Un
poeta testimonial
Miguel Iturria Savón
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Al encontrar
a Rogelio Fabio Hurtado en la peña literaria del Pen Club
lo reconocí enseguida. Sus espejuelos redondos, la barba
descuidada, su calvicie y el color cetrino lo convierten en un personaje
inconfundible. Coincidimos hace años en la casa del investigador
Jorge Domingo, quien iba a España a dictar conferencias.
Estaba allí el poeta Jorge Luis Arcos. La tertulia fue breve
e inolvidable. Fabio habló sobre Rumania y la muerte trágica
del tirano Ceausescu. Me pareció un monje-bibliotecario escapado
de un convento medieval.
Ahora me sorprende otra vez al obsequiarme Hurrá
y otras elegías, su último poemario, un cuaderno inusual
premiado en el Concurso literario Vitral 2004, y editado por el
Obispado de Pinar del Río un año después, con
un prólogo insuperable de Jorge Domingo, que deviene homenaje
y reseña crítica de la obra de Rogelio Fabio, a quien
ubica en la estética del conversacionalismo cubano de la
década del sesenta. Con su habitual agudeza y honestidad
cívica, Jorge repasa ese período de recelos e intolerancia
revolucionaria contra los artistas e intelectuales negados a escribir
bajo consigna.
El crítico recuerda los comienzos del poeta,
su relación con el creador nicaragüense Ernesto Cardenal,
artífice de la poesía exteriorista, quien incluyó
dos poemas de Rogelio Fabio en su libro-testimonio En Cuba.
Jorge precisa otras publicaciones e influencias
y las causas del silencio del autor de El poeta entre dos tigres
(Miami, 1996). Advierte que Fabio: “ha ido acumulando sus
versos en la gaveta de su escaparate. No ha corrido tras la inmortalidad
y durante largo tiempo ha preferido preservar su obra de la divulgación
nacional que merece. Se le ha visto en cambio vendiendo flores en
Luyanó”.
La peculiar sensibilidad de Fabio Hurtado acrecienta
el poder alusivo de sus versos. Sus poemas son esencialmente originales
sin romper la estética que transita los recovecos del testimonio
y las avenidas de la añoranza. La desnudez de su discurso
lírico es como un solo de violín que desata los sueños
y las pesadillas de un creador enfrentado a un tiempo de quimeras
colectivas.
Las vivencias, los amigos, los recuerdos, algunos
hechos y sus fatales consecuencias fluyen en Hurrá y otras
elegías, cuya mirada crítica utiliza el humor para
recrear paradigmas universales que nos acercan a sucesos actuales
e innombrables.
La nostalgia galopa como un duende travieso en los
versos de Rogelio Fabio. En “Canción de amigo”,
el galope es un reclamo: No me dejéis solo/ sentado a mi
mesa/ beberme el pasado/. /Venid, amigos y amigas, /desde lugares
y criterios lejanos. /Venid, ni vigilantes ni vigilados, /ni vencedores
ni derrotados. “En fotografía en el patio”, la
evocación tiene resonancias irónicas que aluden al
destino contrapuesto de hombres enrolados en hechos comunes: El
que tiene puesto un casco de Sargento / Es Chuíto Piedra
–todavía/ no era económico del Poder Popular
ni Contador por la izquierda / para los judíos de Miami Beach;
/ Melchor, mi primo, con los botines al revés / porta el
otro fusil; / yo ostento cruzada en la barriga la formidable Thompson/
-que a Dios gracias nunca disparé.
En ese tono sencillo y coloquial repasa el bardo
hechos y personajes de un período desgarrador e irrepetible.
La añoranza, la sátira y el sarcasmo habitan estos
versos testimoniales, lúcidos y transparentes. El autor parece
regresar de todos los caminos sin haberse detenido en ninguno.
Tal vez por eso Rogelio Fabio Hurtado usa la auto
parodia como recurso formal vinculada al choteo criollo, tal y como
lo hicieron –advierte Jorge Domingo- Tallet, Heberto Padilla
y Raúl Hernández Novás. Al burlarse de si mismo
Fabio revaloriza la asimilación de ciertas enseñanzas
de la historia, lo cual enriquece sus poemas sin restarle originalidad.
En ese sentido, vale destacar, a modo de ejemplos,
inspiraciones que revelan la sabiduría del literato y la
pericia en el uso del sarcasmo. “Shelaviekas” y “Lecciones
de filosofía” se llevan los laureles al respecto. En
el primero satiriza la enseñanza del idioma ruso y brinda
irónicamente con el clásico hurra. Siempre me aburrió
el Manual de Nina Potapova/ nunca descifré el alfabeto cirílico/…/
lo poco que aprendí de la gran lengua rusa/ me basta para
gritar Hurrá tres veces/por los alborotos de tiro que organizábamos
a media noche/…/ por la inquebrantable amistad con Popov el
gordito cocinero…/ Por todo alcohol potable sin distinción
jerárquica/…/
“Lecciones de filosofía” es deliciosamente
apabullante, cosmopolita y actual por sus resonancias. No se porqué
me recuerda la maestría memoriosa y alusiva de Gastón
Baquero, del cual Rogelio Fabio, salvando la diferencia vivencial
y estilística, pudiera ser un discípulo aventajado.
Al releer Hurrá y otras elegías comprendí la
clave del deleite que causó a los miembros del Pen Club la
lectura de estos versos raros y luminosos en la voz de su creador.
La clave está en el ritmo interior, en la cadencia satírica
de un manojo de poemas, cuyas imágenes y metáforas
transmiten el testimonio de un artista que no perdió la ternura,
a pesar del mutismo y la desesperanza.
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