Tebanos
en La Habana
Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Entre
el 20 de octubre y el 11 de noviembre del 2007, hemos apreciado
en el Teatro Mella de La Habana la puesta en escena de Los siete
contra Tebas, tragedia premiada, publicada y prohibida en Cuba en
1968. Su autor, Antón Arrufat, supo esperar este estreno
reparador que “pudo ser un acto póstumo”.
Cuatro décadas de “sombra ominosa”
convirtieron a esta obra de gran calidad poética y funcional
en “una especie de huracán literario y político”.
Los censores sometieron al autor al ostracismo por reflexionar sobre
el poder, la guerra y la lucha fratricida. Vieron nuestra realidad
en la irrealidad de las escenas y los personajes creados por Antón
Arrufat, quien se inspiró en la tragedia de Esquilo y usó
la estructura ritual del teatro griego para inferir -por analogía-
la situación histórica que atraviesa la isla.
Como ha dicho Reynaldo González, la puesta
en escena de Los siete contra Tebas es un revés para el pensamiento
dogmático, “un manotazo al atrevimiento de decirnos
que era bueno o malo, conveniente o detestable”.
La rotura del hechizo nos llega de la mano de Mefisto
Teatro y su director Tony Díaz. La versión dramática,
dirección y puesta en escena es de Alberto Sarraín;
la dirección coral de Gladys Puig; coreografía de
Iván Tenorio; música original de Jomary Echevarría;
diseño escenográfico de Jesús Ruiz; vestuario
de Eduardo Arrocha y luces de Carlos Repilado. Entre los experimentados
y noveles actores se destacan Enrique Estévez como Etéocles,
Harold Vergara (Polinice), Alberto González (Polionte), Daisy
Sánchez (Antígona) y Jorge Enrique Caballero y Rayssel
Cruz como los espías.
La puesta en escena del bellísimo texto de
Antón Arrufat demuestra la maestría de A. Sarraín,
quien enfrenta una producción complicada y sin precedente
en nuestra literatura dramática, pues - advierte Carlos Celdrán-
“usa al teatro como dispositivo para pensar las grandes ideas
cívicas en juego en aquel momento: la justicia social e individual,
el uso y el abuso del poder, la razón de estado, la poética
y la verdad”.
La representación es fiel a la tragedia agónica
y contradictoria de Arrufat, cuyas imágenes plásticas
y explosivas exigen “un espacio abstracto, despojado de “ilusión”,
de “realidad”, de fondo, de perspectiva, perfecto para
la confrontación de las Ideas, los Discursos, las Utopías,
la maquinaria y las coartadas de la Historia, que reafirman esta
visión de dispositivo, de máquina de pensar y de analizar
un problema crucial en la escena”.
En Los siete contra Tebas la sencillez del montaje
escenográfico complementa la complejidad de un texto que
atrae y conmueve a los espectadores, aunque es palpable la diferencia
entre este poema dramático y las obras de nuestro mejor teatro
de situaciones.
No se trata de misterios, sino de comunión
–y comunicación- entre los diálogos del escenario
y algunas claves de nuestra realidad, “recreadas” por
el autor en la voz de los actores, siempre tensos y expectantes
en esa ciudad sitiada que nos recuerda a la nuestra, y a esta isla
que ha deportado a tantos Polinice y aún aguarda al ejército
enemigo que no llega.
Tal vez por eso, como han dicho Estorino, Gutkin,
Celdrán y otros dramaturgos que aplauden el estreno de esta
“obra solitaria y extraña”, los censores de entonces
trataron de extirparla de la tradición y evitar “un
teatro de contradicciones, colérico, desgarrador, agónico
en su “inhumana” disección de las contradicciones”.
Antón Arrufat retornó sin lanzas
al teatro. Los siete contra Tebas rompieron los candados de la censura.
Pero los hijos dispersos de esta isla siguen vagando por otras ciudades.
Exijamos a Etéocles la apertura de las puertas de nuestras
murallas.
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