Trueque
caníbal
José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) -Aunque lo sigamos
tomando como un asunto corriente, resulta insólito (de una
incoherencia siniestra) que cada vez que un prisionero de conciencia
sale de la cárcel en Cuba antes de haber cumplido su condena,
al igual que cuando se le permite trasladarse a otro país
o ir a recibir tratamientos médicos en el exterior, tales
dispensas no responden a una llana actitud humanitaria, por parte
del régimen, ante su salud quebrantada entre las mazmorras.
Tampoco el “perdón” obedece a un acto de condescendencia
con los familiares del prisionero, los cuales no se cansaron de
rogar piedad proclamándolo inocente.
Mucho menos esta “gracia” se otorga (jamás, sin
excepciones) como una muestra de reconocimiento y enmienda de la
“equivocación” cometida al condenar a un individuo,
casi siempre en juicio sumario, por el simple “delito”
de no estar de acuerdo con la política del poder y por manifestarse
pacíficamente.
Por lo visto, para el régimen de la Isla los presos de conciencia
son como los caballos pura sangre para los jeques árabes:
prendas muy personales de las que se deshacen sólo en ocasiones
de excepción, generalmente porque se ven situados en el compromiso
de obsequiarlas a determinados amigos también de excepción.
Y no es que pretendamos ser ingratos con los amigos famosos del
régimen que, según trascendió a veces, ya que
tampoco se le da publicidad (¿por pudor o pudir?), acumulan
en su haber varios de estos obsequios especiales. Realmente son
intermediaciones que no debemos sino agradecer y que, todavía
más, deben quedar dentro de nosotros como deudas.
De lo que se trata ahora no es de cuestionar el indudable perjuicio
que ocasionan al pueblo cubano algunas celebridades extranjeras
autentificando al régimen ante la opinión pública
mediante su amistad, su beneplácito y su apoyo. Allá
ellos.
Lo medular, lo dantesco es la revelación que encierra el
tratamiento dado por las autoridades a estos compatriotas a los
que no conforme con haberles hipotecado toda esperanza (a ellos
y a sus familiares) condenándolos al infierno en vida, los
hace pasar por la humillación de ver convertida sus ansias
de libertad en regalo que brinda sólo a ciertos amigos, sólo
en ocasiones excepcionales y sólo si el amigo es de afuera.
Pareciera que no existe cabida para mayor chapucería en la
proyección de un gobierno. Pero hay más. La política
es como el retrete: siempre queda espacio para nuevos hedores.
Y en este caso el nuevo hedor lo aporta el hecho de que ya no tienen
que ser necesariamente amigos personales del régimen aquellos
a quienes se les concede algún preso de conciencia. Tampoco
la concesión implica necesariamente un regalo. Más
bien es el resultado de un negocio, tácito o no.
De tal forma hay ahora países, o representantes de países,
que han llegado incluso a enarbolar como éxitos de su política
internacional el haber conseguido que el régimen de Cuba
saque de la cárcel a algún que otro prisionero de
conciencia con graves problemas de salud. Por supuesto que los tales
logros no han sido gratuitos, sino a cambio de apoyo, vista gorda
y sólo Dios sabe qué deferencia más.
Si a este tipo de negociación ciertamente mefistofélica
no se nos permite llamarle “trueque caníbal”,
entonces me dirán qué otro nombre le cuadra mejor.
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