un tubo, accede a pasillos y salones climatizados y luego monta en un taxi o un ómnibus que lo trasladarán a su destino en la capital. El idilio de los viajeros con La Habana se torna de un matiz distinto al alejarse del romántico acercamiento de quien la aproxima desde el mar.

La Habana, a sus 493 años de fundada y a los 488 de ser trasladada a las cercanías del río Casiguaguas, luego Almendares, ofrece una imagen muy alejada de aquella que los colonizadores modelaron.

La Habana de hoy no está volcada al mar, sino a tierra adentro. Es como si se agarrara del firme para que las olas no la arrastren mar afuera. No guarda la ciudad algo de aquel rostro marítimo que por ser cabecera de las flotas españolas poseía. No hay confusión de viajeros al desembarco, ni gritos de mercaderes de pescado en sus viejas plazas próximas a los muelles. Se perdió la sensación de vecindad con el mar y hoy se contempla con otros ojos. Pero está ahí, el mar al final de las calles más céntricas de la urbe. Como un muro verde azulado que confunde el horizonte.

La Habana se muere a pedazos. Un derrumbe aquí y otro más allá cambian constantemente el perfil de La Habana. Aún sigue cerrada la calle Neptuno entre Águila y Galiano a causa del siniestro ocurrido en un edificio, hasta hace poco enhiesto y hoy sólo escombros regados por el suelo.

El antiguo Hotel San Luis, en la calle Belascoaín, sepultó junto con los recuerdos abandonados por sus huéspedes a un habitante del inmueble.

Mucho ante tocó el turno a un centenario edificio marcado con los nombres de Romeo y Julieta, célebre manufactura de puros y habanos. ¿Adónde irán a parar sus moradores?

Convivimos con las ruinas y los recuerdos que entre ellas vagan. Cuando cae el día y la noche cubre los muros carcomidos por el tiempo y la desidia, se atisban sombras que desandan con su ir y venir los espacios derruidos. Seres de la noche que se desfogan de sus pasiones o encubren sus fechorías bajo el manto de la oscuridad.

En los mercados capitalinos durante el día, los frutos de los cosecheros invaden las tarimas que casi no soportan, ellas mismas, los altos precios. En tanto, una corriente de compradores fluye a lo largo de los mostradores, en busca de la oferta mejor.

¡Una ciudad tan extensa y un servicio de transporte deshecho! Es para enloquecer, afirma una amiga que vio pasar el minuto 40 sin poder montar en algún vehículo el viernes por la mañana.

Sin embargo, hacia el oeste hay otra ciudad cuyas avenidas no muestran huecos en el pavimento. Ni se necesita casi poner zancos en lugar de ruedas a los vehículos para transitarlas, como ocurre en calles de Santos Suárez,
Lawton o en repartos de la periferia.

Flamantes hoteles, elegantes apartamentos, cuidados jardines, limpias calzadas muestran la otra cara de ciudad. Aquí no hay mendigos, ni limosneros, ni alcohólicos en los parques. Se circula en veloces autos modernos. Es la faz marcada por el valor de la otra moneda. Así va La Habana a casi 500 años de su fundación.

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