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Empresa de infinitos lucros
Cuba Encuentro-Yodel Pérez Pulido
La Aduana cubana, una maquinaria diseñada para propiciar la
corrupción y extorsionar a los ciudadanos.
"Es uno de los mayores y más perfectos engranajes del
sistema" o "casi una multiempresa en operaciones",
podrían ser algunas de las impresiones de muchos al desembarcar
en las terminales aeroportuarias de la Isla y chocar con las autoridades
aduanales. Aunque la Aduana se rige por los "principios socialistas"
(¿existen?), en la práctica no es más que una
institución que opera bajo los patrones de la empresa eficiente
y altamente rentable.
Desde hace algunos meses asistimos a una supuesta liberalización
de los antiguos y soviéticos planos que prohibían la
entrada en territorio nacional de una serie de enseres y mercancías.
Hoy, pese que existe una cierta apertura, la Aduana está condicionada
y diseñada para aumentar los beneficios económicos del
gobierno y la más descarada de las ganancias: el insulto atroz.
La máscara del… ¿zorro?
Desde hace mucho tiempo, la aduana aeroportuaria nacional tiene fama
de protagonizar los mayores episodios de corrupción. Dirigentes
y funcionarios son sustituidos con tanta frecuencia, que a cualquier
pasajero reincidente en trifulcas con las autoridades, le resulta
difícil coincidir con "el de la otra vez".
Los escándalos han sido tan gigantescos y difíciles
de ocultar ante la opinión pública, que hasta el propio
Granma ha llegado a publicar sanciones, supuestamente aleccionadoras,
aplicadas a oficiales involucrados en penosas situaciones.
En agosto de 2006, el diario oficialista informó que nueve
funcionarios habían sido apartados de sus responsabilidades
por "conductas inapropiadas y violatorias de la ética
de los aduaneros". Más allá de esta inusual noticia
en la prensa oficial, la mucho más creíble vox pópuli
comentó que debajo estaba la venta de millones de equipos electrodomésticos
decomisados en las oficinas de la Aduana por los propios oficiales
en el mercado negro.
Sin embargo, estas novedades no han sorprendido a nadie, puesto que
no es un fenómeno nuevo y mucho menos eliminado. La situación
continúa, sin indicios de que las cosas mejoren. Los que viajan
a la Isla experimentan, en la mirada de los aduaneros, la esperada
oferta de dinero para que se hagan de la vista gorda y dejen pasar
cualquier mercancía no incluida en las reglamentaciones.
El espectáculo es tan elocuente y usual, que para disminuir
el estado de nerviosismo de los viajeros, muchas empresas y operadores
de turismo internacionales aconsejan llevar algún dinero extra
para el soborno aduanal y así evitar molestias.
Más allá de estos costumbrismos, la empresa en sí,
la "socialista" Aduana General de la República, ha
diseñado progresivamente un descomunal plan de liberalización
que se confunde, en ocasiones, con una apertura a importaciones y
un "notable" avance en relación con las antiguas
prácticas.
Si bien tales criterios no son tan triviales, descubrir el gran negocio
de la entidad estatal significa adentrarse en un falaz negocio que
se aprovecha de quienes intentan llevar a sus familiares objetos normales
para la mayoría en el mundo.
Normas engañosas
La Aduana se desentiende de los kilogramos de equipaje aceptados
por las compañías de aviación para viajar a Cuba.
Aunque la mayoría regula el límite, los pasajeros que
llegan a la Isla están obligados a pagar de nuevo el sobrepeso,
obviamente, en moneda fuerte, convertida de inmediato en pesos convertibles.
Numerosos conflictos se dan todos los días, las reclamaciones
son infinitas y los clientes rara vez reciben respuesta a sus quejas.
Los ciudadanos extranjeros, sin embargo, no son los más perjudicados.
Quienes sufren en verdad el cumplimiento de estas reglas absurdas,
son los cubanos residentes en el exterior, centro de las atenciones
de los funcionarios aduaneros, porque las normas son destinadas a
ellos.
Es común que los residentes en el exterior sean vistos como
"delincuentes" que se fueron del país. Ahora, cuando
van a visitar a su familia y mitigar la acumulativa lista de necesidades,
son sospechosos de hacer comercio ilícito, del que no escapan
ni los propios aduaneros y sus directivos.
Un simple reproductor de DVD tiene que ser pagado nuevamente en los
aeropuertos de la Isla, como si se tratara de otro supermercado de
electrodomésticos. Las famosas memorias removibles, flexibles,
o los simples reproductores de MP3, son confiscadas por la exagerada
justificativa que "permite la salida y entrada de información
del país".
Para un cubano residente en el exterior, llevar un equipo de este
tipo o de cualquier índole a la Isla, implica pagar casi el
doble del valor de compra. Ni qué decir de los electrodomésticos
y de las ahora liberadas carrocerías y piezas para automóviles.
Las nuevas disposiciones permiten la entrada después de cumplir
una serie de requisitos, pero elevan a niveles abusivos el dinero
a ser abonado. Un negocio redondo para una empresa que debe ser una
de las más rentables dentro del puzzle de la economía
nacional.
Como la pretendida igualdad siempre ha sido idea hueca, los colaboradores
cubanos, los que elevan el "prestigio" del régimen
en el exterior, están exentos de tales normativas. No importa
si, a todas luces, el destino de muchos de los equipos que trasladan
tienen, en el mercado ilícito, el principal y conocido destino,
comerciados y vendidos, incluso con meses de antelación.
Pero para el cubano común, el que se anima e incluye en el
equipaje cualquiera de los nuevos productos liberados, significa entrar
en el juego falaz de las disposiciones del régimen, del que
sólo se saldrá ileso si el perjuicio único es
dar algún dinero a un funcionario aduanal para que lo pase
por alto.
La realidad se traduce en un mayúsculo atropello. Ningún
ciudadano, de cualquier otro país, enfrenta tan difíciles
circunstancias para entrar a su tierra. Lo más triste es que
la necesidad sea centro del comercio de una empresa estatal que dice
regirse por principios profundamente socialistas, para ingresar algunos
millones a la decadente dictadura.