Nefasto
y Café con aroma de cuartel
Víctor Manuel Domínguez. Sindical Press
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - La
fiebre del debate que recorre la Isla tiene tanto de sainete como
de una misión, ya sea futete, de corral, de muerde y huye
o de tira la piedra y esconde la mano.
El diálogo entre sordos, las cantaletas épicas,
los pespuntes grises y las críticas abiertas que recorren
cualquier tipo de reunión, se mezclan en un baile de disfraces
al esquelético cuerpo de la verdad nacional.
La cultura del miedo aún se impone. El ropaje
de la manipulación todavía persiste, más allá
de las aperturas (en el ajedrez) y los cierres (por reparación
ideológica) tan promocionados como el maná.
Y no debe ser así, pues César López
dejó demostrado que todo cubano se puede bañar y guardar
la ropa, siempre que sea ex convicto de desviaciones sexuales o
ideológicas, además de revolucionario y Premio Nacional,
aunque sea en cambumbia de potrero o dominó.
Si no lo cree, deténgase y escuche decir a
César López (un poeta colado y recolado en el saco
de la marginalidad intelectual) que “toda adhesión
a un proceso cultural tan grande debe ser crítica y dubitativa,
cosa que a veces cuesta”.
O, mejor, empinar la chiringa del desmadre cuando
dijo ante decenas de estudiantes universitarios: “Recuerden
que estamos debatiendo sobre la década prodigiosa”.
Y habló de los disparates de los 60, románticos disparates
consustanciales a “una revolución radical”.
Y no hay que ser masoquista de campeonato para tildar
de prodigiosa una década que trajo para Cuba los campos de
educación y recreo de la UMAP (Unidades Militares de Ayuda
a la Producción).
Unos años 60 que además nos llenaron
de regocijo y pólvora con el Servicio Militar Obligatorio
(SMO); de gofio y calamar con la libreta de racionamiento industrial;
de ampollas y peste a rayo muerto en los pies por los insuperables
zapaticos Kiko plásticos, así como nos permitieron
adentrarnos en el conocimiento de la sarna revolucionaria por falta
de jabón.
Pero eso no es nada comparado con la prohibición
profiláctica de escuchar a The Beatles, traer el pelo largo,
o escribirle una carta al padre que se volvió criminal por
abandonar la Isla, sólo con el objetivo de mantener la pureza
de una revolución demencial en su eterno optimismo de erradicar
la presencia de piojos en la escuela.
También fue grato contemplar cómo un
miliciano cultural de la talla del bifronte Otero (Lisandro), Presidente
de la Academia de la Lengua (viperina) Cubana, haya estado sin un
dedo al gatillo del compañero máuser o de la señora
pepechá, sino mezclando las angustias y sueños en
igual proporción para no poner en peligro el tufo a rancio
del proyecto revolucionario.
Y ni hablar de las conmovedoras palabras expresadas
por José Bodes, fundador de Prensa Latina, cuando señaló:
“el constante dar y recibir” que significó ese
decenio.
No hay dudas de que esa década fue un constante
dar (palos) las autoridades culturales, y recibir (los palos) quienes
olvidaban el Padre Nuestro de la revolución cubana: Dentro
de la revolución, todo; fuera de la revolución nada.
Pero es preciso continuar estos debates tan críticos
como gástricos, pues se adquiere un nivel de fingimiento
y una acidez tan arraigados como ese romanticismo loco y sin afeitar
que nos dejó la década prodigiosa.
Resultaría útil que las angustias y
sueños de aquella década fundacional para el proceso
revolucionario (como aseguran dos aprendices de cotorra y vocero
en el Juventud Rebelde), fueran debatidas entre trescientas personas
hermanadas por el sudor en la caldera hirviente de un camello Parque
de la Fraternidad-El Calvario.
Pero que asistan los césares de la poesía
y los oteros del camuflaje, para que sepan que la mezcla del romanticismo
con la represión en la cafetera de la Universidad de La Habana,
sólo dio una colada de café con aroma de cuartel.
Eso se los aseguro yo, Nefasto “El cuartelario”.
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