13 de noviembre de 2007
 
Crónica            
13 de noviembre de 2007

Vigilados


Rafael Ferro Salas, Abdala Press

PINAR DEL RÍO, noviembre (www.cubanet.org) - Dejó de llover y cada cuál siguió su camino. El grupo había estado por espacio de dos horas en el portal del establecimiento comercial. La lluvia los había obligado a estacionarse allí. El portal del mercado es el último sitio que escoge la gente del barrio para estacionarse. Hay una razón muy fuerte para evitar ese lugar, allí están las oficinas del jefe del sector de la policía.

Mientras estuvo cayendo la lluvia, el jefe del sector se dedicó a llamar a unos cuantos. Primero señaló a un viejo que llevaba una jaba. El anciano entró despacio en la oficina, como contando los pasos. Al rato salió con un cigarro apagado en sus labios. Alguien del grupo le ofreció una caja de fósforos. Es un hecho simple que alguien le ofrezca fósforos a uno para encender un cigarro pero en circunstancias como esas el gesto se ve como un apoyo solidario. El viejo devolvió los fósforos y le dio una larga chupada al cigarro.

-Trescientos pesos de multa ¿de dónde saco yo ese dinero ahora, dios mío?

-¿Le pusieron una multa, abuelo? –preguntó el hombre que le había ofrecido al viejo los fósforos.

El viejo asintió con la cabeza. Llevaba puesta una gorra azul, desgastada y con algunos letreros que aún podían verse. El mulato vio que ya el viejo no tenía la jaba.

-¿Y la jaba que usted llevaba cuando lo llamó el policía, abuelo?

-Me la quitaron también.

El hombre movió la cabeza contrariado. Iba a decir algo, pero entonces salió el policía y llamó a un muchacho del grupo.

-Ven tú.

Cuando el policía entró, el muchacho pasó cerca del hombre y el viejo. Dejó caer algo en la mano del hombre.

-Guárdeme eso ahí hasta que yo salga, por favor.

El hombre se llevó la mano al bolsillo de la camisa para guardar lo que el muchacho le había dado. Ni siquiera se preocupó por saber qué era. Lo único que le interesaba en ese momento era ayudar al jovencito.

Un rato después, salió el joven de la oficina. El hombre le devolvió lo que el muchacho le había dado. Era una pulsera de goma de color blanco. El joven suspiró aliviado y le dijo:

-Gracias, amigo. Si ese policía llega a saber que tengo esto yo no estuviera aquí ahora hablando con usted.

-¿Y qué tiene de malo esa liga, muchacho? –indagó el viejo.

-En esta liga está escrita la palabra CAMBIO. Nadie puede usar estas pulseras. Los policías detienen a los que las llevan puestas, las confiscan y ponen multas –dijo el joven en voz baja.

El policía llamó entonces a dos mujeres del grupo. Una llevaba en la mano una bolsa de color azul. Fue en ese momento que dejó de llover y la gente empezó a salir del lugar. El muchacho se fue acompañado por el viejo y el hombre. Caminaban sorteando los pequeños charcos de agua formados con la lluvia.

Así transcurrió otro día. Aquí todos caminan por las calles sintiéndose vigilados, es parte de las costumbres. Algo tan normal como mirar la lluvia un día cualquiera y esperar a que escampe en un sitio, a merced de ser llamado por el policía del barrio para ser interrogado o multado por cualquier causa simple. Tan simple como llevar una jaba con unos panes de más, tener en una muñeca una liga con la palabra CAMBIO, o llevar una bolsa azul. La edad no importa para nada. Usted puede ser un viejo, un joven o una mujer que escogió ese día para salir de casa. Siempre van a sobrar razones para sentirse vigilados.


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