Los
últimos días de diciembre
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) -Me
uno a la pena que siente mi colega Rafael Alcides cuando en una
de sus últimas crónicas - publicada en el portal Encuentro
y muy buena por cierto- piensa en aquellos bellos semidioses que
aún gobiernan Cuba, convertidos hoy muchos de ellos en viejitos
barrigones a punto de morirse o tras bambalinas, como complemento
de la antigua decoración de un prolongado y muy bien urdido
show.
Fueron héroes un poco antes de atravesar la
Isla en jeeps, y camiones descapotados, con sus rosarios y cruces
al cuello, sus barbas, sus uniformes raídos y sobre todo,
sus expresiones de asombro e incredulidad.
Habían llegado a la civilización, o
mejor dicho: al final de una guerra que parecía no tener
fin.
Pensaban, razones tenían para hacerlo, que
habían derrotado a una dictadura de siete años en
el poder. No fue así.
La realidad se parecía de tal modo al derrocamiento
de un tirano, que apenas se hablaba de lo que sucedió por
aquellos últimos días de diciembre.
Es cierto que las elecciones generales resultaron
fraudulentas y que sólo el 30% del electorado había
votado, pero también es cierto que Estados Unidos fue el
único país que hizo todo lo posible para que la sangre
de los cubanos no siguiera derramándose en sierrras y llanos,
suspendió el envío de armas al dictador y pidió
a su embajador en Cuba, señor E.T. Smith, que se entrevistara
con Andrés Rivero Agüero en busca de una fórmula
para la paz.
Días después, el 9 de diciembre de
1958, la Casa Blanca envió a Cuba a William Pawley para que
se entrevistara con Fulgencio Batista. Le dice por lo claro que
debía retirarse para evitar que continuara la guerra y así
lograr la prosperidad del país caribeño, y que además,
Rivero Agüero no gozaba del apoyo de Estados Unidos.
Siete días más tarde el dictador escucha
el mismo consejo de labios del embajador norteamericano. Sin embargo,
no se decide a abandonar el poder. Otro dictador, Rafael Leónidas
Trujillo, le ofrece ayuda militar y Batista no la acepta. Prefiere
que Eulogio Cantillo converse en las montañas el día
24 con Fidel Castro.
Cantillo trasmite al dictador el acuerdo: traspasar
el poder a una junta militar y que Batista abandone la Isla el 26
de enero de 1959. Finalmente Fulgencio Batista acepta el consejo
de Washington y en dos aviones, rodeado de familiares y sus más
fieles colaboradores, parte hacia Santo Domingo la madrugada del
31 de diciembre de 1958.
La derrota de Batista, así lo dice la historia,
también fue un logro del gobierno de Estados Unidos, pero
no así la paz, y mucho menos la prosperidad económica
de nuestro país caribeño.
El 2 de enero de 1959 comienzan a celebrarse
juicios sumarísimos por orden de Raúl Castro y se
fusila a cientos de personas vinculadas a la represión del
régimen depuesto. Es una fecha que marca, sin duda alguna,
el preludio de las guerras en las que Cuba se vería envuelta
durante más de treinta años en distintos países
del mundo: Venezuela, Panamá, Angola, Etiopía y en
todas las guerrillas latinoamericanas.
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