Vigilados
Rafael Ferro Salas, Abdala Press
PINAR DEL RÍO, noviembre (www.cubanet.org) - Dejó
de llover y cada cuál siguió su camino. El grupo había
estado por espacio de dos horas en el portal del establecimiento
comercial. La lluvia los había obligado a estacionarse allí.
El portal del mercado es el último sitio que escoge la gente
del barrio para estacionarse. Hay una razón muy fuerte para
evitar ese lugar, allí están las oficinas del jefe
del sector de la policía.
Mientras estuvo cayendo la lluvia, el jefe del sector
se dedicó a llamar a unos cuantos. Primero señaló
a un viejo que llevaba una jaba. El anciano entró despacio
en la oficina, como contando los pasos. Al rato salió con
un cigarro apagado en sus labios. Alguien del grupo le ofreció
una caja de fósforos. Es un hecho simple que alguien le ofrezca
fósforos a uno para encender un cigarro pero en circunstancias
como esas el gesto se ve como un apoyo solidario. El viejo devolvió
los fósforos y le dio una larga chupada al cigarro.
-Trescientos pesos de multa ¿de dónde
saco yo ese dinero ahora, dios mío?
-¿Le pusieron una multa, abuelo? –preguntó
el hombre que le había ofrecido al viejo los fósforos.
El viejo asintió con la cabeza. Llevaba puesta
una gorra azul, desgastada y con algunos letreros que aún
podían verse. El mulato vio que ya el viejo no tenía
la jaba.
-¿Y la jaba que usted llevaba cuando lo llamó
el policía, abuelo?
-Me la quitaron también.
El hombre movió la cabeza contrariado. Iba
a decir algo, pero entonces salió el policía y llamó
a un muchacho del grupo.
-Ven tú.
Cuando el policía entró, el muchacho
pasó cerca del hombre y el viejo. Dejó caer algo en
la mano del hombre.
-Guárdeme eso ahí hasta que yo salga,
por favor.
El hombre se llevó la mano al bolsillo de
la camisa para guardar lo que el muchacho le había dado.
Ni siquiera se preocupó por saber qué era. Lo único
que le interesaba en ese momento era ayudar al jovencito.
Un rato después, salió el joven de
la oficina. El hombre le devolvió lo que el muchacho le había
dado. Era una pulsera de goma de color blanco. El joven suspiró
aliviado y le dijo:
-Gracias, amigo. Si ese policía llega a saber
que tengo esto yo no estuviera aquí ahora hablando con usted.
-¿Y qué tiene de malo esa liga, muchacho?
–indagó el viejo.
-En esta liga está escrita la palabra CAMBIO.
Nadie puede usar estas pulseras. Los policías detienen a
los que las llevan puestas, las confiscan y ponen multas –dijo
el joven en voz baja.
El policía llamó entonces a dos mujeres
del grupo. Una llevaba en la mano una bolsa de color azul. Fue en
ese momento que dejó de llover y la gente empezó a
salir del lugar. El muchacho se fue acompañado por el viejo
y el hombre. Caminaban sorteando los pequeños charcos de
agua formados con la lluvia.
Así transcurrió otro día.
Aquí todos caminan por las calles sintiéndose vigilados,
es parte de las costumbres. Algo tan normal como mirar la lluvia
un día cualquiera y esperar a que escampe en un sitio, a
merced de ser llamado por el policía del barrio para ser
interrogado o multado por cualquier causa simple. Tan simple como
llevar una jaba con unos panes de más, tener en una muñeca
una liga con la palabra CAMBIO, o llevar una bolsa azul. La edad
no importa para nada. Usted puede ser un viejo, un joven o una mujer
que escogió ese día para salir de casa. Siempre van
a sobrar razones para sentirse vigilados.
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