Para
un perfil de La Habana
Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Hace
un siglo el contorno de La Habana se trazaba a partir de la línea
costera. Los viajeros desembarcaban de paquebotes y “ferries”
estadounidenses, franceses y españoles en el puerto. Hoy,
la primera impresión de la ciudad es tomada del aire. En
la actualidad a La Habana se llega en avión.
Esta diferencia marca entonces al pasajero que pasa
por un tubo, accede a pasillos y salones climatizados y luego monta
en un taxi o un ómnibus que lo trasladarán a su destino
en la capital. El idilio de los viajeros con La Habana se torna
de un matiz distinto al alejarse del romántico acercamiento
de quien la aproxima desde el mar.
La Habana, a sus 493 años de fundada y a los
488 de ser trasladada a las cercanías del río Casiguaguas,
luego Almendares, ofrece una imagen muy alejada de aquella que los
colonizadores modelaron.
La Habana de hoy no está volcada al mar, sino
a tierra adentro. Es como si se agarrara del firme para que las
olas no la arrastren mar afuera. No guarda la ciudad algo de aquel
rostro marítimo que por ser cabecera de las flotas españolas
poseía. No hay confusión de viajeros al desembarco,
ni gritos de mercaderes de pescado en sus viejas plazas próximas
a los muelles. Se perdió la sensación de vecindad
con el mar y hoy se contempla con otros ojos. Pero está ahí,
el mar al final de las calles más céntricas de la
urbe. Como un muro verde azulado que confunde el horizonte.
La Habana se muere a pedazos. Un derrumbe aquí
y otro más allá cambian constantemente el perfil de
La Habana. Aún sigue cerrada la calle Neptuno entre Águila
y Galiano a causa del siniestro ocurrido en un edificio, hasta hace
poco enhiesto y hoy sólo escombros regados por el suelo.
El antiguo Hotel San Luis, en la calle Belascoaín,
sepultó junto con los recuerdos abandonados por sus huéspedes
a un habitante del inmueble.
Mucho ante tocó el turno a un centenario edificio
marcado con los nombres de Romeo y Julieta, célebre manufactura
de puros y habanos. ¿Adónde irán a parar sus
moradores?
Convivimos con las ruinas y los recuerdos que entre
ellas vagan. Cuando cae el día y la noche cubre los muros
carcomidos por el tiempo y la desidia, se atisban sombras que desandan
con su ir y venir los espacios derruidos. Seres de la noche que
se desfogan de sus pasiones o encubren sus fechorías bajo
el manto de la oscuridad.
En los mercados capitalinos durante el día,
los frutos de los cosecheros invaden las tarimas que casi no soportan,
ellas mismas, los altos precios. En tanto, una corriente de compradores
fluye a lo largo de los mostradores, en busca de la oferta mejor.
¡Una ciudad tan extensa y un servicio de transporte
deshecho! Es para enloquecer, afirma una amiga que vio pasar el
minuto 40 sin poder montar en algún vehículo el viernes
por la mañana.
Sin embargo, hacia el oeste hay otra ciudad cuyas
avenidas no muestran huecos en el pavimento. Ni se necesita casi
poner zancos en lugar de ruedas a los vehículos para transitarlas,
como ocurre en calles de Santos Suárez,
Lawton o en repartos de la periferia.
Flamantes hoteles, elegantes apartamentos, cuidados
jardines, limpias calzadas muestran la otra cara de ciudad. Aquí
no hay mendigos, ni limosneros, ni alcohólicos en los parques.
Se circula en veloces autos modernos. Es la faz marcada por el valor
de la otra moneda. Así va La Habana a casi 500 años
de su fundación.
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